Historias
31/01/2012: el día en que el PC Fútbol 7 cobró vida con QPR
La fecha exacta se me escapa. Está borrosa. Es imposible que haya sido antes del comienzo del año 1998, pero de ninguna manera fue después de 1999. Por ahí. Denme el beneficio de la duda y disculpen mi frágil memoria para todo lo que tenga que ver con fechas puntuales.
Para otras cosas, sin embargo, como por ejemplo para recordar datos sin importancia alguna, mi cerebro funciona a la perfección. O casi.
Resulta que llegó a mis manos un ejemplar del, a estas alturas mítico, PC Fútbol 7. Había vivido ya 21 o 22 «mayos» (¿para qué voy a decir «abriles» si yo nací en mayo?) desde mi llegada al mundo en Avellaneda y hacía muy poco tiempo había terminado de cursar mis estudios de periodismo. Comenzaba a hacerme de mis primeras armas en esta bendita profesión mientras trabajaba de repartidor de resultados de exámenes clínicos (y algún que otro frasquito con orina de algún perfecto desconocido) en una empresa de medicina laboral.
No sé si para escaparme de esa vida bastante de mierda (¡vamos a decirlo con todas las letras!), matizada por el hecho de vivir en el cálido hogar de mis entrañables abuelos, me vi de pronto, como tantos otros seres humanos de esos que tienen pene, absolutamente obsesionado con este bendito juego que proponía ni más ni menos que llevar las riendas de un club de fútbol. El que se te ocurriera.
Y como para no escaparme del todo de esa vida de mierda, terminé eligiendo al ignoto QPR. Es que era eso. Era una «Q», una «P» y una «R». Ni el nombre del club sabía. Jamás lo había oido nombrar. Pero no fue todo así de simple.
Mientras aprendía a jugar, mi eterno abuelo Manuel (Manolo para mí y para todos los que lo amamos toda la vida), me acompañaba. Entonces le dije: «Abuelo, ¿qué equipo elijo?». Su respuesta fue tajante: «¡Dejame de escorchar, Sebastián!». ¡Es que así hablaba él! Y juro que hasta el momento de escribir esta nota, jamás supe el real significado de esa palabra. Siempre me causó gracia. Nunca supe bien qué demonios quería decir. Hoy visito el sitio de la Real Academia Española y veo que es una palabra que en el Río de la Plata significa «enfadar».
De tanto que lo escorché, Manolo me dijo: «Y bueno… mis padres nacieron en Lugo. Muy cerca de Vigo y de Coruña». «¿Te parece el Celta de Vigo entonces, Manolo?», continué con mi ya cansadora escorchación (no apostaría dinero a que esa palabra existe para la RAE). «Y sí. Me parece bien», sentenció Manolo.
Así fue como todo podría haber sido diferente. Hoy no estaría aquí escribiendo sobre algo referente a la liga inglesa. Si hasta ese momento todavía ni siquiera había llegado a la pantalla en la cual aparecía la opción para comandar al QPR. No era una posibilidad concreta.
¡Club en dificultades económicas! ¡Debía asumir la responsabilidad!
Pero después de jugar una temporada con el Celta, me aburrí. Ese conjunto gallego celeste no era tan dificil de gestionar. Al menos en el universo propuesto por el PC Fútbol 7. Sin problemas económicos, con un Valeri Karpin endemoniado y tal vez con un toque de suerte de principiante, me estaba aburriendo de ganar. Y yo nunca supe lo que era ganar. Hasta lo encontré ligeramente incómodo.
Busqué otros aires. Interrumpí esa partida que había comenzado y me fui a elegir otro club. Tenía para elegir clubes de España (no iba a traicionar al Celta de Manolo para dirigir a otro club español), Italia (no me llamaba la atención ningún equipo, más allá de mi simpatía por el Napoli), Alemania (nein, danke), Francia (Lisandro todavía no estaba en el Lyon, así que no había chances) y finalmente Inglaterra.
Siempre me gustó el fútbol inglés. Aunque debo confesar que hasta ese momento, no conocía mucho más que a los equipos grandes. No se televisaban los partidos y la cobertura en los medios de prensa argentinos era nula. Ninguno de esos equipos grandes me gustaba. Confieso incluso que todos ellos me caían bastante mal. No sé para qué lo digo en pasado si tranquilamente el verbo lo podría escribir en presente.
La solvencia y excelentes plantillas de los clubes grandes, además de mi antipatía hacia ellos, hicieron que los descartara inmediatamente. De los demás componentes de la Premier League de fines del milenio pasado, ninguno me atrajo demasiado. Así fue que me fui al descenso. Literalmente. Me fui a navegar por la entonces llamada First Division (ahora conocida como Championship) y fue en ese momento cuando vi esas tres letras. Le di doble clic y descubrí su camiseta. Y cuando ya estaba absolutamente convencido y no necesitaba ningún motivo más para tomar el control del club, apareció el último empujoncito: ¡Club en dificultades económicas! ¿Cómo no iba a asumir esa responsabilidad?
¡Adentro! Y a ver ahora de qué me disfrazaba. Poco después de convertirme en el Alex Ferguson virtual del QPR -para los que no lo conocen aún: Queens Park Rangers-, no pude evitar la curiosidad y el deseo por conocer mucho más acerca del club. Y pude lograrlo gracias a otras tres letras. ¿Cómo? Simple. Descubrí todo lo que quería saber y mucho más, a través de esa novedosa herramienta que estaba dando sus primeros pasos globales: internet o simplemente «WWW».
Entonces supe que el club hacía poco había descendido (1996), que había sido subcampeón de la máxima categoría (antes de la era Premier League) en 1975/76 -quedando a tan sólo un punto del Liverpool-, que había ganado la Copa de la Liga en 1967 y que, al momento de mi descubrimiento, estaba atravesando uno de los períodos más oscuros y tristes de su existencia.
Tres títulos de Premier League y dos de Champions League más tarde (en el universo virtual, lamentablemente), yo ya estaba perdidamente enamorado del QPR y sabía que lo iba a seguir hasta las últimas consecuencias.
En la «vida real» soporté un descenso a la tercera categoría del fútbol inglés (2001) y una amenaza de quiebra seguida de una frustrada fusión con el viejo, entrañable y ya desaparecido Wimbledon. Además, las trágicas muertes de Kiyan Prince (15), jugador de las categorías juveniles del QPR asesinado en la vía pública cuando intentaba defender de unos matones a un amigo, y del prometedor delantero Ray Jones, quien ya había debutado en el primer equipo del QPR y murió en un accidente de tránsito a los 18 años. Historias para otro día, tal vez.
Como otra que fue bastante más feliz. La que viví en 2004 cuando el QPR terminó segundo en League 1 (tercer escalón del fútbol inglés) y volvió al Championship. Fue entonces que amigos de un foro online del QPR, para festejar el ascenso, no tuvieron mejor idea que juntar libra esterlina sobre libra esterlina para cumplirme el sueño de viajar a Londres para ver a los Superhoops en vivo y en el mítico estadio Loftus Road. Lo dicho. Es historia para otro día. O para cuando cumpla alguna de las tantas cosas que me prometo y me decida a plasmar esa experiencia única en un libro. Veremos.
Lo cierto es que tras varios años en el Championship, la cosa se estaba haciendo insostenible. Deudas y más deudas. Inestabilidad y fracasos en lo deportivo hacían inminente la desaparición física de club. Hasta que descendieron de sus lujosos helicópteros los señores Bernie Ecclestone y Flavio Briatore y decidieron comprar el club y absorber sus deudas.
Llegaron en 2007 con un «four-year plan» para meter al QPR en Premier League. Y allí estábamos por el año 2010. Pero juro que no fue por obra y magia de estos dos magnates del circo rodante de la Fórmula 1. Para nada. El ascenso conseguido por el QPR aquella temporada fue una de las historias más sorprendentes que yo recuerde y se dio contra todos los pronósticos. El club seguía siendo un caos y si se logró el ascenso fue por una extraña capacidad que tuvieron todos los jugadores del equipo y el peculiar personaje Neil Warnock desde el banco, de rendir por sobre el nivel que se esperaba de todos ellos.
El ascenso fue una de las mayores sorpresas que recuerde.
No se confundan. Por más que entre los directivos del club se encontraran algunos de los hombres más ricos del mundo, ellos no hacían más que recortar gastos hasta en las bebidas deportivas que los jugadores consumían en el vestuario, mientras instalaban lámparas de lujo y contrataban al servicio de catering más caro de la ciudad para atender a sus amigos VIP.
El QPR no llegó a la Premier League a fuerza de chequeras interminables. No señor. Su prespuesto no figuraba entre los más altos de la divisional y nada hacía prever que ese equipo que el año anterior se había salvado del descenso a duras penas iba a salir campeón de punta a punta.
Pasó todo el verano europeo de 2011 y comenzó la Premier League sin que Ecclestone y Briatore metieran la mano en el bolsillo para darle a Warnock los refuerzos que necesitaba. Fue entonces que, dos fechas después del comienzo de la temporada (0-4 de local contra el Bolton y un sorpresivo triunfo de 1-0 sobre el Everton en Goodison Park), llegó Tony Fernandes. Empresario. Hombre poderoso en Malasia. Tomó una aerolínea quebrada y con dos aviones en su flota y la convirtió en Air Asia, la aerolínea de bajo costo líder en el mercado del continente más poblado. Así hizo su fortuna. También jugó a ser dueño de un equipo de Fórmula 1 (ahora llamado Caterham) y es confeso hincha del West Ham.
Quiso comprar a los Hammers pero los dueños se le rieron en la cara y lo humillaron. Le dijeron que su oferta les había causado gracia. Entonces Tony esperó su oportunidad y apostó por el QPR.
Tuvo 12 días de los 31 que tiene agosto para liberar fondos y ayudar a Warnock a reforzarse. Llegaron Joey Barton (libre), Luke Young, DJ Campbell, Shaun Wright-Phillips, Armand Traore (proveniente del Arsenal) y se sumaron a los que habían llegado también libres como Danny Gabbidon, Jay Bothroyd y Kieron Dyer.
QPR fue el club más activo en el mercado de pases de agosto y comenzó la ventana de transferencias de enero en problemas. Cerca del fondo de la tabla y sin respuestas dentro del campo de juego, Warnock llegó a acumular siete partidos de liga sin victorias. Entonces Tony Fernandes y sus hombres decidieron cambiar el rumbo. Trajeron a Mark Hughes y le dieron casi un mes completo para que eligiera a sus refuerzos. Sostener a Warnock todo la temporada hubiese sido riesgoso. Optaron por dar el golpe de timón y hacerlo a tiempo para que el nuevo director técnico tuviera la posibilidad de moldear el equipo a su gusto.
Así fue como el 31 de enero de 2012, sentado en mi casa en Buenos Aires y absolutamente adherido a la pantalla de mi computadora, pude ver frente a mis ojos como aquel entrañable PC Fútbol 7 iba cobrando vida.
QPR ya se había asegurado los pases a préstamo de Federico Macheda, Taye Taiwo (¿QPR fichando jugadores del Manchester United y del Milan? ¡Creo que ni en el PC Fútbol pude lograrlo!) y del ignoto volante Samba Diakité, proveniente del Nancy e internacional de Malí. También se había incorporado Nedum Onuoha, proveniente del Manchester City. Para el cierre del mercado, Hughes y Fernandes enviaron un mensaje inequívoco a todos los rivales que estaban en la lucha por no descender: «no vamos a descender sin presentar batalla». Así llegaron los delanteros Djibril Cissé y Bobby Zamora.
Se empezó a hablar de cómo el QPR despilfarró millones y fue injusto que se aplique esa etiqueta. Doce millones de libras para traer seis refuerzos me parece que no entra en la categoría de gastos desmesurados. Es un número normalito para lo que se maneja en la Premier League. Con 12 millones de libras se puede comprar un antebrazo del Kun Agüero o las cintas con las que se ata el pelo Andy Carroll. Pero no, QPR gasta cuatro millones en Cissé y ya se habla de prepotencia millonaria y no se cuántas falacias.
Lo que hizo el QPR fue algo mucho más difícil de explicar y de entender que simplemente gastar dinero en refuerzos. Porque el 31 de enero de 2012, el club hizo todo lo que estuvo a su alcance para reforzarse y no despertarse de ese sueño llamado Premier League. Y mientras se encargaba de eso, me hizo viajar en el tiempo, volver a mi post-adolescencia y tomarme un café con leche con Manolo mientras cruzamos una mirada cómplice. Le dije: «¡Qué bien que elegimos, Manolo! ¡Que el Chelsea se deje de escorchar!».
Por @SebaHGarcia, autor invitado
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- Cultura Redonda
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