América
Al agua sin piloto
Podría estar en algún pueblo desolado de Australia, o canjeando el anonimato en alguna ubre estadounidense de ancha población. Quizás partió para la Argentina, o puede que su hogar actualmente esté en Japón. No hay dudas de que cambió su nombre, modificación que probablemente haya sido complementada con una transformación facial. El rasurarse el bello de su cara, o adquirir lentes de contacto. Si damos rienda suelta a la fantasía, una cirugía que mute su aspecto tradicional y le permita reiniciar sus días.
Nadie tiene idea de dónde está el único pasajero que sobrevivió a la tragedia aérea del Alianza Lima de Perú, la cual tomó lugar el 8 de diciembre de 1987, sepultando un Fokker F-27 de la marina peruana en el mar que baña las orillas del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez. Ese integrante de aquel fatídico vuelo es nada menos que el piloto de la aeronave, Edilberto Villar Molina. El resto del pasaje, incluyendo tripulación, plantel, cuerpo técnico e incluso un dúo arbitral, perdió la vida en el accidente.
Horas atrás, el equipo había vencido por la mínima al Deportivo Pucallpa. En aquel rincón caluroso y selvático del Perú, el Alianza se llevaba tres puntos que lo colocaban como líder del campeonato local. El buen ambiente que había generado la victoria generaba relajo y optimismo en la víspera del despegue. La aeronave a la que se subían los jugadores era la misma con la que habían hecho el trayecto hasta Pucallpa. Hubo algo de demora debido a que el arribo del maletín que contenía los ingresos de las entradas tardó en llegar a manos de la comitiva del Alianza. Los pilotos fumaban en la pista. Las azafatas, ya con ganas de culminar la jornada de trabajo, relojeaban constantemente el arribo final del míster con los billetes recaudados, único obstáculo que les impedía despegar de una vez por todas.
Con el pasaje completo, el avión abandonó suelo para comenzar a transitar el húmedo atardecer del amazonas peruano. En sus adentros, la flota llevaba, entre otros, a Luís Antonio Escobar Aburto, la gran promesa del fútbol doméstico. Su habilidad ya le había valido la convocatoria a las selecciones juveniles de su país, así como también la devoción de todo espectador del fútbol peruano, que juraba tener frente a sus ojos al siguiente Teófilo Cubillas.
Marcos Calderón, el entrenador, aún despuntaba el vicio táctico a varios pies de alturas, y dialogaba con sus dirigidos sobre las rutinas a seguir una vez aterrizados en Lima. Con tres décadas de trayectoria en los banquillos, él era el técnico más ganador del fútbol peruano, habiendo alcanzado mieles con Sport Boys, Universitario, Sporting Cristal y Alianza Lima. Como si esto fuera poco, fue el entrenador de la Selección del Perú en la Copa América de 1975, la cual ganó frente a la Selección Colombia. En 1978, durante la Copa del Mundo, también él fue quien estuvo a cargo del combinado nacional de su país, en una aventura mundialista que encontró su fin con el 0-6 propiciado por Argentina.
Oían los consejos de su director técnico un puñado de jugadores que rodeaban su asiento. Entre ellos, Alfredo Tomassini, lungo delantero de 23 años, hijo de italianos y descendiente de una acaudalada familia cuya residencia se ubicaba en Miraflores. Los integrantes del cuerpo de pasajeros permanecían de pie, intercambiando reflexiones o simplemente dando vida al ocio, en un vuelo chárter en donde el protocolo de seguridad aparentaba estar algo más descontracturado que lo habitual. En la cabina, sin embargo, el infierno estaba por desatarse.
En las proximidades del aeropuerto de Lima, piloto y copiloto visualizaron que el tablero arrojaba una alerta respecto al tren de aterrizaje delantero. Rápidamente, Villar Molina, a cargo del control de la aeronave, se comunicó con la torre de control en el aeropuerto para compartir el panorama. El diálogo entre cielo y tierra concluyó en que el avión pasase por arriba de la pista, y que visualmente los controladores identifiquen si había algún desperfecto con las ruedas delanteras. Villar Molina comenzaba a mostrarse algo preocupado por el cuadro que atravesaba. En algún rincón del bunker que almacenaba los registros de la marina, se explicitaba que padecía una tendencia al pánico en situaciones de gravedad.
El personal en tierra se aproximó a un sitio en la pista que le permitiera visibilizar la situación del avión. En simultáneo, la cabina comenzó a ser revuelta para dar con el manual de control para casos como en el que se encontraban inmersos. Este se encontraba en inglés, y ni el piloto ni el copiloto gozaban de tiempo para traducir y ejecutar. Villar Molina tomó una decisión polémica, que, si bien es empleada por pilotos en situaciones de gravedad, puede ocasionar la pérdida total del control de la situación: subir y bajar, bruscamente, la trompa de la nave, para ocasionar la caída del tren de aterrizaje delantero, y así tener la garantía de contar con el mismo. El movimiento, de suma violencia e inesperado por los pasajeros, fue el puntapié para que el terror se apoderada del plantel de Alianza Lima.
Jugadores y cuerpo técnico se amotinaron en la puerta de la cabina, algunos aturdidos y hasta lastimados por el shock del movimiento. En un ambiente de tensión y anarquismo emocional, el mensaje de los controladores en tierra, que indicaban que el tren de aterrizaje fue visualizado de forma correcta y funcional, debió ser verificado dos veces por el copiloto. Se continuaban perdiendo segundos vitales para evitar un desastre.
Con las alarmas del vuelo aún exhibiendo una falla en el tren delantero, el piloto optó por realizar otra pasada por sobre el aeropuerto. Insólitamente, a dicha decisión le acuñó una nueva maniobra de subida y bajada brusca de la trompa de la aeronave, liberando así el completo caos del pasaje y una verdadera crisis a escasos metros del suelo. En el auge de los problemas, Villar Molina tomó una decisión que haría estallar cualquier racionalidad por los aires. Se quitó los zapatos, se paró de su asiento, balbuceó unas indicaciones hacia su copiloto y, en completo estado de histeria, se arrinconó a un costado de la cabina. Retenía el manual en idioma extranjero en sus manos, mientras con sudor empañando sus ojos intentaba descifrar los pasos a seguir. El imprevisto encargado del avión no contaba con experiencia suficiente para manejos de situaciones así. El control había quedado prácticamente acéfalo. Desde la torre de control insistían con que los trenes de aterrizajes estaban en buena condición. Las respuestas eran nulas.
Pasadas las 20:10, tras comenzar un rápido descenso a alta velocidad, ni Villar Molina ni su copiloto tuvieron ojo para controlar los altímetros, lo cual les hubiera remarcado lo peligrosamente cerca que estaban del mar. Los reportes de la tragedia denuncian que incluso el propio Villar Molina abandonó totalmente la cabina cuando el desenlace fatal ya parecía inevitable. Se desconoce en qué ubicación específica se encontraba cuando el avión se estrelló en el agua.
Escasas partes del testimonio del único sobreviviente de la tragedia salieron a la luz. Se desconoce como hizo Villar Molina para sobrevivir, en qué estado fue encontrado y porqué su persona ingresó en un hermetismo total tras el accidente, al punto de que hoy en día se desconoce su paradero. El piloto dijo haber quedado con sus brazos sosteniéndose a una de las partes desprendidas por la destrozada aeronave, flotando en el mar. A dicho sitio se aproximó, con extrema dificultad, el delantero Tomassini. “Si no vuelvo, mi mamá se muere” le habría confesado a Villar Molina. Con un brazo y ambas piernas fracturadas, el atacante se mantuvo aferrado al trozo del Fokker hasta donde pudo. Sin fuerzas para continuar, fue devorado por el mar.
El desenvolvimiento del vuelo, culminado abruptamente en un área marítima, dotó de dramatismo al rescate de los cuerpos. Algunos de ellos, el del entrenador Calderón por ejemplo, fueron encontrados en playas aledañas varios días más tarde. Y mientras un prolongado y dramático funeral enlutaba al mundo del fútbol, Villar Molina era interrogado en el mayor de los aislamientos, dejando en un amplio halo de misterio qué factor le permitió no solo salir impune, sino también desvanecerse en el mayor de los anonimatos, rumbo a una nueva identidad.
A la fecha se desconoce dónde vive, si es que vive, y qué hechos que envolvieron la tragedia del Alianza Lima se ha quedado sin conocer la opinión pública.
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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