Bundesliga
Al carajo con los prototipos
Casi nunca se usa la primera persona cuando uno escribe un artículo, pero como no somos el común denominador en CR rompemos las «reglas», o más bien establecemos las nuestras, aunque siempre respetando los principios en los que creemos. Por eso, está vez voy a tratar de explicar mis sensaciones tras conocer Millerntor, la cancha del para muchos extraño St Pauli.
No sé bien por dónde empezar, así que voy a arrancar por lo que más me gustó del recorrido: el guía tomó mates con nosotros durante toda nuestra estadía. ¿Extraño? Obvio, un alemán tomando mate en su país y en la cancha de su equipo. Lo primero que uno imagina cuando piensa en los germanos es que son fríos, distantes y perfeccionistas. Esto no es ocurrencia mía, lo dijeron todos los participantes del tour gratuito que hicimos por la ciudad. Había colombianos, chilenos, brasileños y, obviamente, argentinos, más de los que hubiera imaginado. Podemos sumar alguna palabra más a este análisis divagante, pero hacían 3° de sensación térmica y se complicaba pensar.
La cuestión es que nuestro guía comenzó hablando inglés y, en ese idioma, explicó que todo el tour iba a ser en alemán, algo que ya sabíamos, pero poco nos importó. Tras recibir a los otros participantes de la recorrida, el hombre salió nuevamente al exterior y nos vio tomando mate. «Eh, mate», lo que claramente nos asombró. «Sí, siempre», fue lo que atinamos a decir, y tras eso soltó en un español muy bueno: «¿De dónde son?». Luego de nuestra respuesta, Sören, nombre que nos dijo al final del recorrido, nos contó que vino al país del asado y el vino. ¿Y adivinen qué hizo? Comió asado y tomó mate, por ende «me encanta el mate». Mi fascinación ya estaba a pleno y desde este punto mi barra de energía no disminuyó, pero poco a poco todo le metió un poco más de pimienta. Quizás, mi problema fue que desde el momento que pisamos Hamburgo, más bien el barrio que lleva el nombre del club St Pauli, ya se notó un aire diferente. Era de noche y no había mucha luz en las calles, aunque ni bien haces dos o tres pasos ya se observan pintadas, los grafitis, calcomanías y bares con gente bebiendo y fumando dentro. Lo segundo que se nota después de salir del subte fue el estadio, y para muchos esto puede ser una novedad pero aquí es normal: los medios de transporte te dejan en la puerta de las canchas.
Una vez que llegamos a nuestro alojamiento, le pedimos recomendaciones al muchacho de la recepción, la cual era un bar que cerraba en 20 minutos, para que nos dijeran dónde ir a tomar una cerveza, pero solo le pusimos una condición: que «sea barato y no turístico». «Vayan a El Dorado», lo puso en el GPS y encaramos. Costó un poco encontrarlo, pero cuando dimos con el sitio ya nos sacó una sonrisa por el cartel que tenía en la puerta. El sitio estaba bajando una escalera y, tirando de una puerta pesada, se ve una barra pequeña y gente apoyada en ella. Alguno atinó darse vuelta pero nadie nos prestó atención y, aunque la primera impresión puede costar un poco tras la primera cerveza, el prejuicio, algo muy argentino, desaparece y más aún después de charlar tres horas con un hamburgués sobre todo: alquileres, fútbol, turismo, el Muro de Berlín. Este muchacho se crío allí mientras el Muro estaba en pie, y sin dudas la charla resultó ser extremadamente interesante.
Probablemente sea un poco complicado de contextualizar así que les pido que se pongan un poco en mi posición. Estaba en un país de un lenguaje súper complicado. Lo primero que hicieron cuando ingresamos a Alemania fue pedirnos el pasaporte (fuimos los únicos a los que se lo pidieron) y, al momento en que tuvimos que tomar el transporte, nada estaba siquiera en inglés. Una mala primera impresión, sin embargo luego de eso caemos en un bar donde todo parece más amigable. La cabeza entra en una mini revolución, pero con buena vibra. Encima, al día siguiente fuimos a la otra parte de la ciudad, esa que es más «normal» y donde está el ayuntamiento, una reconocida filarmónica y parte del puerto. Claramente no coincidía en nada con lo que había visto la noche anterior, entonces las preguntas comienzan a nacer. ¿Cuál es la realidad? ¿Cuántos prejuicios tengo?
Un poco filosóficos mis interrogantes, pero así me sentía. Igual ahora volvamos al guía y el mate, porque acá es cuando aparecen las respuestas o aclaraciones. Sören comenzó el recorrido, al que se sumaron más personas, las cuales eran todas de la ciudad e hinchas. ¿Raro? Pensé lo mismo. Nos fuimos adentrando en el estadio y, sin que se lo pidamos, nuestro amigo nos resumió en español todo lo que les decía a los otros participantes. Pasamos por la sala de doping, los vestuarios y llegamos al túnel por el que salen los jugadores a la cancha… Listo, bombazo. Fue un flechazo al corazón, te enamoras.
Eso ya me sacudió y, cuando estábamos en la parte alta, Sören nos comentó sobre las frases que estaban en dos de las tribunas del estadio: «Kein fußball den faschisten» (No al fútbol facista) y «Kein mensch ist illegal» (nadie es ilegal), y nos dice: «Esto es muy importante para mí y para el club». Ahí nomás nos contó que cuando alguno de los hinchas se pasa de la raya (léase grita cosas ofensivas o que no coinciden con los pensamientos de los hinchas del club, básicamente todo lo que indicaba el cartel de El Dorado), los mismos hinchas de encabronan con él y le piden que deje de hacerlo. ¿Extraño? ¿Cuántas veces vieron a un hincha diciéndole al otro que no le diga «negro de mierda» a un jugador? Y para ser sinceros, a esta altura ya nada me parecía extraño y nos terminamos por dar cuenta de ello cuando fuimos a recorrer en profundidad el barrio de St Pauli. De allí sacaron el nombre del equipo, tiene como principal atracción la famosa avenida Reeperbahn, donde hay de todo empezando por un Mc Donalds, que tiene como vecino a un sex shop, que tiene como local lindero un bar, que a su vez tiene al lado una comisaria, y así puedo seguir todo el texto, porque allí se puede encontrar de todo. ¿Prostitución? Claro, y es LEGAL.
Pero Reeperbahn solo es una pequeña parte de este sector de Alemania y, ya en nuestra primera noche en El Dorado nuestro amigo alemán, ese que se había criado con el Muro de Berlín, nos recomendó no ir a aquella prestigiosa calle, sino que busquemos cosas alternativas: «Son las mejores y sobran». Ese día le hicimos caso y esquivamos la Reeper, aunque hay que admitir que la cruzamos. Pero, cuando al día siguiente tuvimos que decidir con unos amigos argentinos dónde ir a tomar algo, volvimos caímos en El Dorado y mis incógnitas ya más o menos se habían desvanecido. ¿Qué pasó? Esta vez nos pusimos a hablar con un germano entrado en años al que no le gustaba el fútbol, le molestaban los turistas («Igual con ustedes esta todo ok, eh») y que amaba las políticas del barrio. Mi estado de confort era pleno y, cuando a la mañana siguiente terminamos de hacer el tour con Sören, nuestro guía, le preguntamos adónde podíamos ir a tomar unas copas: «No vayan a Reeperbahn, vayan a Jolly Roger».
Esa noche, lamentablemente la última en la ciudad, nos abrigamos y encaramos para aquel sitio, que es literal frente a la cancha y es donde los hinchas se juntan a beber algo antes de los partidos. Dos pasos adentro y ya estabas un lugar mágico. Las paredes estaban revestidas de calcomanías, pasaba lo mismo con las lámparas y hasta con la barra. El techo tenía banderas de equipos amigos al St Pauli o de los distintos clubes de fan que tiene el equipo alrededor del mundo. Lo único que estaba impoluto era un escudo del club que se imponía a todo lo demás por tamaño. Sonaba un ska poderoso y más tarde se convirtió en punk, para luego darle lugar a canciones que hacen referencia a los Piratas. ¿Eso te voló la cabeza? En parte sí, pero cuando a todo eso le sumas que había gente de cualquier edad, literal eh, y tipos besándose sin que nadie les dijera nada o los mirara, ahí caí en la conclusión de que ese pedazo de Alemania ya no era Alemania, era St Pauli, el barrio que le dio los principios al club, y que todo eso forma un combo al que es imposible no respetar y querer.
- AUTOR
- Facundo Mirata
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