Fóbal
Aquel sueño azul
Corría el año 2001 y éste que les escribe contaba con trece años, soy de un pueblo donde el fútbol no es lo trascendente que a mi me gustaría y por aquellos años tampoco lo era. Recuerdo que asistía a la secundaria y comenzaba a practicar de forma asidua el deporte que tanto tiempo abarca en nuestra mente.
Pensando, soñando, rememorando fútbol hacemos de la vida algo más llevadero. Finalmente la redonda estuvo, está y estará presente en nuestra cotidianidad. Hasta que dejemos de respirar.
Me recuerdo a esa edad liviana de presiones, de preocupaciones y en la que necesitábamos poco para ser felices. Recuerdo que las tardes/noches entre semana eran fantásticas porque cerca de casa había un Club recreativo que tenía una canchita a la que acudíamos devótamente a entrenar. Eramos unos catorce o dieciséis adolescentes los que nos reuníamos y absorbíamos conceptos que después desarrollábamos en mayor o menor medida los sábados en una liga juvenil (que ganamos dos veces, hito todavía reservado para nuestro ego).
Por aquellos ya lejanos tiempos, la Federación Mexicana accedió por invitación a participar en la Copa «Toyota» Libertadores y se abrió un mundo nuevo para nuestros ojos y oídos. Para 2001 yo había vivido ya el Mundial de Francia 98 sin que alcanzara un estatus de religiosidad en mi retina. Con la Copa Libertadores fue distinto (y lo sigue siendo). Recuerdo muy bien ese equipo del Cruz Azul, no sé si la alineación exacta y completa, pero tengo presente al Conejo Pérez, Melvin Brown, Felipe Ángeles, el chileno Pablo Galdames, al matute Morales, al brasileño Pinheiro, a Tomás Campos, Héctor Adomaitis, Víctor Gutiérrez, al paraguayo Cardozo y por sobre todos los nombres a Juan Francisco Palencia. Debo aclarar que yo no soy hincha del Cruz Azul, pero ese equipo alcanzó (al menos en mi pueblo) un interés que quince años después no volví, y seguramente no vuelva a ver.
Me recuerdo perfectamente entre un cúmulo de personas en el único restaurante del pueblo que transmitía los partidos observando el ingreso de los celestes al «Gigante de arroyito» para jugar la vuelta de las semifinales. Espectaculares juegos pirotécnicos acompañados de un sinfín de papelitos que inundaban la cancha y en mi caso, el alma. Después, un juego memorable que terminó en empate a 3 y que le dio al Cruz Azul el pasaje a la final. Antes en cuartos los capitalinos dejaron en el camino al River de Ariel Ortega.
La final de vuelta por alguna razón la tengo más presente que la de ida, ese gol de Palencia y la Bombonera muda forman parte de mis recuerdos más presentes de éste deporte. Luego vinieron los penales y la gran actuación del colombiano Córdoba, el Virrey corriendo a festejar, me acuerdo perfecto que narraban tendenciosamente y que se denostaba al Cruz Azul.
Por aquellos años no llegué a dimensionar lo que un equipo mexicano estaba logrando, lástima que se le escapara ese título al Cruz Azul… sin embargo esos recuerdos que hoy brotaron de la nada, y que me tienen escribiendo antes de ir a laburar, son los que sembraron una semilla en mí, que me tiene hoy departiendo con un grupo de locos lindos a miles de kilómetros de distancia, del deporte más hermoso del mundo como diría el chileno Luis Omar Tapia.
Bendito seas fútbol, bendito seas por amalgamar la vida con el césped, nuestras historias con la redonda y por gestar hermandades ajenas a cualquier tipo de patrias. Aquel sueño azul, aquel lejano sueño azul fue el principio de todo.
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- AUTOR
- Abda Barroso
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