#Rusia2018xCR
Aquí no analizaremos el partido
Estoy en un colectivo de trayecto nocturno rumbo a mi hogar. La velada le pisa los talones a las doce de la noche. La Ciudad de Buenos Aires queda atrás y el viaje se hunde en una de esas entrañas de cemento que próximamente me depositará en la desolación del barrio en la medianoche. Los pasajeros van en silencio. El único que está parado soy yo. El estómago ruge, ya que no cené. Mi abuela se tensaría con solo saber que su nieto está sin comer desde las insólitas cuatro de la tarde.
Acto seguido, realizó otra acción que horrorizaría a la nona: sacar el celular en un transporte público. El consumo diario de noticieros, donde las noticias de hechos espantosos se condensan con propagandas de Levite Cero, deja como rastro una paranoia constante y rutinaria. No importa mucho eso, ya que las circunstancias son surrealistas. Argentina perdió 6-1 y Rusia 2018 más que un anhelo parece una pista en la cual un avión sin tren de aterrizaje se dispone a impactar. ¿Se puede pensar en otra cosa?
El celular oscurece su pantalla para cargar el video con los highlights, y yo observo mediante el reflejo de la oscuridad de aquel espejo improvisado a mi rostro extenuado tras una jornada de estudio-trabajo-estudio que se había extendido hasta las quince horas de duración. Mis ojos parecen apagados, mi barba se ve como la de un rebelde escondido en la selva desde hace varios días y mi pelo renuncia a cualquier standard. Si uno tuviera percepciones microscópicas, podría ver en mi faceta las migas de un alfajor devorado a media tarde, rasguños de jabón de una lavada de cara a las apuradas y condimento barato para ensaladas en la comisura de los labios.
Por estar teniéndome solo con una mano casi me caigo en el piso del bondi. Oficialmente ya había tenido más actividad que Wilfredo Caballero en el cotejo. Mientras me reacomodo, veo los goles españoles y tengo la sensación de estar presenciando una filmación casera de los partidos que jugamos los sábados con nuestros amigos. Quizá me quedé dormido en la facultad y simplemente lo soñé. Alguien habló de Guerra Civil Española, o del número de la bestia, o de los seis años al mando del gobierno de Raúl Alfonsín, hijo de españoles, y yo simplemente descendí esas palabras a mi presencia onírica. Pero no fue así. Los memes que se difunden en grupos de WhatsApp lo confirman. Esto fue una humillación que no olvidaremos por un largo tiempo.
Me preguntaba qué se podía hacer ante tamaña situación de desolación y desorden. Desorden en especial, porque resiste cualquier análisis. Es desprolijo este 6-1, es un resultado de una partida de Play Station en modo fácil, un desprendimiento de un bug del Football Manager o uno de esos partidos del Winning Eleven en el que estás aburrido y te empezas a hacer goles en contra. ¿Cómo se explica un 6-1? Creía que mi tarea más ardua había sido tener que hacerle comprender a un australiano lo que era el peronismo, pero esto me desborda. Deberíamos pactar como sociedad el hecho de que aquel match salió 4-1. Un resultado duro, pero normal. Un 4-1 se supera, suena hasta más elegante en lo que es la tristeza de una derrota. Pero un 6-1 es un viaje ácido.
Por eso aquí está mi último recurso. Y es escribir en estas líneas lo que creo inevitable. Pausar mi ateísmo y creer que en algún rincón del universo, o del Conurbano, hay una fuerza mística dispuesta a tomar mis palabras y cometer exactamente lo contrario. Tapar mi boca con un resultado sensacional, épico, de Argentina en la Copa del Mundo. Que en un futuro próximo, los lectores vean esta nota como un vaticinio errado, que citen mi caso como “el boludo que no le tenía fe a nuestros muchachos”. Que mi predicción pase a ser la más errada de la historia del fútbol y la economía mundial. Que me crucifiquen. Yo, con las manos trabadas y ensangrentadas por clavos oxidados, sonreiré para mis adentros, porque amén del dolor insoportable de la crucifixión, somos campeones del mundo. ¡O mejor aún! Que me revoquen la ciudadanía, obligando a exiliarme en Uganda. Yo reposaré en alguna cama de paja en las profundidades de una aldea centroafricana, sin nada más que animales salvajes y un inmenso cielo oscuro orquestado por grillos del tamaño de una mini-heladera. ¡Y aún ahí, a kilómetros y kilómetros de distancia, sonreiré bendiciendo las lluvias en África, porque somos los mejores del mundo, porque vi a mi selección levantar el trofeo más lindo que existe!
Con las debidas aclaraciones hechas, no puedo hacer más que desenvolver el mayor de mis temores, que creo que hoy ha tomado mucho cuerpo de realidad. Argentina no puede hacer otra cosa más que desintegrarse en Rusia 2018. Y me refiero a esto de forma literal. Porque el fracaso será tan mayúsculo, que desembocará en una pelea de carácter monumental entre los jugadores. Sergio Romero golpeará a Willy Caballero. Jorge Sampaoli intentará calmar los ánimos con música del Indio Solari, pero Gonzalo Higuaín aparecerá para decir que jamás le había gustado escuchar a El Bahiano, rompiendo a las patadas el equipo de música del entrenador. Lucas Biglia y Javier Mascherano se trenzarían a las trompadas, Nicolás Tagliafico intentaría separarlos pero se ligaría una él también. Ahora se suman Marcos Rojo y Ever Banega. Lionel Messi observa la situación y llama a Martín Arévalo para decirle que renuncia a la selección. Acto seguido, le aplica una brutal piña en el estómago al periodista. Excitado por tamaña acción de su capitán, Nahuel Guzmán sale a la cancha con una bandera de la Tupac Amaru y empieza a reclutar a sujetos interesados en hacer la revolución. Busca en las tribunas y en el FanFest. Se le unen un panameño, dos neozelandeses y un iraní que estaba tan ebrio que le arrojó las llaves de su auto rentado al juez de línea.
En nuestro país, el caos no sería menor. Hay tanta indignación con la paupérrima actuación en Rusia que una marea popular se aproxima a la Asociación del Fútbol Argentino para prenderla fuego. Cuando se enfilan los primeros bidones de nafta para tamaño siniestro, un sujeto calvo grita desde el fondo que el combustible está carísimo, y si no era una pelotudez usarlo para hacer en llamas un edificio que no era el culpable de que nuestro equipo sea espantoso. La gente comienza a reflexionar y ocurre una revelación colectiva. ¿Cómo funciona el mercado de la nafta y, a la vez, la orquestación de indignación social y su pose sobre chivos expiatorios a través de la explosión de la massmedia, dos senderos que habían descendido en aquella conglomeración que ahora repensaba su vida en la calle Viamonte?
Héctor, un profesor de Filosofía, se dispuso a explicar el dilema de la caverna de Platón, mientras en una esquina Marcela, licenciada en economía, daba detalles de cómo se manipulan precios en la economía doméstica para favorecer a unos pocos. Instruidos, ahora la marea popular se aproxima a la Facultad de Ciencias Sociales, en donde se realizan intensos debates con peronistas, comunistas, trostkistas y maoístas sobre el rol del Estado y la necesidad de mayor conocimiento para no ser tan susceptibles al miedo que buscan inspirarnos los medios hegemónicos en cooperación con las multinacionales, para así ser más maleables ante un sistema que siempre exige comprar para alcanzar la felicidad.
La marea popular, ahora sumida en una posición intelectual, se dirige a la Quinta de Olivos para exigirle la renuncia al presidente Mauricio Macri. Éste estaba en Rusia viendo a la selección, por lo que concurren a hablar con la vicepresidenta Gabriela Michetti, que también estaba en suelo ruso. En efecto, el único funcionario que estaba en su cargo y no en el Mundial era Rodolfo Berretieta, portero del edificio del Ministerio de Salud. Rodolfo saludó a toda la gente, esta le devolvió el saludo y le explicó que, en la línea de sucesión, él era el único funcionario a cargo. Rodolfo dijo que él estaba muy ocupado con su colección de discos de Donna Summer y que no tenía tiempo para ejercer el poder ejecutivo, por lo que se mostró dispuesto a cederlo a la marea popular. Ellos respondieron que en realidad debía llamar a elecciones, Rodolfo dijo que bueno, y más tarde esa misma noche se celebraron los comicios.
Un vecino del Ministerio de Salud que observaba la situación llamó al ex presidente Macri para comentarle del derrocamiento. Macri respondió “Qe serie me recomendas en netflix? No entendí Merli”. El vecino, que era pariente de Juliana Awada, por eso tenía el número del ex mandatario, le clavó el visto.
Horas más tarde, Nadia Pedrabia, nutricionista de la UBA, fue electa presidente de la Argentina, con el 3% de los votos. Eran tantos los candidatos que se presentaron que con tan pequeño porcentaje bastaba para ser elegido. Segundo quedó Daniel Scioli, quien pasaba por ahí y apostó a sumarse a la contienda. Debió haber ido a un ballotage pero decidió desistir porque se sentía un poco mal del estómago.
La presidente Pedrabia diagramó la creación de diferentes comités de asistencia social para normalizar al país y traer la paz nacional. No logró que algunas provincias aceptaran su mandato, por lo que concedió la independencia a San Luís, Río Negro y Monte Huésped, un pueblo del sur de Santiago del Estero que aprovechó la voleada para ser autónomo. Desde Rusia le llega un telegrama a la nueva líder de la nación, en donde se confirma el derrocamiento de Vladimir Putín a manos de una tropa anarco-comunista liderada por el rebelde Nahuel Guzmán, único integrante del equipo argentino que se había quedado en Rusia para desarrollar su carrera política.
El resto de sus compañeros regresó a la Argentina, con moretones, ojos morados y dientes caídos a causas de las 312 peleas internas que se desarrollaron entre el último partido, vestuario y vuelo. Cuando pusieron pie en suelo nativo, su país había cambiado tanto que ahora les era irreconocible.
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
Comentarios