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Benfica y un demonio húngaro
Hablar del Benfica es hablar de la institución más significativa de Portugal, donde los treinta y seis títulos ligueros lo muestran como el más ganador. Su nombre sobrepasa los límites del fútbol portugués, y por su historia, está entre los más importantes de Europa. Equipo exportador como pocos, es la «fuente» de varios equipos poderosos del Viejo Continente. Sin ir más lejos, durante el receso vendió al arquero Ederson al Manchester City, al sueco Víctor Lindelof al Manchester United y Nelsón Semedo al Barcelona en la suma, nada despreciable, de cien millones de euros. Casi nada. Si se retrocede un poco más, Nicolás Gaitán, Ángel Di María, David Luiz, Nemanja Matic, Renato Sanches o Fabio Coentrao, entre tantos, inundaron las arcas de las Águilas.
Volviendo al plano futbolístico, el conjunto lisboeta tuvo su época dorada durante los comienzos del 60. Con la superioridad ya conocida en el ámbito local, llevó su poderío a nivel continental. Con el arribo de Eusébio Da Silva Ferreira, un delantero mozambiqueño que se cansó de romper redes en el Maxaquene, donde marcó 77 goles en 42 partidos; fue el inicio de un gran amor. Si bien no fue parte activa del plantel que obtuvo la Copa de Europa de 1961, la Pantera sería el gran responsable del reconocimiento mundial del Benfica. Ni hablar de Béla Guttmann, el entrenador que «puso las fichas en su lugar» para hacer de su plantel un rival competitivo. En aquella final, disputado en el estadio Wankdorf de Berna, el combinado portugués venció al Barcelona de Lazlo Kubala, Sándor Kocsis y Luis Suarez por 3-2, con Mario Coluna como una de las figuras.
El Glorioso no pudo repetir en la Copa Intercontinental, donde cayó en el partido desempate por 1-0 frente al Peñarol de José Sasía, Luis Alberto Cubilla y Alberto Spencer. Un año después repitió la conquista del mayor torneo europeo al vencer al Real Madrid por 5-2. El Olympisch Stadion holandés fue testigo de una remontada histórica por parte del combinado luso, que tuvo en Eusébio el artífice principal. Alfredo Di Stéfano, Ferenc Puskas y Paco Gente fueron testigos del poderío de la Pantera de Mozambique, José Águas y José Augusto, quienes se combinaron para marcar quince goles a lo largo del torneo. Pero al igual que la edición anterior, se tuvo que conformar con el segundo puesto en la Intercontinental, esta vez fue el Santos de Pelé, Coutinho y Pepe, el verdugo.
Cuando el Benfica estaba destinado a crear una dinastía similar a la del Real Madrid en los ’50, la dirigencia optó por despedir a Béla, quien había reclamado un aumento de sueldo por los laureles conseguidos en los últimos años. Claro, según alguna «leyenda urbana», el entrenador había pedido en su llegada al club un premio por cada conquista internacional, y tan poca era la fe de los mandamás de la entidad que declinaron el pedido. Dos ligas, una Copa de Portugal y dos Copa Europa eran «la chapa» del excéntrico director técnico. Pero su despedida no fue nada feliz ya que el oriundo de Budapest «escupió» la peor maldición: «En cien años desde hoy, el Benfica sin mí no ganará una Copa de Europa». Nadie escuchó y mucho menos, le dio importancia. Obviamente, con la Perla Negra y la continuidad de una plantilla gloriosa no parecían perder el rumbo. Pero…
Con el chileno Fernando Riera en el banquillo, el Benfica volvió a llegar al encuentro decisivo de la Copa Europa de la temporada 1962/63. El rival de turno fue el Milán de Gianni Rivera y el mítico Wembley el escenario del comienzo maléfico. El Rossonero se quedó con su primer trofeo europeo gracias a un doblete de José Altafini (Eusébio había puesto en ventaja a la Águilas). Dos años después, los portugueses volverían a la cita final del torneo más importante del continente. A pesar de contar con el quinteto Eusébio-José Augusto-Mario Coluna-José Torres-António Simoes en ataque, el catenaccio del Inter de Helenio Herrera, vigente campeón, fue irrompible y se quedó con el duelo por 1-0, gracias a un gol de Jair Da Costa. En 1965, cansados de ver como los títulos internacionales se les escapaban de las manos, los dirigentes recurrieron a Guttmann para volver a los primeros planos. Pero como dicen en el ámbito futbolero, «las segundas partes no son buenas». El Manchester United, en cuartos de final, fue el encargado de poner punto final a la relación Benfica-Guttmann.
Con un plantel que era la base del sorpresivo Portugal del Mundial de 1966, y un Eusébio consagrado como uno de los mejores futbolistas del mundo, los de Lisboa regresaron a la final de la Copa de Campeones de 1968 para medirse con un viejo conocido, el United de Matt Busby. Para tristeza de los lusos, Bobby Charlton y George Best mostraron su gran potencial y se quedaron con el duelo por 4-1. Quince años tuvieron que pasar para que el Benfica vuelva al partido decisivo de un certamen europeo. Para la temporada 1982/83, bajo la tutela de Sven-Göran Eriksson, se midió con Anderlecht en la final de la Copa UEFA. El desenlace no fue distinto a las últimas apariciones, y los belgas se quedaron con el segundo torneo en importancia de Europa. Un nuevo traspié que no hacía más que rememorar las palabras de Béla.
La maldición seguiría su rumbo cinco años más tarde, cuando Benfica cayó por penales frente al PSV Eindhoven de Guus Hiddink en otra definición de Champions. Hans Van Breukelen se quedó con el disparo de António Veloso y no hizo más que seguir abriendo la herida. Con el retorno del sueco Eriksson al banquillo, los lusitanos retornaron al último partido de la Copa de Europa del 89/90. Para tristeza de los fanáticos rojos, el contrincante fue nada más ni nada menos que el Milán de Arrigo Sacchi y los holandeses Ruud Gullit, Marco Van Basten y Frank Rijkaard, quien fue el encargado de marcar el gol de triunfo. Siete finales consecutivas perdidas.
El número aumentó a ocho con la caída en la edición 2012/13 de la Europe League a manos del Chelsea. Los argentinos Ezequiel Garay, Gaitán, Enzo Pérez y Eduardo Salvio fueron protagonistas de aquella tarde en el Amsterdam Stadium. Los londinense se quedaron con el cetro gracias a un gol de Branislav Ivanovic a los 93 minutos. El año siguiente el panorama no cambió y la derrota fue aun peor. Los dirigidos por Jorge Jesús se midieron con el Sevilla. El partido terminó 0-0 durante los 120 minutos y los de Nervión ganaron por penales, con Beto como figura tras atajarle sus respectivos penales a Óscar Cardozo y Rodrigo. Dicen que de los segundos no se acuerda nadie. Si fuera así, Benfica sería poco reconocido al perder nueve en fila, ese calvario que comenzó con Guttmann en la final de la Copa Internacional de 1962. Pero como obviar esas palabras del húngaro que todavía retumban en el «Da Luz».
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- AUTOR
- Claudio González
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