América
Binacional, un equipo a la altura
Allá arriba en la montaña, a más de 3800 metros por encima de nuestra cotidianeidad, donde las nubes rozan las caras de las cholas cuarteadas por el sol reseco de la puna, todo cuesta un Perú. Los movimientos son lentos y el aire vale oro en Desaguadero, una ciudad dual a orillas del lago Titicaca y en la que el río del mismo nombre une a dos naciones, Bolivia y Perú.
Por eso, llama la atención que Juan Carlos Aquino Condori se mueva tan ágilmente. Aquino es un tipo pillo, entrador y carismático. Un político de raza que habla con voz firme y segura, en claro contraste con los habitantes bastante más sosegados de la región de Puno, del lado peruano del asunto.
En 2010, Aquino era el alcalde de esta ciudad que parece estar a medio terminar, con casi todas sus construcciones con paredes sin revocar, y entre tanta actividad política se le ocurrió fundar un club de fútbol al que bautizó Deportivo Binacional, en obvia referencia al contexto geopolítico en el que vivían sus poco más de 8 mil habitantes y al mismo nombre del puente que los unía con los cerca de 5 mil bolivianos del otro lado.
Al principio, sus posibilidades eran modestas, no iban más allá de disputar la Liga superior de Puno, un torneo tan precario que la organización tenía problemas para encontrar canchas y completar las fechas. Pero Perú tiene una ventana para entrar al fútbol grande tan surreal como integradora y es la Copa Perú. Una competición sui generis única en el mundo en la cual a través de ir sorteando distintas etapas primero distritales, después regionales y provinciales hasta por fin llegar a la etapa nacional, cualquier hijo de vecino puede terminar jugando en el Estadio Nacional con un poco de suerte.
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A eso apuntó Aquino y el Binacional, y en el 2011 ya estaba jugando la etapa nacional de la copa. Dispar fue la suerte del club en los sucesivos años en el torneo copero, pero Aquino apuntalaba su ambición de poder, escalando en la política local mientras no le sacaba el ojo a su rebaño futbolero. Pronto pasó de ser alcalde de Desaguadero a alcalde de la Municipalidad Provincial de Chucuito y, de esta forma, ampliaba sus fronteras de funcionario público y también de financiación.
El 2016 fue un año de progreso y cambios en su terruño. El alcalde estuvo muy ocupado inaugurando obras. Agua potable en una localidad, una cancha sintética en otra, colegios de educación inicial en dos ciudades y la iniciación de un proyecto que la comunidad esperaba hace más de 20 años. La pavimentación de un tramo de ruta que va desde Desaguadero a Tacna y con eso, la oportunidad de mayor caudal comercial con el resto del país. Aquino habla rápido y actúa aún más rápido. Exhorta a las autoridades provinciales para que cumplan con el plazo de los pagos y así cumplir con su programa de gobierno. Pero Binacional estaba condenado a flotar en la medianía del fútbol departamental a contramano de su ambición como político, ya que Desaguadero no ofrecía mucho más que lo que había dado hasta el momento. Poco público, poca recaudación, nula posibilidad de hacer un estadio y escaso atractivo para atraer a jugadores profesionales que puedan dar un salto de calidad al equipo.
Por eso ese mismo año y antes de comenzar con el raid de pomposas inauguraciones en su comarca, Aquino viajó a Arequipa y después de analizar varias opciones, se decidió por comprar al Club Escuela Municipal de Paucarpata y fusionarlo con Binacional, quedando su nombre actual: Club Escuela Municipal Binacional. El equipo necesitaba codearse en una Liga departamental más competitiva y cerca de una gran ciudad para encontrar un océano fértil donde pescar jugadores con mejores condiciones técnicas.
La experiencia arequipeña fue ambigua. Por un lado, Binacional no consiguió contagiar a una población con una oferta deportiva mucho más interesante que un novato equipo de entusiastas venido del costado más incómodo del país. Pero a nivel deportivo el club tuvo un crecimiento exponencial y se convirtió en la revelación de la etapa distrital de la copa, con jugadores recolectados de esa zona del sur del Perú, en muchos casos con experiencia en la primera división y a los que le pagaban suntuosas sumas, desembolsando cerca de 120 mil soles por mes para mantener un plantel muy por encima de las posibilidades de sus adversarios regionales. Fue sorteando las etapas de la copa holgadamente. En algunos casos, hacía de a 10, de a 15 goles por partido, y llegó al cuadrangular final, pero cayó sin poder lograr la copa ni el cupo a la primera división.
Los asuntos de la política empezaban a complicarle la vida a Aquino. En mayo de ese mismo año fue azotado con latigazos en la plaza principal por un grupo de tenientes y gobernadores del gobierno de Puno debido al incumplimiento de la promesa pre electoral de construir un edificio para las autoridades comunales. De a poco, los medios de comunicación locales se fueron plagando de acusaciones en contra del factótum de Binacional. Lavado de activos y poca transparencia en los números de su declaración jurada, entre otros chanchullos que no encontraban explicación, y en Arequipa ya era mirado con recelo.
En 2017, ya afianzado en la nueva ciudad, Binacional firmaría la primera gran hazaña de su historia. La Copa Perú, una vez más, cumpliría con sus expectativas y coronaría a un club jovencísimo de una región que raramente firma equipos en la primera división del país, en una estadística no alejada de la polémica porque el club ya no era ni de aquí ni de allá.
Mientras Aquino hacía y deshacía a su antojo, fue apuntalando al conjunto con contrataciones cada vez más importantes para su estreno en el Campeonato Descentralizado, la primera aventura enteramente profesional de la institución.
Binacional finalmente fue competitivo. Más de lo que se esperaba, y terminó clasificando a la Copa Sudamericana 2019 en la que perdió en primera ronda con Independiente. Pero ese año lo vería hacer las valijas otra vez al equipo. Aquino, tan convencedor nato de votantes, no pudo replicarlo con los hinchas. Con tan poca gente en el Estadio Nacional de la UNSA donde jugó de local en Arequipa, el presidente comenzó a hacerse a la idea que lo mejor sería volver a su tierra, y aunque Desaguadero no contaba con ninguna infraestructura para albergar a un club con las pretensiones de Binacional, sí la tenía Juliaca, una ciudad de casi 300 mil habitantes y la misma altitud que su ciudad progenitora. Pero antes debía adecuar las instalaciones del estadio para contar con el aval de la federación peruana de fútbol, cosa que le llevaría un tiempo que no había para llevar a cabo semejante obra. Igualmente, Binacional empacó y se fue a un nuevo destino: la ciudad de Moquegua, un enclave en el sur de Perú, muy cerca de la ciudad de Tacna, donde esperaba jugar el tiempo que fuese necesario para remodelar el estadio de Juliaca con la intención también de que los resultados deportivos vayan de la mano con los económicos.
En Moquegua, con un perfil más bajo y alejado de los puestos más candentes de la política local, Aquino se dedicó por completo a desarrollar su idea en el club a través de su influencia en la zona. A los pocos meses de estar allí, consiguió por fin y después de mucho batallar, que la federación peruana incluyera al Estadio Guillermo Briceño Rosamedina de la ciudad de Juliaca, como apto para ser usado en la competición. Y terminó jugando el campeonato entre Moquegua y Juliaca, donde hizo de él un reducto impenetrable a más de 3800 metros sobre el nivel del mar. Más alto que la temida La Paz. Más alto que el cielo mismo.
Allí, Binacional fue inexpugnable en el Campeonato del año pasado. Sólo perdió un partido en toda la temporada, frente a Sport Huancayo, equipo también acostumbrado a lidiar con el poco oxígeno de los Andes. Tan importante fue mudarse a Juliaca que, en la finalísima del Torneo Descentralizado frente al poderoso Alianza Lima, le marcó cuatro goles de local. En Lima terminó sufriendo pero con un global de 4-3 se consagró campeón máximo del Perú en un tiempo récord.
Ya para los partidos con los equipos grandes del país, el estadio Briceño Rosamedina contaba con un marco propio de un equipo importante de primera división. Finalmente, el pueblo le entregó el corazón al joven Binacional y así fue que para la final con Alianza Lima no solo que el estadio se llenó con las poco más de 20 mil personas de su aforo, sino que se vivió una gran previa desde muy temprano. Una expectativa que nunca se había visto en la ciudad por un acontecimiento deportivo, con aglomeraciones en las puertas desde muy temprano, reventa de entradas a precios estratosféricos para una comunidad empobrecida y, claro, las corridas del caso.
Tanta demostración de cariño por el equipo resultó que una vez confirmada la participación de Binacional en la Copa Libertadores, Aquino pusiera manos a la obra para retribuirle a la comunidad esa incondicionalidad. Es que el estadio de Juliaca no contaba con todas las normativas lumínicas para recibir a un torneo cada vez más pretencioso, casi a contramano de la realidad económica de un continente tan castigado, y pocos creían en la posibilidad de ver a Binacional en el Briceño Rosamedina; pero para Aquino fue cuestión de estado.
Imposibilitado de cumplir con los procesos en tiempo y forma, burocracia mediante porque el estadio es propiedad del estado, para que el gobierno de Puno avanzara con la instalación de la iluminación Aquino involucró hasta el mismísimo presidente de la república y logró que rápidamente se construyeran los postes, se importaran las luminarias y que la Conmebol postergara la revisión del estadio para cuando estuviera todo instalado.
«Tiembla River», tituló el diario Líbero el 15 de enero de 2020 cuando finalmente la Conmebol confirmó que el estadio de Juliaca era apto para recibir al equipo más poderoso del continente.
La historia reciente es más conocida. Binacional debutó con una victoria ante el poderoso Sao Paulo de Brasil en un estadio colmado y excitado e hizo ilusionar a propios y extraños de que su visita a Buenos Aires sería histórica; pero su inexperiencia en la competición internacional le jugó una mala pasada no solo en el resultado, que terminó siendo una catastrófica goleada de 8 -0. Es que las graves fallas en la logística del aún incipiente club, hicieron que los jugadores tuvieran que cambiar de hotel debido a que el mismo no cumplía con los requerimientos mínimos para albergar a un plantel profesional de fútbol. No sólo eso, se había omitido alquilar un campo para que el equipo entrenara en Buenos Aires y tuvieron que salir de urgencia a conseguir uno. Pero con tan poco tiempo de acción apenas pudieron conseguirlo sobre el límite de lo necesario.
La pandemia que todavía hoy sigue manteniendo al mundo en un letargo interminable le puso pausa por el momento a la aventura de Binacional por América y a las críticas que recibió por parte de la prensa peruana el equipo, al que acusaron de haber ganado el campeonato por la ventaja que supusieron los casi cuatro mil metros de altitud de Juliaca, agregando que estos son insuficientes para jugar torneos internacionales con el nivel de improvisación de un conjunto que hasta hace poco tiempo jugaba etapas departamentales de una copa tan bizarra como la de Perú. A Juan Carlos Aquino parece no importarle demasiado y sigue, por los motivos que fuere, inyectando dinero y concentrando la energía en un proyecto diseñado íntegramente por su persona, y maneja todo como un polímata.
Por el momento, no sabemos hasta donde piensa llegar con su Binacional y si en definitiva es filantropía u oportunismo político. Mientras tanto, el pueblo de la región de Puno, tan olvidado y hasta en muchos casos despreciado por la supremacía del llano, disfruta de un momento deportivo único que por ahora sigue tomando altura.
- AUTOR
- Horacio Ojeda
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