No de moda
Bob Bishop tenía razón
Un telegrama urgente llegaba desde Belfast a las manos del hombre que tenía a su cargo el proceso de reconstrucción de un equipo que sólo tres años antes, el 6 de febrero de 1958, había perdido a buena parte de sus ‘Busby Babes’ en un accidente aéreo en Munich. “Creo que te he encontrado un genio”, informaba seguro el remitente, ojeador de lujo que dos décadas después, aún contaría con la sabiduría necesaria para entregar al genial Norman Whiteside a la causa «Red Devil», aquel que se consagraría con su soberbia actuación en España ’82. El mensajero, conocedor de aquellos mínimos detalles que diferencian a un futbolista bueno con uno de élite, que sabía determinar aquellos defectos que el tiempo dejaría en anécdota y resaltar las virtudes de quienes se convertirían en figuras era Bob Bishop, el principal ojeador de Manchester United en Irlanda del Norte, y había visto a un chico de quince años, flaco y desgarbado, cuyas promesas de estrellato se dibujaban en gambetas e irreverencia.
Rugbier en sus años infantiles, su propia rebeldía fue muy probablemente la que lo llevó al fútbol en contraposición de la negativa de su padre a que lo practicara. El 14 de septiembre de 1963 en la victoria por la mínima de su Manchester United ante West Bromwich Albion, ese chico que se había vuelto a su tierra al día siguiente de su llegada al club y regresó un par de semanas después tras una charla entre su padre y el propio Matt Busby, ilustre receptor de aquel telegrama, George Best, hacía su debut profesional en el United iniciando una carrera tan fabulosa dentro del field como controvertida fuera del rectángulo de juego.
Gambeteador empedernido, rápido e irrespetuoso con cuanto rival se le ponía en el camino, dueño de un cambio de dirección con balón dominado envidiable incluso para muchos de los más grandes de la historia de este deporte, Best fue el primer heredero de la dinastía de la camiseta número 7 del United que había comenzado Jimmy Delaney en los años ’40 pese a no utilizarlo con exclusividad, pero sin dudas fue el mejor de todos y el que lo convirtió en leyenda. Fue mediático como Cristiano Ronaldo cuando la televisión era incipiente, fue irreverente como Eric Cantona pero a la enésima potencia y su sex appeal le ganó por goleada al de David Beckham, llevando a su alcoba a cuanta mujer se propuso.
Nacido en Belfast el 22 de mayo de 1946 cuando se disipaba el humo de la cruenta Segunda Guerra Mundial que había finalizado meses antes, Best marcó 179 tantos en 470 presentaciones con la camiseta de Manchester entre aquel debut ante WBA y la derrota ante Queens Park Rangers del primer día del fatídico 1974 que vio al United descender de categoría. Los tiempos de aquel excelso jugador que nadie supo exprimir como Sir Matt Busby habían terminado con dos ligas inglesas, una Copa de Europa y un Balón de Oro europeo entre otros galardones y con el orgullo y la distinción de haber formado una trilogía extraordinaria con Bobby Charlton y Denis Law. Luego, ‘Beastie’ pasó por varios clubes británicos y norteamericanos con poca gloria y muchas penas, derivadas en su mayoría de sus excesos con drogas, sexo y alcohol que lo llevaron a esbozar frases que definieron su vida como: «En 1969 dejé las mujeres y el alcohol… fueron los peores veinte minutos de mi vida” o “gasté mucho dinero en mujeres, alcohol y automóviles, el resto lo despilfarré”.
Los años fueron pasando y la salud de Best comenzó a perder la batalla ante sus excesos, hasta que en octubre de 2005 debió internarse por una infección renal que terminaría con su fallecimiento el 25 de noviembre de aquel año tras una dura batalla que probablemente decidió dar por perdida con aquel cartel que rogaba “no mueran como yo” en una foto aparecida en los periódicos británicos. Con sólo 59 años, uno de los más grandes exponentes de la historia del fútbol fallecía tres años antes que su propio padre. Se cuenta que aquel día, Best pasó a pura gambeta por las puertas del infierno y cambió de dirección hacia el paraíso desairando al propio demonio, mientras a Dios le llegaba un telegrama de manos de un ángel: “Creo que le he encontrado un genio”. Lo firmaba Bob Bishop. ¿Quién podría decir que se equivocó?
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- AUTOR
- Nicolás Di Pasqua
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