América
Brasil 2014: ¿El Mundial de Messi?
La cita máxima en Rusia está a la vuelta de la esquina. Una meta que pareció, en un momento, difícil de alcanzar -y mirá si hubo que sufrir- anuncia su arribo con destino a Moscú en poco tiempo. Los fantasmas de una posible no clasificación de la Argentina se disiparon con el 3-1 categórico ante Ecuador, en la última fecha de las eliminatorias, con una performance deluxe de Lionel Messi.
De él hablaremos aquí. Pero nos permitimos viajar casi cuatro años en el tiempo y depositar el ojo analítico sobre el rosarino para vislumbrar sus actuaciones en lo que aconteció en Brasil 2014, ya que, desde un primer momento, las miradas, tanto del público como de la prensa, o del mismo mundo del fútbol, se posaron sobre lo que iba a suceder a partir de su zurda.
Una cosa tenemos en claro. La copa versión ’14 parecía ser la gala en donde Messi pisaría con más fuerza en la alfombra roja. Si bien, como en toda competición, hay estrellas de talla y calibre que aparecen y obnubilan con su mera presencia a los espectadores, la impronta que generaba el aterrizaje del ’10’ en tierras brasileras, sumada al funcionamiento colectivo que alcanzó el combinado de la mano de Alejandro Sabella, eran condimentos que hacían de su país uno de los candidatos. Esto, sumado a otros apellidos de élite como Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín, Ángel Di María, Javier Mascherano, entre otros, que conformaban una nómina más que interesante para rodear al mejor y acompañarlo a lo más alto.
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Pero, ¿qué pasó allí? ¿Fue realmente su Mundial? ¿Aplica el hecho de haberse llevado el premio al mejor de la competencia para decir que realmente lo poseyó, cuando el galardón máximo se posaba en las manos de los alemanes? A veces, dicen, nos quedamos con la última sensación de las cosas, con la imagen final, y no hacemos caso al recorrido. Y esa postal que quedó en la retina grabada será la de Messi subiendo las escaleras a colgarse, a medias, la medalla de subcampeón, mientras sus ojos se funden con el trofeo que descansa en una repisa esperando por él, como un niño que entra a un comercio y no se lleva su juguete, aunque lo divisa mientras se aleja lentamente de su deseo, de su felicidad.
Ahora bien, ¿cómo fue su camino antes de llegar a esa escena? Costa de Sauipe se vistió de gala, un 6 de diciembre del 2013, para cobijar a entrenadores, trajeados de la FIFA y hombres de impronta en este deporte, para develar cómo sería el cuadro inicial de la competición. La Albiceleste resultó ser cabeza de serie y compartió el grupo F con Bosnia, Irán y Nigeria. Un sorteo que inclinó la balanza para el lado del favoritismo, con el peculiar agregado de volver a cruzarse con los africanos, una costumbre que volverá a repetirse en unos meses, en la misma instancia.
El 15 de junio, a las 19:00 hs para ser exactos, el Kun sirvió, desde el círculo central, para el rosarino y ese fue su primer contacto con la pelota «Brazuca». El duelo primogénito lo tuvo frente a los bosnios en el mítico Maracaná, nada podía ser mejor. Sobre todo, si el líder comanda la batuta, arma una pared con el ‘9’ y define donde duermen las arañas para poner un 2-0 parcial que terminó en triunfo 2-1. Fue el puntapié de una serie de victorias, que continuaron ante los iraníes (1-0) y los nigerianos (3-2) con el astro como MVP, dibujando una de esas que él sabe hacer, perfilándose desde la derecha hacia el centro y sacando de su zurda el remate al segundo palo ante los asiáticos, y materializando un doblete frente a las Águilas, para sumar 9 de 9 y entrar a los mano a mano de la mejor manera.
Hasta allí todo marchaba a la perfección. La frase que marcamos al principio tomaba más fuerza. En octavos de final, frente a Suiza, revalidó ese mote. Porque Leo no es un goleador. Hay que ser obtuso para limitarlo a esa faceta del juego. Es conductor, es eje y es tiempo. Y ante los europeos lo fue, sacándose de encima a un hombre a los 117 minutos de juego y asistiendo al Di María para sellar el boleto a cuartos de final.
En esa fase, ante Bélgica, el destino quiso que le quede mansa una pelota al Pipita para conectar una volea y mandarla a guardar al lado del poste, decretando el 1-0 definitivo. Ante Holanda, en semifinales, la barrida de Masche ante la presencia de Arjen Robben, la arenga que salió de su boca y se metió en los guantes de Sergio Romero para convertirse realmente en héroe en los penales, y la pena máxima ejecutada por Maximiliano Rodríguez, hicieron que Lio esté ahí, a un paso, a un esfuerzo más de obtener lo que es esquivo desde 1986.
En la final esperaba Alemania. ¿Podemos llamarlo un clásico a esta altura? La vuelta que dimos ante ellos en el ’86, la que sufrimos en el ’90 y las eliminaciones de su parte en cuartos de final de 2006 y 2010 lo transformaron un poco en eso. En una rivalidad que, últimamente, nos tiene más de hijos que otra cosa.
Pero ahí estábamos. Ahí estaba él. Con un montón de condimentos encima. Porque era en Brasil -con quien compartimos el «Derby de las Américas»-, porque el anfitrión venía de comerse siete con el adversario de turno y, así todo, los apoyaban, porque el título del «mejor del mundo» cargaba una mochila que pesaba sobre los hombros de Messi más que nunca y porque el Diego pudo, ¿y él?, eje en donde radica la raíz de tan aborrezca comparación.
Su partido fue discreto. Un dribbling con remate cruzado que pasó cerca y no mucho más ante un rival que se plantó bien y le propuso una marca pegajosa. No hace falta ahondar en detalles. No es necesario traer a colación las chances desperdiciadas, ni qué sucedió cuando el árbitro pitó el final. El futbolero de ley sabrá, habrá hecho su duelo y entenderá. Y él también lo hizo.
«Si nos va mal en Rusia, tenemos que desaparecer», soltó el crack del Barcelona hace poco. La bronca perdurará hasta que decida colgar las botas. Él, más que nadie, sabe que en tierra escandinava puede estar su último tren y no quiere desperdiciarlo. Hoy, quizá, ya no se hable tanto de «su mundial», debido a que otras potencias emergen y las apuestas dan a otros como favoritos. Pero estará allí y una garantía habrá.
La vida es una foto. A veces son lindas, a veces remiten a recuerdos felices, otros no tantos. Los dos retratos que quedarán sobre él serán: el tiro libre fallido en el último minuto de juego, su último contacto con la caprichosa, lejos de aquel lleno de esperanza que tuvo ante Bosnia; y, más doloroso aún, aquella mirada perdida, que vagabundeó por todo un estadio colmado, pero realmente sin nadie alrededor. Sólo ellos dos, acercándose físicamente, pero alejándose en el afecto para volver a encontrarse, esta vez, en el Viejo Continente.
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- AUTOR
- Julián Barral
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