América
Brasil, la consagración de su idea y la contaminación del VAR
Doce años después, Brasil recupera la corona continental. Lo hace con señas identitarias, por la solidez de su partitura y por el bloque sólido que ha sabido conformar Tite. En su casa, esta vez el título no se le escapó y compitió mejor que nadie, si bien no desarrolló aquel fútbol tan vistoso que hoy parece de otra época. Con un estilo moderno y directo, dominó e impuso su juego a lo largo del certamen. El desarrollo de la Copa América estuvo contaminado por la mala utilización del VAR, su muñeca e interpretaciones muy disímiles, pero la Verdeamarelha respetó su filosofía e impuso su juego. Aún, con la primaria reprobación de la gente, y las vacilaciones que se generaron en los partidos en que no pudo romper el cero.
El Scratch exhibe virtudes que ya se le habían detectado en su marcha imparable por las Eliminatorias. Controla el juego, se defiende como un bloque uniforme sin fisuras, cuenta con un mediocampo dispuesto a cortar e iniciar cada ataque, y su dinámica ofensiva no tiene equiparación con otro equipo sudamericano, aún con la ausencia de Neymar, su jugador insignia. A ello, se añaden los altos valores individuales, la sensación de imbatibilidad que arroja Alisson, que solo sufrió un gol en seis partidos, y cómo el entrenador fue encontrando variantes mientras avanzaba el torneo. Del cambio de mediocentro al de los extremos.
Arthur protege la pelota como si con sus pies trasladara un cofre cifrado, conoce cuándo girar y dar agilidad a la jugada, y sus toques de crack muchas veces ayudan a dar continuidad a la acción. Casemiro oficia como un corrector constante, administrador de cada relevo, en detrimento de Fernandinho, que al principio ocupaba la posición. Y desde tres cuartos de campo en adelante, no brinda referencias por dentro y mantiene a ambos extremos bien abiertos, para hacer ancho el campo. Philippe Coutinho recibe con asiduidad entre líneas y una vez que gira se hace incontenible, pero también Arthur ataca la espalda de los volantes rivales mientras el ‘10’ se acerca a la base de la jugada. Roberto Firmino escapa de la zona central del área y ofrece apoyos por cualquier sector. La constante movilidad hace que la circulación del balón sea fluida, y aparezcan jugadores en zonas que no son la de su punto de partida.
La aparición continua de jugadores por carriles internos genera los espacios por fuera, y tanto Gabriel Jesus como Everton sacaron a relucir su capacidad de desnivel en los mano a mano. Sobre todo, en el caso del atacante de Gremio, que ingresó y convirtió en el debut con Bolivia, y así conquistó un lugar como titular. El joven extremo fue una de los figuras de la Copa, por su desequilibrio, desborde, gambeta y gol. Partía desde la izquierda y disponía del doble perfil, ya sea para llegar al fondo y centrar, o con el objetivo de enganchar hacia dentro y sacar el remate (goles ante bolivianos y peruanos, en primera ronda). La incidencia de los laterales también jugó a favor de los extremos, por su calidad para reconocer espacios y pasar a recibir como interiores. Así, propiciaban más aún los 1×1 por fuera.
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Gabriel Jesus tuvo otro rol, si bien partía desde la posición de wing y muchas veces profundizaba por su desnivel. Ofreció desmarques de mucha categoría y capacidad para atacar espacios centrales, cuando Firmino salía del área y liberaba la zona. La expulsión en la final terminó jugando una mala pasada al delantero de Manchester City, que comenzó jugando por dentro y, desde la tercera fecha, fue un wing tras las salidas de David Neres y Richarlison.
Tité construyó una estructura alrededor de su equipo que, incluso, le permitió atravesar sofocones y hacer pesar su jerarquía, como sucedió ante Argentina o en tramos del complemento durante la final. Sin embargo, una de las señas identitarias del equipo brasileño fue su poderosa presión tras pérdida. El equipo actuó como una jauría de perros para robar en los segundos posteriores a la pérdida del balón, con delanteros muy serviciales a ello, y de esa forma construyó muchos ataques rápidos. Un claro ejemplo es el segundo gol del partido definitivo, cuando una recuperación de Firmino en campo adversario sirvió al mismo tiempo de pase para Arthur. Cuando esa línea de asfixia era superada, Brasil replegaba y se defendía con sus líneas muy juntas, el gran nivel de su dupla central conformada por Marquinhos y Thiago Silva, y las ayudas de los extremos en fase defensiva.
Una mención aparte merece Dani Alves, que sigue mostrando su impoluta percepción de los momentos de partido, con una calidad extraordinaria para iniciar y hallar a sus compañeros en diferentes zonas. Su comprensión del juego hizo que su injerencia vaya más allá de la posición del lateral derecho, originando superioridades en la mitad del campo y creando asociaciones con mucha precisión. Sin duda, uno de los nombres propios que deja la Copa América, erigido en un hombre que ha vuelto a ser.
La conquista de la novena estrella realza el espíritu competitivo de la actual Brasil, y refuerza su valor de mejor selección de Sudamérica. Su entrenador conformó un conjunto que tiene una fisonomía diferencial, respetada a cada momento. Hubo partidos en que a la Canarinha le costó traducir en gol el gran dominio impuesto de entrada, pero a fin de cuentas ha sido superior a casi todos sus rivales, y cuando no pudo imponerse dio lugar a la jerarquía individual. Los errores arbitrales alimentaron sospechas, colaboraron en su andar positivo y contaminaron el desarrollo de la Copa. Es hora de volver al juego y eliminar la incidencia sobreactuada de elementos que se alinean a su alrededor, y allí Brasil supo imponer la idea que respeta desde hace tiempo.
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- AUTOR
- Nicolás Galliari
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