#TipsDeLosLunes
Brown & Yo
Como hincha de Independiente, siempre me resultó particular la forma que tenemos de recordar a Brown de Adrogué, próximo rival en el choque por los 32avos de final de la Copa Argentina. Para empezar, dicho cuadro es sinónimo de la que probablemente sea la segunda peor jornada en la historia de El Rojo. A las lágrimas que escapaban de nuestros ojos en la nefasta tarde del descenso, le es consecutivo nuestro debut en la B Nacional 2013/2014, cuando recibimos a El Tricolor en el Libertadores de América. Recordar aquel día es incómodo. Pero haré el esfuerzo por ustedes.
Hacerlo en forma de efeméride (este hecho tomó lugar hace cinco años y un mes) me aburriría. Me sale explicar cómo me sentía el 3 de agosto de 2013 recordando la pesadez de mis pasos cuando me aproximaba a las inmediaciones del estadio. La sensación era ambigua. El duelo de la caída en la segunda categoría tuvo una especie de cicatrización con la marea de refuerzos que arribó al team, sumado a esa sensación tan común como estúpida que implicaba el hecho de que una situación de crisis y oscuridad a veces podía ser un puntapié inicial para una reinvención, un comienzo fresco que evitara tropezar con los errores del pasado.
Pamplinas. El hecho de desconocer un escenario peor para nuestro equipo nos hacía aceptar que ya no existía el temor a caer en un abismo. Estábamos inmersos en él. Si a nosotros nos gusta visualizarnos como habitués del infierno, aquel día nuestra casa era el purgatorio. Estábamos en la B. Para los millennials, la condena era tener que tragar esta porción de la historia de Independiente. Padres y abuelos habían visto a este cuadro triunfar en Japón. Nosotros teníamos que ir a hacerle el aguante en un match ante Brown de Adrogué. No Peñarol, Flamengo ni la Juventus. Un equipo desconocido para nosotros que ahora era un casillero obligatorio para volver a primera. Las canciones de la hinchada habían cambiado, no hablaban de ganar sino de volver.
El otro asunto era el despelote. El único sendero viable era el ascenso. Arrasar. Cualquier alternativa implicaría padecer la estadía en la B como un castigo, ascender como sea, acumular puteadas partido tras partidos y tener que tolerar cómo conjuntos sin Libertadores en sus vitrinas podían burlar la solemnidad de la Avellaneda roja. Apellidos de trayectoria dudosa nutriendo el once titular, banderas exigiendo sangre y rumores de renuncia ¿del DT? no, del presidente. Monedas corrientes. Si alguien me preguntaba qué sentía en esos momentos, cuando los jugadores de Brown ponían pie en el campo de juego con sus remeras coloreadas y sus múltiples sponsors adornándolos, tendría que acudir a recursos oníricos. Era un mal sueño. Bah, nos obligábamos a creer que era un mal sueño. Que un día volveríamos a la máxima categoría, a copas internacionales quizás. ¿No existe algo así como el destino? Espero que sí, pensaba, porque en su primer partido, Independiente no demostró nada, decepcionó abruptamente y cayó por 2-1 -de local- frente a los dirigidos por Pedro Vicó. Si dependíamos de nosotros mismos, esto era entonces un puñetazo en la nariz. Ese día, en la platea, alguien vociferó algo que me quedó tatuado en la memoria. «Nunca vamos a ser felices del todo«.
Hoy, el contraste es tan fuerte que me permito traer el recuerdo de aquella tarde sin dolor. «Somos lo que hacemos para dejar de ser lo que somos», dijo Eduardo Galeano. ¿Es este equipo el que ganó la Copa Sudamericana en el Maracaná? En componentes, no. En historia, sí. Y exhibimos estas cicatrices como sobrevivientes, vitoreando a donde nunca, por nada del mundo, queremos volver. ¿Qué es Brown de Adrogué para los hinchas de Independiente? La prueba de que se puede ser gigante y sangrar.
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- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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