Historias
Burundi, el fútbol a la buena de Dios
Para Burundi, el 9 de junio de 2020 no fue un día más en su historia. Pierre Nkurunziza, presidente del país africano desde 2005, había muerto de un paro cardíaco según el reporte oficial. Días más tarde, después de conocerse que su mujer había viajado a Nairobi para tratarse de COVID-19, la teoría más firme era que el ex presidente había muerto a causa del coronavirus. Un año antes, tras varias protestas y represiones a la oposición, Nkurunziza había decidido que sus días como mandatario habían terminado. Ya no gozaba del apoyo popular que nació con su ascenso al poder, sino que con los años poco a poco se terminó de consolidar como un autócrata que, en un país asediado por la muerte y la guerra civil entre tutsis y hutus, lo único que buscaba era mantenerse en el poder lo máximo posible. Pero ¿Cómo hizo para mantenerse tantos años en el poder? Nkurunziza lo tenía claro: la respuesta estaba en el fútbol.
Para entender la figura del ex presidente hay que conocer su historia. Burundi era, junto al Congo y Ruanda, uno de los tantos países que la corona belga tenía colonizados y, para poder mantener su control sobre la población, instauró una sociedad de castas. Por un lado, los tutsis (grupo minoritario y colonizador) y por otro, los hutus (los cuales representaban el 85% de la población de esos países). Antes de la llegada de la corona, todos eran parte de la etnia bantú. Pero esta diferencia social escaló, a tal punto que, tras la oleada de independencias africanas en los años 60, esta sociedad de castas desató una sangrienta guerra civil por varios años. Un conflicto que dejó, según organizaciones humanitarias, más de un millón de muertos y cientos de miles de refugiados.
En Burundi el conflicto se acrecentó en 1993 tras la asunción de Melchior Ndadaye, primer presidente de origen hutu que representaba a la mayoría de la población y fue elegido democráticamente a través de los votos. Su asesinato a mano de los tutsis provocó una escalada de violencia como nunca antes había existido en el país. Uno de los ataques más sangrientos fue la noche del 11 al 12 de junio de 1995, cuando las fuerzas armadas tutsis ingresaron al campus de la Universidad de Burundi y asesinaron a más de 200 estudiantes hutus. Aquel día, Nkurunziza estaba como profesor adjunto y vivió aquel horror en primera persona. «… Ellos también trataron de asesinarme. Los atacantes dispararon a mi auto, pero yo pude salir y correr. Ellos incendiaron mi auto…”, contó años más tarde el ex presidente.
Nkurunziza se había graduado cuatro años antes de aquel episodio en la facultad de Educación Física y Deportes, ya que no le permitieron ingresar a la carrera de economía y al servicio militar por su ascendencia hutu. Siempre fue un amante del deporte, y en 2005, cuando llegó al poder tras los acuerdos de paz y las posteriores elecciones en el país, la idea de seguir vinculado al deporte rondaba en su cabeza.
Así fue como creó el Hallelujah FC, club del cual era no solo presidente, sino también jugador. Sí, mientras gobernaba el país, tres días a la semana Nkurunziza llenaba las redes de los contrarios. Y decimos llenaba porque la cantidad de goles que anotaba eran dignas de un jugador de élite: en 2013, convirtió 39 goles en 28 partidos. Ah, y todo eso nada menos que con 50 años. Con todos estos datos, salta a la vista cuán serios eran esos partidos. Sin disimulo, el ex presidente comenzó a utilizar su poder para darse todos los gustos y ejercerlo sin ningún límite.
Cuando asumió como presidente, el pueblo burundés soñaba con que su presidencia marcara un antes y un después en su historia. Poder dejar atrás las peleas del pasado entre hermanos y construir un país mejor. En cierta forma sucedió: la diferencia de castas entre tutsis y hutus acabó y, con ello, los sangrientos enfrentamientos. Sin embargo, Nkurunziza poco a poco comenzó a centralizar el poder en su figura y Burundi pasó de enfrentarse entre etnias a hacerlo entre seguidores del presidente contra opositores a su régimen. Gran parte de ese rechazo lo ganó cuando se postuló por tercera vez (su constitución solo permite dos periodos seguidos) y casi hubo una cuarta, la cual no pudo culminar debido a las grandes protestas en su contra que fueron reprimidas. Aun así, Nkurunziza tenía planeado seguir siendo parte del poder, autonombrándose como “Guía Supremo del Patriotismo” (sic), pero el coronavirus acabó con sus planes.
Viendo el nombre de su equipo, resulta obvio decir que era un devoto del catolicismo más ultraconservador y que se definía como “cristiano renacido” ante sus fieles. «El nombre del equipo simplemente agradece a Dios por lo que ha hecho por Burundi. En todo lo que hacemos, debemos recordar que es por él. Y cuando los fanáticos nos ven jugar con camisetas estampadas con la palabra Haleluya, no hay duda de que esta es una nación temerosa de Dios», afirmaba Nkurunziza en una entrevista a la BBC en 2007. Además de represiones furiosas a disidentes y múltiples violaciones a derechos humanos, el ex autócrata fue distinguido en 2009 por Assisipax Internacional (una asociación católica italiana) bajo el lema de “combatir la homosexualidad en su país”. “Estamos orgullosos de haber combatido esas prácticas”, dijo el ex presidente después de recibir el “premio”. Pero eso es apenas una de las tantas historias que contar bajo su presidencia. Hubo un hecho que lo marcó tal cual es y que recorrió los portales de todo el mundo.
En 2018, el Hallelujah FC se disponía a jugar uno de los tantos partidos que disputaba en la semana. Esta vez les tocaba enfrentar al equipo local, ubicado en Kiremba, una localidad norteña de Burundi. Generalmente, cada rival estaba conformado solamente por jugadores burundeses, quienes sabían que del otro lado estaba el presidente y de los cuidados que debían tener. Sin embargo, este rival tenía refugiados congoleños. Estos empezaron el partido sin saber que estaban jugando nada menos que contra el presidente del país. Así fue que más de una vez le sacaron la pelota e incluso, según cuenta AFP, lo hicieron caer varias veces. Nkurunziza, muy molesto por la situación, actuó de inmediato. Dio por terminado el partido y ordenó el arresto y encarcelamiento para el DT del equipo rival y su ayudante ¿Los cargos? “Conspiración contra el presidente” y “socavar la seguridad del Estado”. Desde aquel día, el ex autócrata se encargó de saber contra quién se enfrentaba cada partido.
Sus límites a la hora de ejercer su poder nunca tenían fin y gran parte de esos límites los sobrepasaba con el fútbol. Así fue como, además de tener su propio equipo donde jugar, construyó un gran estadio donde hacer de local con su equipo. Con capacidad para 100 mil personas y ubicado cerca de Vyerwa (su ciudad natal), sus grandes focos encandecían el terreno de juego en los partidos de noche, en un país donde solo el 2% tiene electricidad. A su vez, Nkurunziza había sido años antes DT del Union Sporting de Bujumbura, equipo de la Primera División de Burundi. Sin ir más lejos, el primer gran acercamiento que tuvo con el fútbol profesional fue cuando fundó Le Messager FC, un equipo que, gracias al incentivo económico de amigos del presidente, pudo llegar en cuatro temporadas a Primera. Sin embargo, a pesar de jugar con todo a favor, nunca logró salir campeón de su liga. «La asociación de árbitros es quizás la única institución a la que le queda algo de integridad», confesaba Désiré Hatungimana, director del sindicato de periodistas deportivos de Burundi en un reportaje en que aparece The Guardian en 2014.
Cada vez que le preguntaban a Nkurunziza que era lo que más destacaba de su gobierno, siempre hacía hincapié en la promoción del deporte y la inversión en infraestructura. Resulta irónico al pensar en un presidente tan interesado en el deporte que haya prohibido practicar “running” en 2014 por miedo a que, bajo esa excusa, la gente se reúna para protestar en su contra. Cada año que pasó bajo el mando del gobierno, más autoritario se volvió y más lujos se permitió. En 2017, tras la presentación de un extenso informe de la ONU detallando los graves delitos de lesa humanidad contra opositores al régimen, el miedo de altos funcionarios por ser investigados comenzó a sucumbir la estabilidad del gobierno. El ex presidente decidió que debía dejar paso a un sucesor, por lo que nombró a Évariste Ndayishimiye, su mano derecha dentro de su partido, para que pueda seguir gobernando.
Su muerte no cambió nada la vida de los burundeses: el país sigue siendo uno de los más pobres del mundo, con el PBI más bajo según el Banco Mundial y todavía no logra sanar las viejas heridas del pasado. Sin embargo, Nkurunziza dejó en claro que el fútbol no es solo un ocio, sino también un poderoso instrumento de poder.
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- AUTOR
- Bruno Scavelli
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