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Capitán Skype
El clima en Perth parece pecado. El mar inmenso baña las costas a una temperatura ideal. Jóvenes turistas se dejan llevar por las olas que peinan sus muslos desnudos, con un sol que, en el horizonte, comienza a esconderse para enmudecer al día. En la arena, comienza el número de los voyeurs, que se deleitan con los cuerpos livianos de ropa que obsequian su huella a aquellas playas diseñadas por lo angelical. Una muchacha alta y de flequillo rubio se desprende de su brasier. Es contrastada por un rubio grandote, extremadamente ebrio, que canta feliz apenas haciendo pie en el agua, sumergiéndose de vez en cuando para mostrar a todo el mundo sus nalgas pálidas.
Estamos en Australia, y es un domingo cualquiera. A un par de metros del elixir mencionado, el NIB Stadium regala a unos cientos de fanáticos el cotejo entre los locales, el Perth Glory, y la visita, el Melbourne Victory Football Club. Quedan unos quince minutos, y son los convidados quienes están logrando una victoria por dos a cero. Su entrenador se dispone a dar paso a un par de piernas frescas. Quien deja el césped es uno de los pocos extranjeros en el campo de juego, la estrella japonesa Keisuke Honda.
Abandona el match con algo de resaca por haber errado un gol hecho apenas comenzado el mismo, pero con la tranquilidad que le da la liviandad de su actual vida. Una liga carente de exigencias sesgadas, donde a medio potencial logra hacer la diferencia, y envuelto en un plató de banquetes deliciosos, dinero en abundancia y largas caminatas por la arena. Honda saluda a su sustituto, un muchacho rubio con un lunar en la nariz. Nunca supo su nombre, pero algo le dice que es Antonis, un pibe bastante tronco pero que cabecea hasta un camión cisterna. Un puñado de pequeños de no más de siete, ocho años, se le acerca y lo vitorea. Uno de ellos se le pone por delante y lo invita a una selfie. Algo le dice a Honda que los purretes lo detienen solo por sus rasgos diferenciados a ellos, que delatan su diferencia gentilicia y, a simple vista, su extrañez con los rostros a los que ellos están acostumbrados.
Todo esto dura un segundo. Los pequeños se van felices con su autofoto y Honda se deposita en el banco de suplentes. Un compañero intenta iniciar conversación diciéndole «Good match». Pero Honda no tiene muchas ganas de conversar y solo le devuelve una sonrisa por compromiso. Se obsequia el ver el final del partido con los botines fuera y reposando. Interrumpe su aposento un asistente. Bah, él cree que es un asistente. Es un gordinflón barbudo de gorra que viaja siempre con la delegación del Melbourne. Le dice que lo necesitan en el vestuario. En medias, Honda se dirige hacia dicho lugar. En un momento frena, pensando de avisarle al cuarto árbitro que abandonaba las inmediaciones del cotejo. Luego comprende que esos avisos no importan demasiado por aquellos pagos. Se reincorpora y continúa su marcha.
Al llegar a las comodidades del vestuario, Honda se encuentra con una escena digna de una película de James Bond adecuada a los tiempos actuales. Dos hombres de traje sentados sobre dos bloques de ejercicios, y una laptop abierta justo en el medio de ellos. Uno es Randy, su asistente personal. El otro, un ingeniero informático llamado de urgencia para solucionar unos defectos en la conexión a internet. El simbolito celeste del Skype se reluce en una esquina de la pantalla. Randy le hace una seña a Honda y dispone la aplicación para iniciar una videollamada. Mientras se desenvuelve la conexión, le explica al jugador que surgió una complicación con la convocatoria, ya que tres de sus llamados no estarían habilitados para jugar, por ende debía reacomodar su lista para los próximos amistosos del seleccionado.
La videollamada ya está disponible. El monitor descubre a Kifu, de mirada cansada, pelo algo despeinado y con un jardín destartalado de fondo. El día allá esta nublado. Él es el nexo entre Honda y el equipo nacional, futbolística e institucionalmente hablando. Le contará de potenciales sustitutos para el trío indispuesto. Honda aún está pensando en el gol que marró en el partido que estaba jugando hasta recién. No hizo a tiempo de cambiar el chip, metafóricamente hablando. Aún con el uniforme del Melbourne envolviéndolo, ahora se encontraba en su rol de entrenador de la Selección de Camboya, cargo que había asumido recientemente. Algunos dicen que el futuro ocurre cuando uno o más inventos se unen para reformular una profesión. Lo cierto es que nos da la sensación de que el japonés llevó el Football Manager a otro nivel.
Con el tiempo de su lado, él hubiera optado por rentar un avión y ponerse al tanto de la situación leyendo y releyendo mientras sobrevolaba los casi 7000 kilómetros que separan Melbourne –su residencia en Oceanía- de Nom Pen –capital camboyana-. Sin espaldas para poner pie en el sudeste asiático, esta es la forma alternativa en que el nipón conduce los destinos del seleccionado nacional que encabeza. Varios factores conceden un sabor a rareza a este cuadro. Primero, quizás lo más “normal” de todo esto, es el rol de jugador-entrenador. Si bien no es usual, hay casos emblemáticos en el fútbol de élite, en especial en Inglaterra. Sin ir más lejos, Ryan Giggs supo manejar dicha faceta en sus últimos cartuchos en Manchester United. El asunto también pasa por la actuación en un equipo en simultáneo al estar al mando de un seleccionado nacional. Si bien es algo totalmente permitido por el reglamento, extraña el arribo de Honda a un seleccionado prácticamente hundido en el ostracismo, como el camboyano, de panorama ajeno a su Japón natal, así como también a las ligas del mundo que lo cobijaron. Se torna más particular si subrayamos que Honda tiene 32 años. Si bien su plenitud futbolística parece haberse disipado un tanto, su estado y desempeño pueden arrojarle más de media década de jugador activo. ¿Hay un fin recíproco, léase, ganar experiencia para ser un futuro entrenador 100% abocado a dicha carrera –para Honda- y lograr algo de publicidad atrayendo a sus banquillos a una figura –para la Selección de Camboya-?
La realización de un proyecto laboral, con las conferencias con video como base, no es algo que haya sido inventado por la sociedad entre el japonés y los camboyanos. Sin embargo, que esa sea la comunicación principal entre un entrenador y su selección, es algo sumamente llamativo. Más aún, cuando su DT es un jugador en activo, en una liga ajena a aquellos pagos. El desafío será si Honda oficiará como un motivador, delegando mayoría de su trabajo y ahondando más en una voz de experiencia que oscila entre lo presencial y lo virtual, o si, de hecho, podrá desarrollar algo serio y de ideas plasmadas en este kiosquito suyo.
Hasta ahora, el 2018 ha sido esquivo futbolísticamente hablando para el combinado asiático. Una derrota por 2-1 ante Afganistán era el antecedente que acarreaba el equipo cuando asumió Honda. El del Melbourne tuvo su debut el último 10 de septiembre, con una derrota por 3-1 ante Malasia. No hicieron falta pantallas: estuvo presente físicamente. El implemento virtual, por cuestiones obvias, es de momento parcial. El inicio, claro está, no fue el esperado. Los medios locales dijeron que a su escuadra le faltó conexión.
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- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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