América
Carlos Bianchi, la otra cara de la moneda
Hablamos de una doble vida. Dos caras de una moneda que, por algún factor u otro, hace que una de ellas sea imperceptible al ojo cotidiano del espectador habitué. Ya sea por el desarrollo completo de una faceta dentro del campo de juego o por toda una historia reinante de un protagonista de la línea de cal para afuera, mandamos a la zona del olvido al otro costado.
En este caso los dos componentes de una persona son de vital relevancia para comprender el todo de un protagonista, que dividió su corazón entre la Primera División argentina y un éxodo fortuito en Francia. Quizá, su rol de artillero, sumergido en las áreas rivales, obtenga menor brillo a la hora de describirlo, y es que el nuevo milenio trajo consigo un sinfín de títulos que galardonaron a nuestro protagonista, pero catapultados desde el banco de suplentes.
Carlos Bianchi, nacido el 26 de abril de 1949 y criado en Villa Real –barrio porteño con poco más de 14.000 habitantes-, representa una pequeña porción de un pastel que componen un puñado de profesionales que supieron mantenerse en la cima, ya sea por su rol en el verde rectángulo, o por sus dotes de cráneo a la hora de entender y leer el juego. En esta ocasión, el impacto que causó en estratos locales, continentales y mundiales su performance de estratega, se sobrepuso a malabarismo que imponía en su época de jugador, en donde disfrutaba de noventa minutos demoliendo redes, período que interesa abordar en este momento.
Todo empezó en el corazón de Villa Luro. Como no podía ser de otra manera, el germen del Virrey –mote instalado por Víctor Hugo Morales por el Virrey Liniers- tenía que tener su expansión en Vélez Sarsfield, primer amor en este ambiente, que generó su prolongado idilio con la entidad de la V azulada y lo llenó de una pulsión suficiente para explotar en la elite doméstica.
El arribo a los primeros planos no fue a través de un camino fácil. Su padre, principal mentor y apoyatura en el sueño del pibe, disponía de un kiosco de diarios que significaba el principal solvento económico para satisfacer las necesidades familiares y ayudar a construir la pirámide que acompañe al pequeño a la cima.
Su debut tuvo lugar cuando apenas era un benjamín de 18 años. El 23 de julio de 1967 protagonizó el bautismo en cancha, por el torneo Nacional de aquel año, en lo que fue el enfrentamiento con empate incluido ante Boca Juniors. Una paradoja del destino, quiso que diera sus primeras armas ante el club que le propiciaría el salto cualitativo como entrenador y la espalda copera que posee ahora.
Aquel significativo puntapié lo llevó a la vanguardia de los artilleros –puesto que ocupaba en la oncena titular- y a que su nombre pase a ser apuntado con notoriedad a la hora del análisis. A partir de allí, todo fue a pedir de boca. Su primera consagración se dio en el Nacional de 1968 y, aunque sin títulos a nivel colectivo, se dio el lujo de consagrarse como máximo artillero en las competiciones correlativas entre 1970 y 1971, con 20 y 42 goles respectivamente, para mantenerse a tope en el escalafón de aquel entonces.
En 1972 contrae matrimonio con la mujer de su vida, Margarita María Pilla, y un nuevo cambio se avecina. De Europa, más precisamente desde Francia, parten ofertas por el jugador y, en 1973, empieza su travesía por el viejo continente en el Stade De Remis, que lo cobijaría hasta 1977. Con Les rouges et blancs, alcanzó la significativa cifra de 107 tantos en 124 encuentros, en donde obtuvo el título de Pichichi en tres ocasiones: En la temporada 1973-74 con 30 conquistas; en la 1975-76 con 34 y en 1976-77 apuntalando 28 celebraciones.
Su norte y ubicación no variarían, pero otro club se interponía en su trayectoria y recalaba, para la temporada 1977-78, en el Paris Saint Germain, entidad apenas en pañales, que se disponía a entrar en su octavo año de vida. En el PSG volvería a hacer temblar a los arqueros adversarios, y se consagraría como el más anotador en las dos etapas que estuvo en suelo parisino, registrando un total de 64 gritos en 74 cotejos, cifra notoria de un digno delantero de elite.
Veinticuatro meses en la capital francesa fueron suficientes para tener una escala más en el Racing Estrasburgo, finalizando la década del ’70 y con los ’80 pidiendo permiso para entrar en la vida de todos los habitantes. Quizá en la región de Alsacia demostró su rendimiento más bajo. 24 partidos -divididos entre liga y copa- con 11 ligazones entre el balón y las redes, fue el saldo que Carlitos dejó antes de regresar a la Argentina, más específicamente, en su natal Vélez.
De nuevo en el oeste, apenas le faltó sellar su repatriada con un trofeo a nivel local. Siguió con su racha artillera, demostró que su nivel estaba intacto y se anotó con una nueva corona personal en 1981. Su romance con el Fortín durará para toda la vida, en su vuelta la metió, nada más y nada menos, que en 85 oportunidades, sobre 159 escollos y obtuvo el rótulo de máximo goleador en toda la historia de la entidad que lo vio nacer, con un total de 206 scores en su haber que nadie pudo igualar, y que lo sostienen como el noveno goleador en el campeonato argento.
En el ocaso de su carrera, visitó una vez más el país limítrofe con España y decidió despuntar las últimas hilachas del vicio en Remis. Ocho tantos y 18 apariciones, fueron más que suficientes para despedirse con todos los honores y dejar una huella de 396 tantos, que llegan a los 400, sumando los obtenidos con su seleccionado.
Sus números como futbolista sintieron la pesadez de su leyenda como entrenador, superadora en todo sentido, demostrando una capacidad para el desarrollo, entendimiento y sapiencia para saber mantenerse en línea e ir redescubriendo una metamorfosis constante que lo llevó al pedestal que ocupa hoy. Una especie de yo y mi otro yo. Bianchi es la representación corporal de una moneda con dos caras exitosas, una como romperedes y otro como director técnico, que centra en su canto a un hombre de cualidades extraordinarias, multicampeón en cada lugar que le tocó estar y con una asombrosa cualidad de rediseño digna de unos pocos.
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- AUTOR
- Julián Barral
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