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Hay una escena que bien sirve como disparador para comprender la percepción que el presidente Mauricio Macri tiene de la relación y retroalimentación de su carrera dentro del fútbol (como empresario y presidente de Boca Juniors) y su currículum dentro de la política partidaria (como empresario, Jefe de Gobierno y actual mandatario). La escena se remonta a comienzos del 2015, cuando en un clásico episodio de lobby PRO en un medio deportivo de cable, durante una transmisión del Torneo de Verano, a MM, en aquel entonces al mando de la Ciudad de Buenos Aires, se le preguntó por sus expectativas respecto al superclásico que estaba por empezar en territorio marplatense. La respuesta del hijo de Franco viró hacia una reflexión increíble: “Cuando viajo al mundo, no lo vas a poder creer, en los períodicos españoles e italianos, en el último viaje, decía ‘Llega de visita oficial a Madrid el ex presidente de Boca, actual alcalde de la Ciudad de Buenos Aires’. ¿Entendés? Era más importante que fuera ex presidente de Boca. Que absolutamente lo es para mí, te digo la verdad”.
Este menosprecio mayúsculo al cargo por el que fue electo y reelecto, y de la cual dependen la calidad de vida de millones, fue rápidamente ignorado por el aparato mediático que sustentó los medios argentinos durante 2015. Macri, en ese campo, jugaba de local. Pero sí sirve como puntapié para visualizar la comprensión que tiene el presidente respecto al fútbol, a partir del momento en que se puso la banda presidencial. Podríamos decir, superficialmente, que Macri, un hombre de familia rica y formación elitista, emplea a la redonda como un puente que reagrupa a todas las clases y grupos sociales de la Argentina que lo tiene al mando, en una especie de estrategia comunicacional. La comunión de la cancha, amén de la separación en populares, plateas y palcos, convoca a sujetos de diferentes estratos sociales, y la pasión por un equipo no discrimina. Se puede dar en cualquier escala social, género, trabajo, familia, etcétera.
Error. Macri nunca empleó el fútbol como condensador de un ingrediente popular. Al contrario, su historial lo acerca mucho más al siempre engorroso cerco de la exclusividad en términos de deporte que al de la inclusión. El lobby a las Sociedades Anónimas, la desarticulación del Fútbol Para Todos y los precios exorbitantes para minar el ingreso de nuevos forman parte de su criterio en este ámbito. De hecho, Macri fue el que dictaminó que, en la final de la Copa Intercontinental del 2000, fuera la desaparecida cadena PSN la que se hiciera con los derechos de transmisión, impidiendo cualquier alternativa por televisión abierta. Victor Hugo Morales, en aquel entonces al frente de Desayuno, en Canal 7, puso las imágenes del partido a sus espaldas para que los desposeídos pudieran ver, de a ratos, aquel inolvidable Boca-Real Madrid. Por dicho motivo, debió afrontar un juicio cuyo desarrollo perduró más de una década.
No, Macri jamás empleó el fútbol como motor de empatía con la sociedad. El enfoque debe ser mucho más subjetivo. Porque Macri incorpora al fútbol en su oratoria, no meramente con los medios o en un rally de campaña, sino en una charla protocolar con el líder de una potencia mundial o en una ceremonia con un centenar de invitados y de estricta importancia. Cruza unas palabras con Angela Merkel y arroja un chascarrillo sobre la final del 2014. A Vladimir Putin le advierte que Lionel Messi alzará la copa en Rusia. En la asunción del presidente colombiano Iván Duque se retrotrae a los tiempos en que presidia el Boca de Óscar Córdoba, Jorge Bermúdez y Mauricio Serna. Al mismo tiempo, decae en escenas denigrantes -para los involucrados y para la función que enarbola- como gastar a un pequeño que llevaba una camiseta de River Plate, mofándose del descenso de dicho equipo en 2011. Allí no hay ninguna empatía. Hay una dependencia. Dependencia a la subjetividad del idioma del fútbol. Un lenguaje que Macri no doma necesariamente de forma excelsa, pero que sin dudas le da mayor placer y en el cual circula con mayor facilidad, en comparación a su periplo en el aspecto político.
Mauricio Macri no cita, en sus confabulaciones futbolístico-políticas, al Milán de Arrigo Sacchi, ni ejecuta una aguda reflexión sobre el bilardismo y el menottismo. Para hablar de fútbol, dicho lisa y llanamente, él no apela a la rama teórica, incluso ideológica, que sustenta a nuestro deporte. Ni siquiera absorbe un poco la mística del Boca que lo ganó todo cuando él presidía, factor adosado -y bien que así sea- al artífice de aquel equipo, Carlos Bianchi, alguien enemistado fuertemente con MM. Macri apela a la ración más simple de todo el lenguaje del fútbol, y es a hacer memoria, rememorar los buenos días en el equipo azul y oro, o, en todo caso, chicanear. Con un torneo venidero, con una revancha que se tiene que dar, con un hecho que ensombrece a nuestro rival en la cancha. Un presidente que claramente no es amigo de los discursos prolongados, que arroja cifras falsas y desvaríos cuando la prensa -rara vez- lo acorrala y que compone su retórica de frases vacías símiles a libros de autoayuda, encuentra en lo más básico del blableo futbolístico un refugio para sus performances, y los grandes medios han optado por seguir ese camino: priorizar el pseudo-carisma macrista para recibir una camiseta verdeamarelha por parte del presidente brasileño Jair Bolsonaro, y que las tratativas con un país inmerso en un híbrido entre el fascismo y el libre-mercado, deriven básicamente en un meme. Es cuestión de tiempo para que rebusque en el archivo alguna foto de Miguel Ángel Pichetto alentando a Cipoletti.
Macri se hizo un nombre propio en la vida de nuestro país gracias a su visión y trabajo como presidente de Boca. Negar eso, sería una necedad. Lo extrañamente atrapante se da en un ejercicio muy simple, y es comparar a Macri declarando como presidente de Boca (o, simplemente, hablando del club) con Macri declarando como presidente. Más allá del eventual paso del tiempo, el Macri-Boca tiene una energía que el Macri-Argentina extravió. Le cuesta cada vez más leer el tablero de juego. Y justo a pocos meses del partido más importante de su vida política.
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- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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