Argentina
Confesiones de un invierno cualquiera
Los distintos momentos de nuestras vidas van marcando a fuego la importancia de los hechos. Así fue que un tipo como yo, que reservaba las vacaciones para el invierno cada cuatro años, a pesar de los justificados reproches familiares, llegué a esta Copa del Mundo con cierto grado de desinterés. Los desafíos personales, las ilusiones y las alegrías se mezclaron con algunos sinsabores y urgencias al punto de priorizar cuestiones más importantes a la seguidilla de partidos que propone la anhelada competición.
Quizá por el cansancio mental de un año personal bastante particular o tal vez por el aburrimiento al que me expone este fútbol con presión constante y magia en cómodas cuotas, me ha costado seguir de lleno este Mundial. Con más de cuarenta años sobre el lomo, cuesta creer que Diego Maradona o Ronaldinho practiquen el mismo deporte que hoy desarrollan Lionel Messi o Cristiano Ronaldo. Los eficaces han reemplazado a los ilusionistas en una clara demostración de la evolución del deporte. Pero claro. Cuando uno creció entre malabaristas las estadísticas no lo asombran. Una lógica aplicable al paso del tiempo y a los modelos que uno absorbe en sus edades más tempranas.
Con lo expuesto anteriormente, mi Mundial se redujo a la imaginación de Andrés Iniesta, a la admiración a Manuel Neuer y al sufrimiento con nuestra selección nacional. El resto es buen adorno para enmascarar los ratos libres y analizar algún resultado ya definido. La televisión e internet nos acercan al pasado reciente de manera notable desde un disco rígido o una descarga por torrent.
Confieso que la derrota ante Croacia no me movió un pelo. Quizá porque cada vez tengo menos. Pero muy probablemente porque con los años uno presiente mejor las debacles y actúa con mayor anticipación cuando son escasas las razones para el triunfo. Con esta intuición fui yo quien intenté calmar los ánimos de compañeros y amigos. La juventud y el fanatismo van normalmente de la mano y modifican severamente el foco de opinión ante circunstancias extremas. Las alegrías son desmedidas. Las tristezas se acercan a la muerte.
Sin embargo, los días fueron modificando seriamente mi semblante. El aroma a injusticia en el análisis colectivo me llamó a la batalla. La idiotez generalizada en la que está sumergida nuestra sociedad parece no tocar fondo nunca. La necesidad de escándalo a la que nos lleva esta realidad “tinellizada”, que prioriza la denuncia infundada y el conflicto al análisis y la búsqueda de la verdad, ha afirmado sus raíces en el fútbol de la mano de un montón de sinvergüenzas. Pero lo que más me extraña no es esto. Uno comprende que los medios prefieren la tragedia porque venden más. Hasta se puede intuir cierta colaboración de su parte para que el acabose suceda. El problema es más grave. Somos nosotros. Los argentinos.
Resulta que nos han vendido una imagen. Nos han contado cosas que rozaron la necesidad de utilizar el beneficio de la duda. Han colocado en el banquillo de los acusados al sector más inocente de un proceso que ha empeorado la cuestionable foto previa del fútbol argentino. Si con Julio Grondona el seleccionado parecía un recurso gestionado a conveniencia, con la actual dirigencia se acerca a un bochorno de todo tipo. Estos cuatro años deben resaltarse con letras negras entre aquellos donde el combinado albiceleste fue más maltratado a lo largo de su historia. Y aun así el grupo de jugadores liderado futbolísticamente por Messi alcanzó objetivos que superan por varios cuerpos a las aspiraciones reales de una federación de tan nefasta conducción.
Hemos comprado esa imagen. Nuestra falta de olfato ante la mentira y la “sugerencia” desmedida, las mismas armas que nos hacen concurrir con alto margen de error a las urnas cuando votamos a nuestras autoridades, nos invitaron a pisar el palito una vez más. Nos quieren imponer culpables en un ámbito carente de juicios. En la derrota no hay culpables. La derrota es un resultado de los tres posibles en el fútbol. Y la diferencia entre el éxito y el fracaso no pasa por un resultado. Puede encontrarse con mayores certezas en todo aquello que se ha trabajado para construir caminos que conduzcan al éxito. Así, España y Alemania son admiradas pese a que sus actuaciones son bastante lejanas a sus mejores versiones. Nadie duda de su trabajo. Se puede ver en cada control de uno de sus jugadores. En la previsión de sus recambios. En la cantidad de intérpretes de calidad. En un plan para que todo esto ocurra.
Los futbolistas argentinos carecen de un plan. El plan es su propio esfuerzo. Sus dirigentes no los dirigen. Sus entrenadores no los capacitan. Sus críticos los atacan. Y ahora sus simpatizantes los ningunean. Ahí es donde la injusticia me llama al deber de la defensa.
Nosotros, los mediocres postulantes a cada una de nuestras labores, ¿nos creemos con el insolente derecho de juzgar a profesionales de primer nivel en lo suyo, no solo en su ámbito de trabajo sino en su propia vida personal? Nosotros que no somos capaces de exigirnos diariamente para mejorarnos como individuos y como sociedad, ¿queremos culpar a un grupo de futbolistas porque “no sienten la camiseta”?. Nosotros que no le reclamamos a nuestras autoridades, a las que elegimos para que nos representen, que conduzcan nuestro destino con responsabilidad y honestidad, ¿dudamos del compromiso de un grupo de futbolistas que nos puso tras varias décadas en el primer nivel internacional? Nosotros que defendemos políticas nefastas para no reconocer nuestros errores, ¿queremos desterrar a un jugador de fútbol por no convertir un gol en un partido decisivo? Da la impresión de que no somos buen ejemplo. O tal vez seamos los responsables directos de todo este quilombo.
Todo esto me devolvió al Mundial. Ahora soy hincha de este grupo de jugadores que hoy me colmaron de alegría. Probablemente por la necesidad personal de colocarme del lado de los más débiles. De tipos que tienen en sus pies la posibilidad de darnos una alegría, pero no tienen la obligación de resolver nuestros problemas. Los obligados son otros. Son los que utilizan los triunfos e incitan al escándalo en las derrotas para solapar sus trapisondas. Los que rezan por la noticia del día para esconder sus trampas. Los que de uno u otro modo nos quieren a todos derrotados por propia conveniencia. A esos tenemos que atacar sin descanso. Esos son los que no sienten la camiseta. Por ellos es que no llegamos a fin de mes. Y por ellos también nuestro fútbol es el paupérrimo escenario con el que estos futbolistas deben lidiar cada vez que visten los colores de nuestra bandera.
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- AUTOR
- Nicolás Di Pasqua
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