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Cuando Boca, no era Boca
Muchas veces sucede que el árbol tapa el bosque. Y con esta frase no hay que buscar en desmerecer los méritos deportivos de un club, pero simplemente, a veces, hay porciones del trayecto que parecen imposibles de digerir y quedan olvidados para siempre en el inconsciente estructural. Toda esta amenidad nos lleva a pensar en aquel Boca Juniors de comienzos de la década del ’80, cuya realidad distaba de la que hoy posee.
Los doce meses de 1981 evocarán, en primer término, un recuerdo memorioso y hará esbozar una sonrisa en los rostros de todo hincha Xeneize. Un elenco que venía dulce, tras la consagración en el Metropolitano de aquella temporada, hacía vislumbrar una época colmada de éxitos ya que, entre sus filas, poseían nombres propios que hacían ilusionar a cualquiera: Hugo Orlando Gatti, Roberto Pasucci, Oscar Ruggeri, Miguel Brindisi, sumados a la inexorable figura del joven Diego Armando Maradona, producían una satisfacción que se vio reflejada domingo a domingo.
Sin embargo, aquella consagración pareció ser, en los años posteriores, un oasis en el desierto, o más bien una bomba de tiempo la cual habría que desactivar antes de que sea tarde. El pase de Pelusa significó un endeudamiento notorio para la gestión que encabezaba, en aquel entonces, Benito Noel. Lo que comenzó como una venta firme, por una suma de diez millones de dólares –cifra escatológica en estos tiempos- terminó con un pago con dinero en efectivo, cheques sin fondos y la cesión de varios futbolistas para depurar el plantel, con el afán de llegar al elenco con estrellas, pero que terminó estrellado.
La temporada de 1982 llegaba con la imperiosa necesidad de una limpieza profunda, con el fin de sacarse contratos pesados de encima, aunque sin relegar el aspecto deportivo que, sin lograr la coronación esperada, culminó con un decoroso tercer puesto, pero con un tobogán en caída hacia la debacle. Sumado a esto, la inconmensurable suma de diez millones de dólares que percibió el elenco de la ribera, por el traspaso del que muchos llaman el mejor jugador de todos los tiempos al Barcelona –criticado por el mismísimo Papa-, no logró apaciguar la difícil situación económica que apremiaba al club, con deudas por doquier y la disparada del dólar que, claramente, no ayudó en aquella situación. La crisis se había potenciado por el endeudamiento indiscriminado en moneda estadounidense para contratar jugadores de renombre, más allá de la estela que había dejado la onerosa incorporación de Maradona.
Los comicios del año posterior catapultaron a Domingo Corigliano a la Presidencia, luego de su candidatura por el partido “Frente Único Orden y Progreso”. El mandamás, apenas asumió su cargo, mantuvo el diálogo con Miguel Ángel López, director técnico, para ratificarle su posición en el cargo, pero con una condición: Un nuevo éxodo masivo de profesionales que contó, entre otros, con salidas como las de Abel Álves, Pablo Comelles, Carlos Barisio, Juan José López y Hugo Quiroz.
El calor del verano del ’84 parecía una armoniosa brisa que acariciaba hasta a los más sudorientos, en comparación a lo que ocurría en Brandsen 805. El torneo de verano llenó de auspicios los anhelos de los falangistas, cosa que no resultó ser más que un espejismo en aquella Copa de Oro. Dos triunfos ante River Plate, goleadas a Independiente y Racing Club daban por sentado que ese torneo sería prácticamente del elenco de la ribera, algo que distó mucho de aquel imaginario.
El Nacional de aquel entonces emparejaba a Boca con elencos de, a priori, menor categoría, como lo eran Newell`s, Talleres de Córdoba y Ferro de General Pico. En un grupo que depositaba a los de la ribera como máximos candidatos a lograr el primer lugar, culminó con dificultades y una realidad que comenzaba a ser palpable para varios: Una visita en la última fecha a la ciudad de Rosario, a sabiendas que un empate llevaría a la clasificación, parecía un desafío accesible. Sin embargo, la derrota ante la Lepra determinó un tercer puesto eliminatorio y la desazón, detrás un Talleres que superó el grupo por un tanto de diferencia.
Pensar que este sería el punto y aparte dista mucho de la cronología que conformó una concatenación de traspiés. El mes de junio acarrearía una huelga del plantel profesional y la aparición precoz de varios juveniles para defender la azul y amarilla. La postal más reconocida será la de aquella tarde en donde los pibes debieron lucir los dorsales pintados sobre una camiseta totalmente blanca. Un enfrentamiento ante Atlanta y la necesidad de utilizar camiseta alternativa ante la similitud de colores, entregó aquella dantesca imagen de uno de los clubes más importantes del país. Boca carecía de un juego alternativo. La crisis se exponía a todo color -o a falta de los mismos- en una panorámica representativa del momento histórico de la institución cuando los números fueron víctimas del sudor y comenzaron a desteñirse sobre la tela.
La sentencia final para el crítico momento llegó desde las gradas. El grito a rabiar en contra de la protesta de los jugadores profesionales, cayó desde “La 12”: “…esos chorros de mierda no quieren jugar, esos chorros de mierda no quieren jugar, que se vayan y no vuelvan nunca más…”.
Una “Bombonera” semi habilitada, debido a algunos conflictos en lo edilicio y el asesinato de Roberto Basile -impactado por una bengala arrojada por la parcialidad boquense-, en un clásico ante Racing, hicieron deambular la localía de Boca por diversos estadios. Todo era cuesta arriba.
Tan crítico era el presente Xeneize que se sucedían los amistosos en diversos puntos del país para recaudar dinero. Para colmo el 21 de agosto de 1984 será recordado por la parcialidad de Boca como uno de los días más tristes de la historia. En un desafío ante Barcelona por la tradicional Copa Joan Gamper, el equipo dirigido por el brasilero Dino Sani cayó derrotado estrepitosamente por 9-1 ante su similar Culé.
La consecuente licencia de un desgastado Corigliano llevó al interinato de Cándido Vidales que tenía como materia prima de gestión levantar el paro y volver a los entrenamientos. «Habrá que empezar de cero…» resonaba en los pasillos de un club con tendencia a la debacle. Pero cuando todo parecía enderezarse y la vuelta a la estabilidad era una luz al final del túnel, una nueva piedra en el camino sacudió a todos.
“Fíjase la fecha de subasta del estadio del Club Atlético Boca Juniors para el día 7 de septiembre de 1984 a las 14 horas”, leyenda que apareció en tribunales y generó que el desastre esté a flor de piel. La deuda del club, ascendía a los 85.000 dólares y, a eso, aparecía un nuevo pedido de remate, esta vez, de los predios de Casa Amarilla.
El mismo día de la subasta, pero unas cinco horas antes, Vidales, mandamás interno, y Juan Carlos Rinaldi, dirigente mano derecha de Corigliano, depositaron en el estudio del demandante, Dr. Francisco Retondo, dos de los seis millones de pesos que había que pagar en la causa seguida por el señor Juan Carlos Silva. Ese anticipo suspendió agónicamente la puja por los terrenos en cuestión.
Con Corigliano de nuevo en el poder, por muy poco tiempo tras retornar de su licencia, un nuevo dolor de cabeza aparecía en el horizonte para la cúpula dirigencial: otra medida de fuerza de los jugadores profesionales, dejó sin plantel a la institución mediante el pedido de libertad de acción de 16 de sus integrantes. Y esto aunque no sería todo.
Viendo y considerando la situación, luego de una reunión clave entre todos los directivos, tomaron una decisión trascendental para aquel delicado momento: “Abierto el acto y en uso de la palabra el señor Horacio Carlos Blanco, vicepresidente en ejercicio de la presidencia, informa sobre la situación que atraviesa la institución y considera que ante la gravedad de la misma, la única salida es solicitar la intervención del club”.
Federico Polak asume como interventor y sentencia con dureza que: “Todos los futbolistas serán transferibles”. Con poco menos de un mes de gestión, y luego de derrotas dolorosas ante River y Vélez, consensuaron la fecha de elecciones para el 27 de enero de 1985. La última reunión de la junta interventora fue para el envío de un telegrama a 18 profesionales para renovar el contrato, con una última sorpresa en la caja de pandora: La negativa de Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca.
Pese al optimismo por la continuidad Guillermo Coppola, agente de ambos jugadores, decidió presentarse en Futbolistas Argentinos Agremiados para solicitar la libertad de acción, debido al cese del vínculo de ambos con el club. La resolución fue una tremebunda traición –propiamente dicha por falangistas- con la transferencia del delantero y el defensor a River Plate, rival de toda la vida, a cambio de la ficha de Carlos Tapia y Julio Olarticoechea, más la suma de 100.000 dólares.
El comienzo de 1985 arribaría y los ánimos volverían a renacer. Antonio Alegre sería el encargado de conducir los destinos de la entidad, junto a Carlos Heller, y comenzaría la reestructuración desde abajo. A partir de allí la historia es conocida: Pese a que los años venideros no fueron con cosechas de trofeos, la década del ’90 sería el puntapié victorioso para continuar el sendero a la gloria en el nuevo milenio que llenaría las vitrinas y las retinas de los ojos de los hinchas de títulos.
Otra realidad, un paralelismo. La crónica, a veces, nos presenta estos cimbronazos que nos hacen pensar en cómo sucedieron las cosas realmente. La actualidad, dista mucho de décadas pasadas y el revisionismo debe ser piedra fundamental del hincha para entender que el íntegro mutó y que todo pasado, no siempre fue mejor.
- AUTOR
- Julián Barral
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