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Cuando la pelota se transforma en fusil
Adolf Hitler, Francisco Franco, Benito Mussolini, Rafael Videla… Son varios los ejemplos acerca de cómo los gobiernos dictatoriales comprendieron el poder del fútbol en la sociedad, incluso más que propagandas mediáticas o campañas políticas.
Sin embargo, existen otros casos de países que, sin haber conseguido grandes triunfos, también tuvieron en el fútbol la expresión del autoritarismo y la tiranía.
Zaire: Los leopardos de Mobutu
En los años ’60, Zaire (país que hoy se conoce como República Democrática del Congo) fue uno de los primeros países que se sublevó frente al colonialismo europeo. Patrice Lumumba lideró el Movimiento Nacional Congolés (MNC) y consiguió, después de varias presiones de la corona belga, la independencia del Congo. Sin embargo, poco le duró la libertad a la nación africana. Con el apoyo de la CIA, el coronel Joseph Mobutu se alzó con el poder tras un golpe de estado en 1965. Desde ese año hasta 1997 gobernó al Congo a golpe de fusil. Y en medio de todo ese proceso, una generación dorada de grandes futbolistas iba apareciendo en el país.
Mobutu gobernaba en base a dos principios:
- Prolongar su gobierno el mayor tiempo posible
- Utilizar el entretenimiento para distraer al pueblo.
El fútbol nunca había sido un deporte popular en Zaire, hasta 1968. El triunfo de la Copa de África en aquel año, en la cual participaron solo ocho países, fue el aviso para que Mobutu empiece a poner los ojos en el deporte rey. Ordenó que los mejores jugadores que jugaran en el exterior volvieran al país y jugaran allí, invirtió en infraestructura y contrató al técnico yugoslavo Blagoje Vidinic, quien venía de dirigir a Marruecos en el Mundial de 1970.
Por ese entonces, la FIFA concedía solo una plaza para el continente africano. Para el Mundial de 1974, en la vieja Alemania Occidental, los marroquíes eran el gran candidato a ganar el cupo. Inclusive Zaire comenzó la clasificación sin ser candidato, empatando a cero con Togo en su primer partido. Kinshasa (capital del Congo) fue la clave del éxito. El equipo de Vidinic se hizo fuerte de local y, tras vencer a conjuntos de nivel como Camerún y Ghana, llegó a un triangular final con Marruecos y Zambia para conseguir el boleto a la Copa del Mundo.
“Mobutu era un padre para nosotros”, dijo años después el jugador Mwepu Ilunga en una entrevista con “El Enganche”. Y es que el dictador vio en el éxito de la selección una opción para sacar provecho. Comenzó a hacerse cada vez más cercano y, tras clasificar al triangular, les cambió el apodo de leones a leopardos.
El súmmum fue cuando, después de ganarle a Zambia y vencer a Marruecos por 3-0, lograron que por primera vez una selección del África Sub Sahariana sea el representante de África en un Mundial. “(Mobutu) estaba enloquecido. Lo recuerdo perfectamente. Después de que nos clasificáramos para la Copa del Mundo nos invitó a todos a su palacio y nos regaló un coche y una casa a cada uno. Fue increíble”, recordó Ilunga. De origen humilde, para gran parte del plantel eso era el paraíso. Pasaron a convertirse en héroes del país. “Los generales más próximos a Mobutu sentían envidia de nosotros. Hasta les tuvo que regalar un coche a ellos también para que no protestaran”, contó el ya fallecido jugador.
Con el pase a Alemania asegurado, la Copa de África el mismo año en Egipto fue el momento para demostrar que eran los mejores del continente. Pasaron la primera fase, vencieron al local en semis y en la final se consagraron ante Zambia. El equipo estaba en su mejor momento.
El grupo de Zaire era lo que hoy se conoce como “grupo de la muerte”. Brasil, Yugoslavia y Escocia eran los rivales. Nada fácil para un equipo que debutaba en un torneo de tal magnitud y ante jugadores de élite. Sin embargo, el orgullo del plantel hizo que estén dispuestos a competir contra todos. Frente a Escocia perdieron 2-0, sin embargo dejaron una buena imagen y prometían volver a hacerlo con Yugoslavia. El problema llegó cuando un asesor del gobierno avisó a los jugadores que la prima que les había prometido Mobutu por clasificar al Mundial no la iban a cobrar. Faltaban horas para jugar su segundo partido y todo el plantel se había declarado en huelga. “… No queríamos jugar. Si miras el video se ve claro. Nos paseábamos sobre el campo”, confesó Ilunga posteriormente.
El resultado lo dijo todo. 9-0 en contra, en una de las más grandes goleadas hasta la fecha en mundiales. Algunos periodistas aprovecharon el momento para afirmarse en sus prejuicios acerca de la ignorancia de los africanos. Otros señalaron a Vidinic, a quien le achacaron el hecho de ser yugoslavo y favorecer a su selección natal.
Lo cierto fue que a los 21 minutos y con el marcador tres goles abajo, un asesor del gobierno de Mobutu obligó al DT a sacar a Kazadi Muamba, arquero y figura del equipo. Ilunga, cansado de la humillación y el partido, hizo una falta digna de expulsión. El árbitro colombiano Omar Piedraita expulsó a su compañero Mulamba Ndaye. “Esa expulsión me hizo llorar de rabia. Repetí mil veces al árbitro que yo no había sido y Mwepu no paraba de decirle ‘He sido yo, he sido yo’. Pero el árbitro no nos hacía ni caso”, dijo Ndaye posterior al partido. Sea casualidad o no, Ilunga jugó contra Brasil y protagonizó uno de los momentos más raros de un Mundial.
Después del encuentro con Yugoslavia, militares mandados por Mobutu y varios asesores esperaban al plantel en el hotel donde se hospedaban. El dictador tenía un mensaje bien claro: si perdían por cuatro goles o más, nadie iba a poder volver a casa. El lujo de enfrentarse ante la última campeona del mundo pasó a convertirse en una cuestión de vida o muerte.
Ese día Kazadi se vistió de héroe y salvó a Zaire de una goleada mortal. El momento más icónico de lo que vivió el país en esos tiempos llegó a los 78 minutos del segundo tiempo. Con Brasil arriba por dos goles y a falta de uno para clasificar a la segunda ronda, Rivelino tenía un tiro libre ideal para convertirse en gol. En la barrera todos temblaban. El miedo se palpaba y fue cuando Ilunga estalló. En un segundo salió de la barrera y reventó la pelota para afuera, lo más lejos posible.
El árbitro y los brasileños se quedaron petrificados ante la situación. Mwepu esperaba darse vuelta y ver la roja, acabar con ese sufrimiento. La cancha pasó de ser una pequeña parcela de libertad a ser una celda inmensa. “Los jugadores brasileños se reían, pensaban que era divertido. Los aficionados también… No sabían la presión que estábamos sufriendo nosotros como para que encima tuviéramos que aguantar sus burlas. Fue muy doloroso”, contó Ilunga años después.
Finalmente Brasil hizo el tercero, consiguió la clasificación y los de Vidinic se salvaron de volver a su país. Al día siguiente, los periódicos que cubrían el Mundial gastaron tinta en afirmar que los zaireños desconocían las reglas del juego, un prejuicio teñido de racismo que inclusive hoy en día resurge en cada Copa del Mundo.
“Nadie vino a recibirnos en el aeropuerto ¡No vino nadie a recibirnos! Varias semanas antes nos habíamos marchado rodeados de gente que nos admiraba y al volver ya nadie se acordaba de nosotros”, soltó con rabia Ilunga. Las millonarias primas nunca fueron recibidas. Ese mismo año, Mobutu retiró cualquier apoyo al fútbol nacional y la selección y gastó 10 millones para el combate entre Muhammad Ali vs George Foreman, el recordado “Rumble in the Jungle”. Algunos jugadores fueron declarados “traidores a la patria” y Mwepu, como la gran mayoría, acabó en la pobreza.
Quizá por eso el único que recuerde esa época con cierta añoranza sea Ekofa Mbungu. Hoy en día se gana la vida como taxista, conduciendo el Volkswagen verde que Mobutu le regaló cuando Zaire clasificó para el Mundial.
Haití: La condena de ser libre
Eduardo Galeano fue el primero en mostrar a Haití tal cual es en su libro “Las venas abiertas de América Latina”. En él decía: “…Si a cualquier enciclopedia pregunta usted cuál fue el primer país que abolió la esclavitud, recibirá siempre la misma respuesta: Inglaterra. Pero el primer país que abolió la esclavitud no fue Inglaterra sino Haití, que todavía sigue expiando el pecado de su dignidad. Los negros esclavos de Haití habían derrotado al glorioso ejército de Napoleón Bonaparte y Europa nunca perdonó esa humillación. Haití pagó a Francia, durante un siglo y medio, una indemnización gigantesca, por ser culpable de su libertad, pero ni eso alcanzó. Aquella insolencia negra sigue doliendo a los blancos amos del mundo…”
En Haití, el primer ídolo deportivo fue Joe Gaetjens. Alemán por parte de su padre y haitiano por parte de su madre, tuvo una infancia muy diferente a la del resto de niños de su país. Comenzó a jugar al fútbol en el patio de su casa. Con 14 años jugó en el Etoile Haïtienne, el club más popular de Haití, donde consiguió dos títulos ligueros.
Su vida cambió cuando viajó a Estados Unidos para estudiar contabilidad en la Universidad de Columbia. A pesar de ser un privilegiado, subsistió trabajando de lavaplatos en un restaurante de comida, el Rudy’s Restaurant. Su dueño Eugene Díaz, un inmigrante gallego, decidió comprar un club de fútbol. Le llamó Brookhattan FC. Allí Joe fue máximo goleador del campeonato norteamericano y figura de su equipo. Fue cuando el DT de Estados Unidos le ofreció jugar el Mundial de 1950 con la selección. Gaetjens no lo dudó un segundo. Su gol frente a Inglaterra fue inesperado. La victoria eliminó a la candidata para llevarse el título y transformó a Joe en un mito del fútbol norteamericano.
Hasta ese momento, para los haitianos Estados Unidos era sinónimo de violencia, golpes militares y sangre. Para Joe seguramente significaba algo distinto, pero eso nunca le hizo perder de vista el amor por su madre patria. El Racing Club de París fue su siguiente destino, donde no tuvo mucho éxito, pero le sirvió para volver a Haití como un mesías. Incluso se dio el gusto de jugar con la selección de su país. En 1955, después de varias lesiones, decidió retirarse. Dos años más tarde llegaría al poder François Duvalier (más conocido como “Papa Doc”). Con él comienza verdaderamente esta trágica historia.
Los padres de Joe, políticos de profesión, desde el primer momento fueron opositores al régimen de Duvalier. Gaetjens nunca se involucró en política, tampoco tuvo miedo por su vida: al fin y al cabo era una estrella nacional, nadie se podía meter con él. Hasta que Papa Doc se atrevió.
En 1959 ganó la reelección a presidente, los resultados fueron los siguientes: votos a favor: 1.320.000; votos en contra: 0. Tres años más tarde se autoproclamó presidente vitalicio. La familia Gaetjens, un día antes de la proclamación, recibió un mensaje: abandonar el país. Todos se fueron a Santo Domingo, país vecino. Todos salvo Joe. Su cuerpo nunca más fue hallado. Se cree que fue ejecutado en Fort Dimanche por los “Tonton Macoutes”, (traducido como “hombres del saco”, quienes para la religión vudú eran los encargados de convertir en esclavos inmortales a los niños que se portaban mal por las noches) que funcionaban como grupo paramilitar, eliminando a cualquier opositor del régimen.
Por esos tiempos, una generación dorada comenzaba a asomar en la selección haitiana. Duvalier, fanático del futbol, aprovechó la situación y comenzó a apoyar económicamente al plantel. Roger St. Vil fue integrante de ese equipo y recuerda esa etapa: “Donde quiera que jugáramos con un rival del Caribe, nos alojábamos en buenos hoteles y nos alimentábamos bien. Muchos de nosotros veníamos de familias pobres, y Duvalier trajo brillo a nuestras vidas. Para nosotros, él era el dador de vida, un rayo de esperanza, y hubiéramos hecho cualquier cosa por él”, declaraba el jugador haitiano.
Duvalier murió en 1971, pero lo sucedió su hijo de 19 años, Jean Claude Duvalier, a quien apodaron como “Bébé Doc”. Sus primeras medidas fueron bajar el nivel de represión de los Tonton Macoutes e invertir aún más dinero en el fútbol nacional. Se remodeló el viejo estadio Sylvio Cator de Port-Au Prince, construyó sedes olímpicas e incrementó el apoyo económico a la selección.
Para el Mundial de 1974, la Concacaf otorgaba una sola plaza. México, como siempre, partía como favorito. Les Grenadiers se clasificaron sin problemas al hexagonal final, donde se jugaba el boleto para Alemania. Casualidad o no, Haití fue designada como la sede para el hexagonal, donde tendría que medirse ante Guatemala, Trinidad y Tobago, Honduras, Antillas Holandesas y México.
La locura por la selección inundó el país. La victoria en el primer partido ante Antillas Holandesas se celebró con carnavales en las calles de Port-Au Prince. Cuentan las crónicas de ese entonces que el Sylvio Cator era un hervidero durante 90 minutos: desde gritos, abucheos al rival, amenazas a los jugadores e incluso brujos invocando espíritus malignos para el equipo contrario. Hasta entonces, Bebe Doc poco había intervenido, pero poco tardó en hacerlo. Por la segunda fecha, frente a Trinidad y Tobago, ocurrió uno de los mayores escándalos en la historia de las eliminatorias para un Mundial.
Haití ganó 2-1, no sin antes haberles anulado cuatro goles (tres de los cuales eran validos según las crónicas) y dos penales a Trinidad y Tobago. El árbitro salvadoreño José Henríquez y el juez de línea canadiense James Higuet fueron suspendidos de por vida por la FIFA.
Nunca existió una investigación acerca del partido, pero la sospecha de un posible soborno del gobierno haitiano fue indiscutible. Pero eso no fue todo. Sabiendo que México era el candidato para vencer, el gobierno preparó para los futbolistas mexicanos un tour donde les hicieron recorrer varias destilerías de ron, incluso les regalaron botellas. Al día siguiente los aztecas (que venían de dos empates y una victoria) perdieron 4-0 contra T&T y se despidieron del Mundial.
El equipo dirigido por Ettore Trevisan y con figuras como Philipe Vorbe, el único blanco del plantel, y Emmanuel “Manno” Sanon, delantero y máximo goleador en la historia de la selección, consiguió lo imprevisible: Haití jugaría la Copa del Mundo en Alemania. El grupo que les había tocado no era nada fácil: Italia, última subcampeona del mundo, Polonia, medalla de oro olímpica en 1972, y Argentina. Para colmo, Trevisan había sido despedido (según él por “ser blanco”) y lo reemplazó el haitiano Antoine Tassy.
Frente a “La Azzurra”, el partido no pudo empezar mejor para Haití. El gol de su delantero Emmanuel Sanon, cortando la racha de Dino Zoff de 1.143 minutos sin recibir goles en mundiales, sorprendió a todos. El partido terminó 3-1 a favor de los italianos, pero Les Grenadiers habían hecho un buen papel en su debut.
Sin embargo, todo se vino abajo cuando Ernst Jean Joseph se convirtió en el primer positivo en un control anti-doping de un mundial. La FIFA lo expulsó del torneo, pero lo peor fue cuando oficiales del régimen de Bebe Doc se lo llevaron a rastras delante de todo el plantel. Años más tarde, Fritz Plantin declaró cómo se sintieron ese día: “… Pasamos la noche en vela antes del partido contra Polonia y, para ser honesto, yo solo pensaba en Ernst, no en el juego”.
La derrota por 7-0 fue un retrato del momento. Pasado el Mundial, se supo que Joseph fue apresado y torturado durante dos años por los Tonton Macoutes. La llamada de Ernst (ordenada por Bebe Doc) a la delegación haitiana informando que estaba vivo tranquilizó a todo el plantel. La caída frente a Argentina por 4-1 fue su despedida de la máxima cita internacional.
Para la clasificación al Mundial de 1978 acabaron segundos, al igual que en la Copa Concacaf de 1977. Nunca más hubo una participación destacada de un país que, como decía Galeano, sigue pagando el precio de haber elegido la libertad.
- AUTOR
- Bruno Scavelli
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