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Cuando vivir es evitar morir
Hasta 1940, Qatar era un país donde sus habitantes vivían de la pesca y la recolección de perlas. Al ser una colonia británica, dependían básicamente del mercado exterior. Todo cambió con la llegada del “oro negro”. Arabia Saudita, Kuwait, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Omán (hoy miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, CCG) empezaron a convertirse en un nuevo modelo de estado, la ciudad-corporación global. En los albores del neoliberalismo, progreso significaba riqueza. Una competencia por quién tenía más lujo. Cuanto más para mostrar, mejor.
Qatar siguió ese camino, pero la familia Al-Thani, quienes gobiernan desde su fundación como país, vio su negocio en los medios. En 1996, crearon la cadena de televisión Al-Jazeera y pronto la convirtieron en un gran multimedio a la par de CNN o BBC.
Con el tiempo, los jeques qataríes se dieron cuenta que entrar en el negocio del fútbol no solo era fácil, sino que era altamente rentable. En 2011, el grupo inversor Qatar Investment Authority compró el 70% de acciones del PSG. Su presidente, Nasser Ghanim Al-Khelaifi, es también dueño de BeIN Sports, una filial de Al Jazeera que tiene los derechos de los principales torneos internacionales de todo el mundo.
Años más tarde, el Barcelona, reconocido en el mundo por no llevar una marca en el pecho de su camiseta, firmó un acuerdo con Qatar Foundation para ser el primero en hacerlo. Sandro Rosell, presidente del club catalán por ese entonces, justificó la medida como “una necesidad del club”. Hoy, Rosell pasa sus noches en la cárcel madrileña de Soto del Real, donde se encuentra acusado de delito de blanqueo y organización criminal, a su vez que le espera un juicio por comprar votos de países africanos para la elección de Qatar 2022. Una semana antes del acuerdo que firmó el club, Qatar había sido elegida sede del Mundial de 2022, su negocio más grande.
No hace falta mucho esfuerzo para pensar que en un país que basa su economía principalmente en la industria petrolera, la construcción y los servicios domésticos y que, a su vez, sus habitantes originarios no llegan a 250 mil, la mano de obra extranjera sea muy pretendida. Si bien las cifras son desconocidas, se calcula que un 90% de la fuerza laboral son inmigrantes asiáticos (en su mayoría indios) y de países limítrofes como egipcios, yemeníes y sirios dispuestos a trabajar por poco más de 100 euros mensuales.
Eso, sin contar las condiciones en las que conviven y trabajan. Jornadas de 12 horas siete días a la semana, incluidos los meses donde la temperatura supera los 45°C, medidas de seguridad precarias (el año pasado hubo un millar de ingresados por traumatismos en accidentes de trabajo, el 10% quedaron incapacitados), y las condiciones en las que se alojan son aún peores: hacinados, sin aire acondicionado y, en casos extremos como el campamento de Al Khor, provincia de Qatar, sin electricidad según Amnistía Internacional.
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En 2009, el gobierno qatarí aprobó la Ley de Patrocinio (Kafala en árabe). Se acordó que cada trabajador que llegara al país necesita tener un patrocinador o auspiciante local, compañías abastecedoras de mano de obra o ciudadanos qataríes que avalan a los trabajadores y los ceden a las empresas por un precio. Si un trabajador quiere salir del país, cambiar de trabajo, obtener licencia de conductor, alquilar una vivienda o abrir una cuenta bancaria, depende del permiso de su patrocinador.
Al confirmarse que Qatar sería sede del Mundial, la demanda de mano de obra aumentó al punto de pasar de ser un millón de habitantes a dos millones. Pronto, todos los medios del mundo enfocaron sus ojos en las terroríficas condiciones de trabajo del país anfitrión. Desde ese entonces, la ley tuvo varias reformas pero, para James Lynch, director adjunto del Programa sobre Asuntos Temáticos Globales de AI, es “solo un maquillaje”.
“Puede que esta nueva legislación elimine la palabra ‘patrocinio’, pero deja el mismo sistema básico intacto… En la práctica, los empleadores aún pueden impedir que los trabajadores migrantes abandonen el país. Al facilitar que los empleadores confisquen los pasaportes de los trabajadores, la nueva ley podría incluso empeorar la situación de algunos de ellos. Lo trágico es que muchos trabajadores piensan que esta nueva ley supone el fin de su calvario” explicó Lynch en el resumen del informe de AI “¿Nombre nuevo, sistema antiguo?”, publicado el 12 de diciembre de 2016.
A los jeques qataríes se les podrá cuestionar su idoneidad dirigencial o su legalidad a la hora de enriquecerse, pero vale reconocerle una cosa: pase lo que pase, su gran negocio llamado Copa del Mundo no se toca. Ni con el escándalo de corrupción en FIFA, ni con la compra de votos (encabezada por Michel Platini) a favor de la candidatura qatarí, ni las miles de denuncias de organizaciones de derechos humanos por las condiciones de trabajo. Ni siquiera la FBI se atrevió a meterse con tamaño negocio.
Para AI, la FIFA debe dejar de mirar parar otro lado y no hacer oídos sordos por las condiciones de los trabajadores en Qatar. “Los abusos seguirán manchando la reputación de la FIFA y su Copa del Mundo, a menos que presione para lograr cambios estructurales en la relación entre empleadores y trabajadores migrantes”, exigió Lynch.
Gianni Infantino llegó a la presidencia de la máxima entidad futbolística con la necesidad de mostrar reformas. El año pasado se presentó un informe donde reconocía “utilizar su influencia para combatir las amenazas que afectan a los derechos humanos del mismo modo que para lograr sus intereses comerciales”.
En mayo de este año, se conoció que FIFA tendrá a Qatar Airways como principal socio hasta 2022, una firma que patrocinará los Mundiales de Rusia 2018 y Qatar 2022. Según cuentan fuentes cercanas al organismo, el convenio fue negociado y cerrado por el ex presidente Joseph Blatter, meses después de la designación de Qatar como organizador. ¿La razón por la que no se hizo oficial? Las críticas sobre las condiciones de trabajo en la construcción de los estadios en Qatar.
¿Se acuerdan cuando el fútbol no era utilizado por multimillonarios y empresas como su juguete? Yo tampoco.
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- AUTOR
- Bruno Scavelli
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