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De Europa a Segunda B
El Racing de Santander representa a la perfección lo que es perder el rumbo en dos de los sentidos más importantes que debe tener un elenco de Primera División: el económico y el deportivo. En una sola década, pasó de saborear el mejor caviar futbolero del Viejo Continente y hospedarse en estadios de primer nivel, a sumergirse en una gasolera y terrorífica travesía que lo llevó a pisar los campos más pequeños de España.
Hay equipos en todas las ligas que caen bien porque sí, está en su naturaleza. Nada, o poco, tienen que ver la cantidad de trofeos que luzcan en sus vitrinas, las rutilantes figuras que vistan su camiseta durante los fines de semana o su atrapante historia. Acá, el factor de la «pequeñez» nos lleva a cobijarlos y sentir un desinteresado aprecio que no sabemos de dónde surge. Quizá sea por su afición o por el simple hecho de querer «proteger al más débil» de las garras de los hegemónicos de siempre. El Racing de Santander personifica uno de esos casos.
¡Ojo! No es que este equipo haya vagado durante toda su historia en las subcategorías del balompié español, o que haya disputado apenas un puñado de temporadas en La Liga. De hecho, tiene con qué sacar algo de chapa. No cualquiera se mantiene un total de 44 ruedas en la élite, ni puede osar ser el único equipo de su región (en este caso la cántabra) en haber jugado en primera o ser semifinalista de la Copa del Rey (2007/08 y 2009/10), o haber tenido el honor de disputar la ex Copa de la UEFA. De todo eso, el Racing es digno portador.
Durante los años 2007/2008, quienes lucen su casaca verdiblanca vivenciaron una de sus mejores campañas en la élite. Un dignísimo sexto puesto los catapultó hacia la Europa League mencionando, por cierto, que apenas siete puntos los distanciaron del Barcelona, porotos que lo hubiesen depositado en la Champions League. Nada mal, si tenemos en cuenta los inequitativos presupuestos y que su plantilla, a nivel cuantitativo y cualitativo, era mucho menor que la de los grandes.
Su excursión por Europa no le trajo muchas alegrías y su precipitado adiós fue en la fase de grupos. Al menos, se quedaron el regocijo de medirse ante elencos de talla tales como el Manchester City (hoy conducido por Pep Guardiola), el Paris Saint-Germain (en ese momento distaba de tener figuras rutilantes como Neymar o Kylian Mbappé), el Twente hoalndés y el siempre respetable Schalke 04. Esta, podríamos decir, fue la última dulce cucharada con la que se relamieron los fanáticos racinguistas. Hinchas que, seguramente, pensaban que su porvenir llegaría con campañas superadoras pero que, lamentablemente, se toparon con otra realidad.
El año 2011 fue el principio del fin. Ángel Lavín asumió como Presidente de la institución, pese a no tener el apoyo de la gran mayoría de la masa societaria, misma condición que debió enfrentar su antecesor, Francisco Pernía. Al mismo tiempo, emergía una nueva figura inversora (es conocido que allí están permitidas las SAD) para acompañar a la nueva CD: Ahsan Alí Syed.
Este empresario iraní llegó, como varios en el último tiempo, con el único fin de depositar dinero, hacerse con un club, empezar a figurar en el plano deportivo y sacar una tajada de ello. Esto, claro, no comenzó del todo bien ya que de movida hubo roces con el anterior propietario, Jacobo Montalvo.
«¿Por qué compré el club? Primero, por mi ambición. Y segundo, para entrar en el mundo de los deportes. No pagaré si no tengo el club. Sólo lo haré cuando sea el dueño (…) Lamento lo que está pasando y estoy triste por la situación que atraviesa el equipo. No hay necesidad, porque yo tengo dinero para invertir. Yo quiero el club para mí y para mi familia«, sostuvo el magnate, que sedujo con su ficticia intención de depositar 50 millones de euros en las cuentas y con la promesa de intentar fichar, nada más y nada menos, a David Beckham.
Poco tiempo pasó hasta que sucedió el primer escándalo con el flamante directivo. En abril, el reconocido diario Marca tituló: «Ali Syed sale huyendo de Santander». ¿Por qué? Resulta que el multimillonario tenía planes oscuros para con la entidad: traspasarlo a la familia real de Bahréin, recaudar 15 millones y hacer su negocio era el tripartito que componía su espuria estrategia. Él quería figurar sólo como intermediario entre la comitiva de el Sardinero y la familia real de este estado asiático.
Para sumar un poco más de leña al fuego, sentenció que no pagaría la deuda de 1,7 millones contraída con los futbolistas, y que no seguiría los plazos estipulados para abonar lo adeudado con Hacienda.
Los resultados magros estaban a la vista y no había capitán que enderece el timón: Héctor Cúper, Juanjo González y Álvaro Cervera fueron parte de una suceción de entrenadores que no supieron sacar a la luz el carácter ganador de sus dirigidos, y lo empujaron al descenso a segunda división.
La travesía del empresario duró poco. Apenas dos años después, renunció al 99 por ciento de sus acciones, quedándose con el uno por ciento restante, y llamó a lanzar a concurso para la ampliación de capital, recambio que permitiría oxigenarse con una bocanada de tres palos euros, más 1,5 de prima de emisión. En el primer tiempo, la venta estaba restringida a socios, luego del plazo estipulado (15/7) saldrían al mercado. «El objetivo es poner el club en manos del racinguismo«, explicó el poco querido Lavín.
Algo más había de trasfondo. En el seno de la toma de esta decisión, se intuía que la opción de la dimisión era empujada por un elemento más, ajeno al club, pero propio de la figura del iraní. Su condición de excéntrico millonario, la turbulenta forma en que arribó a Santander, su accionar para lograr el cometido de llevar adelante sus espurios negocios y el dedo juzgador que lo señalaba por maniobras fraudulentas recaían sobre su espalda.
Para colmo, en 2016 los Panamá Pappers revelaron que este Syed poseía dos empresas off-shore, coincidentes durante su estadía en el elenco español. Sus sociedades radicadas en estos paraísos fiscales databan desde el 2010 al 2013, mismo período en que él fue pope y sumergió a esta entidad en la crisis más profunda de su historia. Western Gulf Investments y Western Gulf Assets, firmas adjudicadas, hicieron que la investigación diera con su paradero.
El año 2013 fue tumultuoso. No sólo en el plano político, sino porque los resultados en el verde césped daban más que hablar por la posibilidad de una nueva pérdida de categoría, que por la chance de materializar el ansiado retorno. Todo esto, sazonado con el condimento del tan esperado centenario, hecho que volvió a marcar una apertura en la grieta divisora que la Comisión Directiva sufría con su afición: durante los festejos, la institución fue por un lado y las peñas por el otro.
El descontento era notorio. Durante cada jornada, los fanáticos que concurrían al estadio sostenían un religioso ritual fin de semana tras fin de semana, que consistía en que a cada minuto 13 del partido (debido a su año de la fundación) pitar, silbar y abuchear a la comisión.
En lo futbolístico, otra vez, la pecaminosa tríada: Fabri, primero, José Aurelio Gay y Alejandro Menéndez fueron los entrenadores que se sentaron en el banquillo y no supieron enderezar el curso de una tripulación que ya tenía un destino premeditado: un nuevo descenso, esta vez, a la categoría de bronce futbolera del país ibérico.
Tampoco trajo aires de cambio el 2014. Para colmo, un nuevo fantasma merodeaba la atmósfera de los Montañeses. Por primera vez, era realmente tangible la posibilidad de la desaparición. Ángel Lavín debió dimitir, José Antonio Sañudo, ex futbolísta, agarró el fierro caliente junto a Manuel Higuera -también ex jugador- y debieron afrontar la peor crisis económica de su historia.
Un grupo de exprofesionales aportó 1,5 millones de euros, 300.000 recaudaron del proceso de ampliación y 900.000 separaban al Racing de su salvación definitiva. “Que por 900.000 euros, que una institución como el Racing pueda desaparecer es algo que yo no pensaba ni en mis peores sueños”, enfatizó Herrera. Y no dudó en demostrar su desesperación: “La forma de defender lo nuestro en este momento, que es el Racing, es implicándonos, participando. Unos podrán con más, otros podrán con menos y otros podrán con una cosa referencial, da lo mismo. Pero este club necesita, en este momento, tener 5.000, 6.000, 8.000, 10.000 o 200.000 accionistas”.
Sus hinchas, simpatizantes y vecinos de la comunidad recolectaron un total de 2,3 millones de euros para sus activos y lograron, así, el pago de 2,7 que exigía el Concejo Superior de Deportes. Mario Fernández, capitán y vocero, destacó el fervor y la pasión de sus seguidores, y la diferenció de la «total falta de ayuda por parte de las administraciones públicas de Cantabria y entidades a nivel nacional».
Tuto Sañudo -que en la actualidad ostenta el cargo de Presidente Honorario- e Higuera lograron equilibrar las finanzas y llegar a una meseta económica, luego de la sinuosa pendiente que dejó aparejada los malos años de la administración antecesora. A principios de año el grupo Pitma -que persiste hoy día- se convirtió en el accionista de referencia con el 30% del capital, tras desembolsar 1,2 millones.
Hoy, Alfredo Pérez, uno de los dos propietarios de Pitma, asume el rol de presidente. Distanciado a nivel fanatismo, acercado por ser asiduamente parte de la delegación que va cancha por cancha en busca del ascenso, y dispuesto a asumir el compromiso, comenzó a ejercer funciones a mediados del 2018.
En la actualidad, los verdiblancos van punteros en el grupo dos de la Segunda División B, aspiran a llegar a los escollos decisivos y escalar un peldaño para regocijarse con ese sentimiento de volver a ser. El Racing, que encendió un centenar de velas en su cumpleaños y las apagó con el amargo llanto de sus falangistas, que pasó del continente a las divisiones regionales, hoy pelea más que nunca para regresar a su lugar.
- AUTOR
- Julián Barral
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