La Liga
De la inteligencia a la listeza
Hablar de Diego Pablo Simeone es hacerlo de un técnico paradigmático que devolvió a los grandes escenarios a su querido Atlético de Madrid, un equipo más acostumbrado a las sombras que a las luces y que de la mano del técnico argentino está viviendo una época de bonanza, precisamente cuando el duopolio de los dos más grandes del país ibérico amenazaba con hegemonizarse todavía más, si cabe el término.
El Cholo entendió que si pretendía contrarrestar el dominio del Real Madrid y el Barcelona lo tendría que hacer desde una trinchera divergente. Y desde el momento mismo en el que se hizo cargo del Atlético dejó en clara su ambición de aspirar a lo más alto; ya con otros entrenadores el equipo del Manzanares había tocado la gloria, pero nunca en los cotos más elevados, esos que están reservados para los más grandes. Una Europa League parecía un motín acorde a las potestades de un equipo como el rojiblanco, pero pensar en una Liga como la del 96 era un sueño más que un objetivo.
Sin embargo con el devenir de los meses, Simeone dotó de realidad aquello que muchos vislumbraban como una intención simplemente. No era el discurso de aquel que busca enamorar a través de la labia pero al que, llegado el caso los hechos abandonan. En el Atlético se respiraban aires renovados.
Habituados a exigir lo que la historia manda y demanda, los rojiblancos no fueron ajenos a su legado, y comenzaron a dejarse la vida en cada pelota. El partido a partido cobró la fuerza de una ideología y la grada siempre generosa, se contagió de lo que percibía de su equipo. Simeone, sus jugadores y su hinchada se hicieron una fuerza coercitiva capaz de derribar la barrera más impensada.
Así llegó una Liga, una Copa y una final de Champions League, quizás el punto más álgido hasta ahora, sin embargo la caprichosa historia quiso poner al equipo del Cholo cara a cara con su rival más encarnizado y la historia de uno y otro jugó su partido en aquella final épica, como aquellas finales viejas de Europa se impuso el todopoderoso y dejó al campeón moral tendido y extenuado, sin premio al final del camino.
Un impulso visceral y devorador se apropia de Simeone cada vez que salta al campo. Los éxitos alcanzados le alcanzan al Cholo para convencerse de que el camino que transita es el correcto, sin embargo hay acciones que exigen ser señaladas y que en ocasiones se pasan por alto debido a que el antihéroe que Simeone personifica, es encantador y carismático. Pero esas concesiones que se hacen con el argentino tarde o temprano se le volverán en contra, valga el caso de José Mourinho como ejemplo.
Las acciones que el ex entrenador de River emprende parecen ser ya no una necesidad emanada de la búsqueda incesante de la victoria, sino más bien se asemejan más a un acto reflejo, a un hecho no pensado, a un rebase de sí mismo. Arrojar otro balón a la cancha para detener un avance del rival no es un síntoma de inteligencia, sino de listeza que no es lo mismo. Y perder los papeles por un cambio no realizado es mucho peor, que no denota ni inteligencia ni listeza.
Simeone parece convencido de que no importan las formas con tal de llegar al objetivo. Nada más lejano a la verdad. Porque se puede ser un convencido de que defendiendo a ultranza y apostando todo al peso específico que las individualidades al servicio de la colectividad otorgan se puede acceder al éxito y otra es pensar que las marrullerías deben ir también en ese saco. No se necesitan esas “pillerías” para sufragar las necesidades de un partido.
El técnico del Atlético, heredero de los viejos ritos de la oralidad bilardista, dueño de una irredenta pretensión de que se puede competir contra el que sea, desvirtúa todo lo que con su capacidad consigue.
Potestades le sobran como conductor, si repasamos brevemente su trabajo más allá de los títulos: fue capaz de construir y reconstruir un equipo altamente competitivo que no limitó ni la intensidad ni la lealtad ni el compromiso, pese a las constantes idas del plantel. Sabe elegir muy bien sus piezas llegado los momentos trascendentales de una competición y tampoco otorga un peso desmesurado sobre los hombros de tal o cual futbolista, sabe qué esperar de cada uno de ellos en la justa medida en que sus aptitudes le pueden dar.
Simeone está en un momento en el que al amparo que la complacencia del heroísmo le otorga es incapaz de ver que está desbordado; tendrá que encontrar el aprendizaje en la soledad, esa que es vital en el camino de cualquier entrenador. Porque de no hacerlo aquello que hoy se le aplaude, terminará por convertirse en su tumba.
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- AUTOR
- Abda Barroso
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