Bundesliga
De la vez que Kahn no pudo
Es usual que ante un panorama desolador, donde la alegría parece una parada extremadamente lejana en la ruta de la existencia, nos preguntemos en qué momento fue que todo comenzó a irse al diablo. Buceando en recuerdos, probablemente identifiquemos un instante, un día, una frase, un suceso, que sirvió de gris puntapié inicial para el festival de lo nefasto.
Nos encontramos en las vísperas del Mundial de Alemania 2006. El seleccionado doméstico se encuentra en el ojo de la tormenta. El máximo trofeo había sido alzado por sus jugadores por última vez hacía ya dieciséis años, en aquella recordada final en suelo italiano ante la Argentina de Carlos Bilardo. Los más próximos antecedentes eran desalentadores. En la Eurocopa 2004 fue eliminada en fase de grupos, y en la Copa Confederaciones 2005 –disputada, claro, en territorio germano- había quedado en un insatisfactorio tercer puesto.
El vértigo de la intachable presión de los seguidores, la necesidad de exorcizar los fantasmas de la agria Euro, la urgencia de recuperar física y tácticamente a un equipo y la obligación de hacer un buen papel en la Copa del Mundo, no solo por ser los locales sino por el mero hecho de ser Alemania, conformaban una verdadera piedra en el zapato para la tranquilidad del entrenador Jurgen Klinsmann. Y en dicho plató, el técnico tomaría una decisión trascendental: destronar a un símbolo de la agresividad física, la exigencia ciega y el músculo por sobre el cerebro, religión que imperaba en varios miembros de la plantilla. Nos referimos a la medida de descender al arquero titular Oliver Kahn al puesto de suplente, a punto de iniciar el torneo más importante que tiene el fútbol. De repente, un titán incuestionado era considerado prescindible.
Sería un error identificar el inicio del declive de Kahn en el seleccionado con la decisión de JK en vísperas mundialistas. En realidad, la situación había comenzado a resquebrajarse en la Copa Confederaciones, torneo consecutivo al fracaso en Portugal ’04 y primera competición con el flamante DT al mando del combinado. De su propio pizarrón partió una curiosa decisión táctica. Durante el torneo, el arco sería rotado. Y aquí aparece el antagonista de la suerte de Kahn en el seleccionado alemán, Jens Lehmann, figura en ascenso a nivel europeo al ser el portero del Arsenal inglés, campeón invicto de la Premier League en la temporada 2003/2004.
El inicio no fue fácil. Kahn, primero en la lista de guardametas, concedió tres goles en lo que fue la ajustada victoria por 4-3 sobre Australia en el debut. Vio desde el banco de suplentes como Lehmann mantenía la valla invicta en el 3-0 a Túnez y –nuevamente- fue testigo desde fuera del campo de juego de la performance del tercer arquero, Timo Hildebrand, en el empate 2-2 frente Argentina. Alemania había quedado primera en su grupo, lo cual la precipitaba a un impensado duelo de semifinales ante Brasil, segundo en su fase al no poder superar a México. En dicho contexto, una posibilidad surgió en el horizonte de Kahn, la de la revancha. Sanar una herida profunda que había marcado su suerte como internacional. Nos referimos a verse la cara nuevamente con sus pares brasileños tras la caída en la final de la Copa del Mundo del 2002. Claro que Klinsmann tendría la última palabra. ¿Pero cómo negarle a uno de los máximos ídolos alemanes la posibilidad de redención?
Debemos despojarnos del año 2005 y posicionarnos en el Mundial de Corea-Japón, un episodio del fútbol de élite condenado al ostracismo. A saber, en aquel entonces Klinsmann era tentado para jugar en el fútbol under de los Estados Unidos bajo un seudónimo. Lehmann se veía relegado a un protagonismo menor como meta del Borussia Dortmund. Hildebrand apenas hacía sus primeras armas en el Stuttgart. De todas formas, cualquier ser humano hubiera sido actor de reparto ante la inmensidad de la figura de Kahn durante el desarrollo de aquel torneo. En una Alemania mucho menos vistosa que la actual, donde predominaba el físico entremezclado con calidad y rusticidad por sobre la dinámica y la rapidez, el arquero del Bayern Munich era un verdadero animal en su arco, desenvolviendo tapadas descomunales y ganando la admiración de quien quiera que se sentara a ver un partido de los alemanes.
Artículo relacionado: Grandes arqueros: Oliver Kahn
Es cierto que los germanos tuvieron la fortuna de toparse con rivales de rodaje menor, pero de todas formas el desempeño de Kahn fue admirable. A sus monumentales paradas –algunas casi demenciales- se acoplaba el dato de que en seis partidos haber recibido tan solo un tanto. Fue pilar para que Alemania dejara atrás a Arabia Saudita, Irlanda, Camerún, Paraguay, Estados Unidos y Corea del Sur, accediendo así a la final ante Brasil. Para cuando tenía enfrente de él a los muchachos de Luiz Felipe Scolari, el rubio arquero era considerado una de las máximas figuras de la competición, y su candidatura al Balón de Oro ganaba peso minuto a minuto. Incluso se consideraba factible la consagración definitiva de Kahn amén de la suerte alemana en el partido definitivo. Sin embargo, la mala fortuna había reservado su aparición para el último capítulo.
Durante el primer tiempo, OK pudo arrojar algunas atajadas de intensidad media. Las llegadas de Brasil eran intrépidas pero fallaban en la concreción. De cara al complemento, el reloj marcaba los veinte minutos del segundo período cuando un disparo de Rivaldo iba derecho a reposar en las manos del arquero. Pero de forma insólita, Kahn embolsó… el aire. La pelota se escapó del hueco de sus guantes y quedó girando en la puerta del arco. Con el gigante intentando remediar su error desde el suelo, balbuceando manotazos al aire y con su figura sin poder levantarse del césped, el temible Ronaldo solo debió colocar su botín en dirección a la redonda y pateó. Gol brasileño. De forma increíble, la perfección del guardameta estuvo vulnerada en el cotejo más crucial de su trayectoria.
Es menester repasar la construcción como profesional a la que Kahn se sometió. Una exigencia caníbal que se alzaba junto con una agresividad intimidadora que podía estallar tanto con rivales como con compañeros propios. Los métodos extraños para entrenar que el portero empleaba para su exclusividad –como aislarse en las concentraciones sin cruzar palabra con ningún allegado- no eran más que maniobras cuya semilla eran las frases de auto-provocación que escribía en las paredes de su tormentosa habitación. En el sistema de Kahn, el éxito era un lugar al que no solo había que arribar, sino aferrarse con uñas y dientes. Cuando su imperturbable camino finalmente sangró, no hubo marcha atrás.
Kahn obtuvo el Balón de Oro de la Copa del Mundo 2002. Pero fue anecdótico. Nadie se animaba a decirle que debía ir a recibir el galardón mientras él se encontraba sin consuelo alguno arrojado en uno de sus palos, con su espalda sobre el metálico y su mirada hundida en sudor y derrota. Su error se transformó en una de las imágenes de aquel oscuro Mundial y la oportunidad de reivindicación jamás arribaría para Kahn. Su tiempo en la selección iba camino a terminar.
El mal trago de la Eurocopa 2004 parece ser el punto final. Porque regresamos al año 2005, y la disputa de la Copa Confederaciones está al rojo vivo. El DT Jurgen Klinsmann le anunciará a sus dirigidos los once titulares que enfrentarán a Brasil en semis. Hay sed de revancha en el ambiente. La herida abierta de la final aún no cicatriza. Pero algo se quiebra en el aire del entrenamiento alemán cuando todos posan sus ojos en la pizarra con la formación titular. Sorpresa y silencio.
En el puesto de guardameta titular dice de forma tímida “Lehmann”.
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
Comentarios