América
Defensor: su propio Maracanazo en el Uruguay
Ni bien sonó el pitido final que dio cuenta de la hazaña, comenzó la vuelta olímpica en el sentido contrario de lo que la tradición marca. Los futbolistas iniciaron el recorrido hacia la derecha, en el sentido de las agujas del reloj. Pese a que nunca fue contrastado, aquella forma de celebrar el título fue declarada simbólica en todo Uruguay. La vuelta al revés, en medio de la cruel dictadura que azotaba a Uruguay. Defensor había roto la hegemonía, de casi medio siglo, de Peñarol y Nacional en el profesionalismo. Entre 1932 y 1976, ningún equipo considerado chico había sido capaz siquiera de asomar la nariz. Hasta la conquista del club violeta, el triunfo de un pueblo que se vio reflejado en aquel equipo.
El título inauguró una nueva era, puso de manifiesto que era posible dar un vuelco a la historia. Y fue más allá de lo deportivo. Aquel equipo estaba compuesto por mayoría de ideales comunistas, perseguidos por el gobierno militar en más de una oportunidad, incluso en competencia. José Ricardo De León, entrenador del equipo, era un amante de la literatura y el teatro, hablaba cuatro idiomas y fue considerado un revolucionario en el fútbol local. Aunque nunca pudo llevar su conducción al seleccionado charrúa, por su filosofía de izquierda. No fueron pocas las veces que fue considerado para asumir en la Celeste.
Pedro Graffigna, uno de los centrocampistas más habilidosos del equipo e integrante de movimientos comunistas durante su paso por Chile, celebraba cada gol con el puño en alto. Beethoven Javier, marcador de punta, fue arrestado sin causa cuando jugaba con hijo en una plaza, y liberado horas después. Julio Filippini, juvenil que debutó con doblete ante Nacional, dedicó su gran actuación a su hermano y los compañeros de éste en el penal de Libertad, lo que derivó en un llamado a declarar al partido siguiente. Su padre intentó ocultarlo en una casa de Paraguay, pero su hijo debió presentarse unos días después y ya no jugaría en el club. Aquellos dos goles en un partido grande fueron su carta de presentación y al unísono la despedida, pese a que se lo puede ver, con más de 60 años, celebrando como uno más en un documental llamado Fuimos Héroes de la cadena Fox Sports.
Víctor Hugo Morales, el gran relator uruguayo, disfrutó la campaña de Defensor desde el lugar de los hechos. Comunicó desde un primer momento en Radio Oriental, el medio donde trabajaba, que no acompañaría a los dos gigantes en esa temporada. Había ilusión en lo que podría realizar el tercer conjunto de Montevideo. Narró los acontecimientos en cada cancha donde se presentó el campeón y no estuvo exento de ser llamado a declarar, tras responder a las palabras de FIlippini con un “bien, anotado”. El libro “El arte del Relato” rememora las palabras de quien luego tendría gran suceso en Argentina: “¡La historia se derrumba y se conmueve! ¡Defensor es el campeón! Y el público empieza a entrar a la cancha. Están dando la vuelta olímpica al revés de lo que se estila, porque tiene razón Defensor. Al revés de la historia”.
Mientras las canciones de protesta se replicaban en el vestuario y VHM contaba la gran campaña del plantel Violeta, se fue construyendo un equipo que cambió las formas. De León fue un innovador. El entrenador había asumido sus funciones en 1971 y, tras tres años en los que implantó una semilla de su visión futbolística, salió del país para hacer carrera en otros lares. Viajó a México, fue campeón con Toluca, cosechó buenos resultados en la Argentina con Rosario Central, y retornó al club para cosechar lo sembrado. En una carta dirigida a los hinchas tras el campeonato, dentro de una revista especial que publicó el club, escribió: “Llegué de vuelta a mi querido Defensor. ¿Qué se puede hacer? Trabajando bien, se puede ser campeones. ¿Y todo este tiempo vedado a los clubes chicos? ¿Cuál es la fórmula? Adentrarse en la mente de los muchachos hasta convencerlos de que todo es posible”. Como conductor de grupo, fue un líder y motivador sin igual, cuyo mensaje bajó en el equipo con una transparencia suprema.
Aquel Defensor eliminó prejuicios, jugó de igual a igual y respetó su filosofía de juego allí donde actuó. Era un bloque uniforme que se movía a diferentes alturas del campo, pero siempre intentaba encerrar al rival con una presión asfixiante. Una de sus grandes premisas fue que se debía marcar la pelota, no a la figura del rival. Buscaba que su equipo ahogara a sus adversarios y, en los entrenamientos se sentaba dentro del arco, detrás de su arquero. Si le llegaban una sola vez y debía tocar la pelota, la práctica estaba finalizada. Así puso en aprietos a Nacional, que no acostumbraba a enviar balones largos a la delantera y durante casi 45 minutos no pudo salir de su mitad de cancha. Una vez con la posesión del balón y sus ataques directos, sacaba la diferencia. El plantel contaba con dos figuras conocidas; uno de ellos era Luis Cubilla, ya en el ocaso de su carrera, a los 36 años. El otro, Gregorio Pérez, que daba sus primeros pasos y se ganaba la vida vendiendo libros por la capital.
De León había sido un ‘10’ talentoso en su época de jugador, era hincha de Nacional y había hecho el camino que muchos formadores indican, el de comenzar la carrera de director técnico desde las divisiones juveniles. Lo hizo en la cantera del Bolso y luego se mudó a Rentistas, para terminar haciendo historia con los Violetas. El propio José Ricardo defendía la teoría de que al seleccionado charrúa le va mejor cuando los que se consagran en su país no son los dos gigantes, pues el equipo nacional y el pueblo se contagian de ese espíritu guerrero y de la unión de las masas. Defensor había sido el primero, aunque en la década siguiente hubo una cadena de cinco torneos consecutivos que fueron esquivos para los dos más grandes. De 1987 a 1991, los violetas inauguraron una saga que incluyó títulos de Danubio, Progreso y Bella Vista, coronado con un nuevo título de Defensor, ya en unión con Sporting y tal como se lo conoce hoy.
El fútbol que pregonó el equipo fue considerado resultadista por un sector de la prensa, aduciendo que tal estrategia quitaba creatividad a los jugadores. Carlos Solé, el relator más reconocido en todo el país por aquella época, tildó a De León como el rey de los proxenetas, como se refería cada tanto a los entrenadores. Fue llevado a juicio pero nunca se retractó, aún con la amenaza latente de terminar en prisión, algo que no tuvo lugar. El hombre, cuyos ideales políticos y formas de ver el juego se profundizaron por años, hacía caso omiso a tales opiniones. Incluso, cuando Solé lo tildó de antirreglamentario porque sus jugadores salieron con cualquier número a la cancha, respondió con altura señalando que las normas obligan a numerar las camisetas, no a que los números representen posiciones en el campo.
“El comienzo fue el 25 de julio de 1976. 2-1 a Rentistas ante 13.000 personas en el Estadio Luis Franzini. Hubo presos políticos que burlaron prohibiciones pidiéndole a su familia que enviaran los huevos envueltos con el diario de Defensor campeón. Otros, como el hermano militante del Profe De León, celebraron en el exilio mexicano. Otros no pudieron festejar”, escribe Ezequiel Fernández Moores en su libro “Juego, luego existo”. A mediados de la década del ‘70, se edificó una de las grandes antologías del fútbol sudamericano. Defensor dio vida a su propio Maracanazo dentro de Uruguay.
- AUTOR
- Nicolás Galliari
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