Copas
Del anonimato social a las despedidas multitudinarias
10 de Junio de 1986. Bulgaria. Partido 3
“Dedico esta clasificación a toda la gente que creyó en nosotros pese al poderío de Bulgaria. Es decir, a vos, mamá…”.
Frase curiosa de un hombre curioso. ¿Reflexiones posibles? Varias. ¿El motivo? Argentina finalizaba puntera del Grupo A, y clasificaba a los octavos de final de México 1986. Dos victorias y un empate. Seis goles a favor y dos en contra. Todo esto, pese al negativo clamor popular que caracterizaba la época.
El desahogo proviene justamente de un entrenador que se ha caracterizado por no cantar victoria antes de tiempo. Por cábala, por convicción o por lo que fuera, no solía hacerlo. Carlos Bilardo le agradeció a su madre. Real o no el augurio de la señora, ¿cómo juzgarla? Si todos hemos crecido con la seguridad de ser los más apuestos del país. Las madres mienten.
Más allá de esto, México ‘86 continúa siendo hoy una fuente de anécdotas e historias. Por lo que se consiguió, por cómo se logró, por las personalidades que integraron ese plantel, por el sentimiento que generó ese torneo, por las sensaciones que hasta hoy perduran. ¿Cuánto de lo que se cuenta de esa realidad es ciertamente real y cuánto forma parte del relato verosímil? Quizá ficticio, tal vez a propósito, tal vez no.
Lo que sin dudas sí fue real es que nadie, o mejor dicho muy pocos, confiaron en aquel seleccionado argentino en la previa del certamen. Los diarios no hicieron alusión a la partida del elenco dirigido por Bilardo hacia México (algo muy común en estos días), y mucho menos corearon el nombre de Diego Maradona, la futura figura. Pero sí castigaron al equipo por su rendimiento y al entrenador por sus decisiones.
Hasta los mismos protagonistas aparecieron en los noticiosos. Enzo Trossero y Héctor Chocolate Baley, integrantes en buena parte del ciclo, despotricaron contra el entrenador. «El técnico me engañó», reclamó el primero y «Bilardo es un incoherente», dijo el segundo. Hasta Claudio Marangoni tuvo su espacio. La tapa de El Gráfico dejó bastante poco que explicar.
De hecho, el combinado nacional, entre el 30 de junio de 1985 y el 20 de junio de 1987, no jugó en el país. Desde el 2-2 frente a Perú por las Eliminatorias hasta el 1-0 ante Alemania, para festejar el título conseguido.
“Muchachos, en la valija pongan un traje y una sábana. El traje lo usamos cuando ganemos la copa y la sábana es porque si perdemos vamos a tener que ir a vivir a Arabia».
“Muchachos, en la valija pongan un traje y una sábana. El traje lo usamos cuando bajemos del avión con la Copa del Mundo. Y la sábana por si perdemos y nos tenemos que ir a vivir a Arabia, porque acá no vamos a poder”, afirmó el entrenador, según varios integrantes de aquel plantel.
La gente no se sentía identificada. Seguramente el contexto socio-político de la época cooperaba con esta falta de “demostración”. Demostración de poder escupir a viva voz y sin temores un “viva Argentina carajo” o cualquier frase, por más trillada y estúpida pueda sonar cuando la repetimos hoy.
Entender hoy esa situación es como decirle a un chiquito de seis o siete años que antes la gente vivía sin celulares. Y vaya que vivía. “Sí hijo, antes nos llamábamos a nuestras casa y sino al trabajo. Y sino esperábamos el llamado del otro”, bien podría decir un padre versión 2016.
Y verdaderamente la situación es comparable. Porque desde 2006 a esta parte, cientos de personas se agolpan cada cuatro años en el predio de Ezeiza para brindarle el último aliento a la delegación. Y así lo demuestran las imágenes de la previa de Alemania 2006, Sudáfrica 2010 y Brasil 2014.
De hecho, a partir de la gran concurrencia, este acto se ha transformado en noticia para los diarios y portales más importantes del país. Todos y absolutamente todos sacan una nota al instante acerca de la “multitudinaria despedida”. Adjetivos más, adjetivos menos.
Y quizá, la historia haya empezado a cambiar después de ese 2-0 contra Bulgaria, el 10 de junio de 1986. ¿Por qué no pudo haber sido ese resultado el puntapié inicial? Sin dudas que el encuentro ante Inglaterra o el cierre frente a Alemania terminaron encaminando la relación gente-selección pero aquí podríamos encontrar la primera gota que terminó colmando el vaso. Tal vez fueron los cabezazos de los Jorges, Valdano y Burruchaga, los que prendieron una pequeñísima llama en el interior de los argentinos. Esa que después fue fogata y más tarde un incendio.
Acaso el hecho de superar la primera fase como líder, sin haber caído frente al campeón mundial y hasta pudiendo haberlo doblegado, hacía olvidar un poco los malos resultados en los amistosos previos. Por ejemplo, el 0-1 contra Noruega.
Causalidad. Porque no es casualidad la despedida que tuvo el conjunto dirigido por Alejandro Sabella en 2014. Ustedes dirán que ese equipo además podía, de cierta forma, ilusionar a la gente con su tarea dentro del campo de juego, tras haber completado unas muy buenas Eliminatorias. ¿Entonces cuál sería la explicación de 2010, con el propio Maradona a la cabeza? Sí, es cierto… Con su sola presencia, la gente enloquece. Pero la crítica se escuchó antes de conseguir el ticket a Sudáfrica, con bastante fortuna, y mientras las máximas esperanzas se enfocaban sólo en las semejanzas con respecto a 1986: el sufrido encuentro con Perú, la edad de Messi, el Premio Oscar para una película Argentina, el campeón anterior en ambas ediciones había sido Italia y muchas otras ridiculeces más.
Seguramente seguirá pasando. Cientos, quizá miles de personas se juntarán en 2018 antes del viaje del equipo hacia Rusia. Y este hecho volverá a ser noticia para los diarios y las webs. Veremos miles de fotos en Twitter y Facebook o Instagram, si es que todavía existen.
¿Por qué tanta concurrencia? Para alentar, para pedir, para gritar. Para rogarle de rodillas a los 23 jugadores que hagan añicos de una vez por todas la maldita cuenta. Esa que nos separan del último título mundial. Esa horrorosa suma matemática que hoy se clava en 30 pero que en 2018 tendrá dos palitos más.
El camino de Argentina en el Mundial 1986
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