América
Deportivo Mandiyú: volver a empezar
La ciudad de Corrientes, capital homónima de la provincia norteña argentina, parecía alistarse para ser testigo de un nuevo día laboral. Los empleados de la algodonera “Tipotí” aparecían dispuestos a una nueva jornada de trabajo, bajo el calor sofocante del verano correntino. Una empresa situada en el corazón fábril de esa región albergaba a un conjunto de obreros enamorados por el fútbol, como en cualquier otra parte del país perteneciente al cono sur americano.
La mañana del 14 de diciembre de 1952 no representaría un día más, al menos no para los correntinos de sangre caliente y corazón latente por el fóbal, que buscaban mayor representatividad en el profesionalismo argento. El Club Atlético Huracán, sumado al coterráneo Boca Unidos no saciaban esa sed de protagonismo en la élite, poco representada por clubes con nacimiento en esos lares. Mantenidos en el anonimato, pero reinantes en las ligas locales, los labradores dedicados a la industria algodonera decidieron sumar un escalón más de competencias y dar rienda suelta a la idealización de un nuevo rincón futbolero.
Con el almanaque señalando la fecha mencionada, inundados por las reticentes altas temperaturas superiores a los 40 grados centígrados en el período veraniego, nació el elenco de la Empresa Deportiva Tipoití, cuya denominación debió modificarse bajo el sustento impuesto por la Asociación del Fútbol Argentino, que no permitía nombres cuyo rótulo pertenezca a una firma comercial. Optaron entonces por modificar su identificación y hacerse conocidos bajo el nombre de Deportivo Mandiyú, palabra guaraní cuya traducción al castellano significa, nada más y nada menos, que algodón.
El comienzo representó cimbronazos puros. Romper con la hegemonía impuesta por el “Globo azulgrana” –apodo paradójicamente llamativo-, Lipton o Boca Unidos, aparentaba toda una proeza para una entidad todavía en pañales, cuyo primer éxito oficial llegó a seis años de su fundación con la obtención del regional, colándose a partir de allí en la discusión de los veteranos y más galardonados.
La ciclotimia venidera, ante las concurrentes vueltas olímpicas, llevó a los verdiblancos a explorar objetivos más ambiciosos y escalar en las divisionales en búsqueda de competitividad y hazañas para el norte. En 1985, el “Nacional B” –reemplazante de la “Primera B”- apareció en el camino con su carácter federal que convocaba a los campeones desparramados desde La Quiaca a Tierra del Fuego, y cuya obtención brindaría plaza a la más alta categoría del deporte doméstico.
En su primera experiencia saliendo de su lugar natalicio y emprendiendo el periplo que lo llevó a descubrir nuevos horizontes, aterrizaron en un más que honroso séptimo lugar, quedando eliminados en cuartos de final de la liguilla que daba boleto a la Primera División, ante Huracán.
Sin embargo, tres años más tarde, en la temporada correspondiente a los años 1987/1988, los hombres comandados por Juan Manuel Guerra capturaron el título de campeón, al igualar ante Quilmes, inmediato perseguidor en la carrera al éxito, y sacarle seis puntos de ventaja a falta de una fecha para la finalización del certamen. La alegría y el regocijo fueron tales, pero el nivel de exaltación aumentó cuando el destino tiró un nuevo guiño.
Con estandartes como Pedro Barrios –internacional uruguayo-, Adolfino Cañete –integrante de las filas de la Selección de Paraguay- y José Basualdo –posterior concurrente del plantel subcampeón del mundo con Argentina en 1990-, se calzaron el traje de gala para despuntar sus primeros cotejos en la Primera División, con el aliciente de tener un cupo en la antigua “Liguilla Pre-Libertadores”, donde debió vérselas con San Lorenzo de Almagro, ante el que cayó derrotado por ventaja deportiva tras firmar tablas en uno en el partido de ida y en el desquite.
La adaptación a la excelencia tuvo su carácter tumultuoso. Con nombres rimbombantes en frente, acostumbrados a hazañas y a la disputa constante de cuanto título esté en el camino, tales como Boca Juniors, River Plate, Independiente de Avellaneda, Racing Club, entre otros, supo mantenerse sin papeles descollantes hasta entrados en la década del ’90, donde cosechó su peor ubicación en la tabla general. El 17° puesto hacía presuponer que la escapatoria al descenso sería compleja.
El año 1991 traía en los papeles una ardua pelea por mantener la categoría. Un equipo sólido, laborioso y de poco ruido se alistaba para la exigencia pura y, de a poco, empezó el entrevero con los grandes, codeándose en la disputa por el trofeo local y culminando aquella participación con un tercer puesto, detrás del victorioso Boca y el escolta San Lorenzo. Un elenco aguerrido, férreo en defensa –con claras muestras al culminar con la segunda valla menos vencida-, aprovechó la sangre guaraní procedente del cordón limítrofe con Paraguay y construyó un conjunto repartido en tres nacionalidades. Había escasos tintes argentinos y siete de la onceava titular divididos en dos grupos extranjeros: Pedro Barrios, Ricardo Kanapkis, Ricardo Perdomo y Luis Ramos, de la banda oriental, sumados a Roberto Lugo, Alfredo Mendoza y Félix Torres provenientes de la tierra del tereré.
La crónica pareciera tener algún final feliz, por el dejo de algarabía proveniente de esa gesta, pero un giro inesperado dejó anonadados a propios y extraños. Entrados en el año 1993, la erogación de dinero ponía de rodillas a la institución correntina y los intentos de entregar el mando a manos privadas resultaron declinados, por la intención de la AFA de no caer ante las Sociedades Anónimas Deportivas. Fue entonces que el diputado “menemista” Roberto Cruz asumió como gerenciador, junto a Roberto Navarro, dirigente de San Lorenzo.
De las primeras -y más rutilantes- medidas que tomó Cruz en el amanecer de su mandato, una fue la de reunir adeptos a partir de nombres propios. Diego Maradona, en 1994, pasa a ponerse el buzo de técnico en su primera experiencia como entrenador, junto a un viejo conocido dentro del plantel: Sergio Goycochea. Pese a esto, la inyección anímica por la aparición de estos dos emblemas no fue tal, y la dupla del (para muchos) mejor jugador de todos los tiempos con Carlos Fren resultó nefasta. Con caída en el debut ante Rosario Central, apenas doce partidos dejó el saldo de “El 10” como cráneo estratega, desenvueltos en un triunfo, cinco empates y seis cabezas gachas que llevaron a la renuncia del Pelusa y al apremio económico que comía los talones.
La caída a la B Nacional estaba consumada. En 1995, la cúpula dirigencial entendió que no podía hacer frente a las exigencias deportivas y financieras, por lo que decidió renunciar a su plaza y afrontar la consecuente desafiliación del ente regulador ubicado en la calle Viamonte. La intención de los fanáticos se mantuvo en tratar de sostener todo con vida, a través de una refundación y con un nuevo rótulo: Deportivo Textil Mandiyú salía a la luz en 1998, pero los directivos demostraron poco convencimiento en el proyecto y entendieron que el camino debía seguir por otros parajes.
El renovado Textil no tuvo el mismo andar que su predecesor. Sin embargo, su recorrido local no dejó resultados adversos en demasía. Tres coronaciones, siendo la última en 2006, fueron suficientes –al menos- para mantener encendido el espíritu de la institución primogénita en los hinchas, con las miras puestas en las competiciones del NEA. Mientras todo esto ocurría, en 2010 un nuevo asterisco aparecía en el sendero y se concretó la puesta en marcha del viejo Mandiyú, bajo la particularidad de que pasaban a existir dos clubes de misma procedencia enfrentándose entre sí, con un sentimiento igualitario pero con hinchas repartidos en tablones que respondían a dos ramificaciones que llevaban a un mismo lugar.
Fue entonces que el 2011 encontró el punto de inflexión y concretaron la unificación, ratificando este hecho tras el nuevo bautismo en la liga B de Corrientes, hallado con goleada y los sueños renovados. Cinco años, un tobogán de sensaciones de por medio y un nuevo ascenso en 2016 hicieron recobrar la memoria de una asociación civil que hoy transita por el Federal A. Pablo Sixto Suárez, actual entrenador, reparte sus funciones entre el campo de juego y su trabajo como chofer de un colectivo de línea correntino.
Navegando en la cuarta categoría, luego de un proceso de dolor y agonía, todos los algodoneros disfrutan de lo actualmente vivido. “No lo esperaba, lo soñaba. Con altos y bajos. Con errores porque somos dirigentes nuevos y los tenemos. No hay que aflojar. No hay que mirar atrás para ver qué se hizo mal sino tratar de corregirlo y seguir adelante”, sostiene Juan Ignacio Igarzábal, mandamás del albo que empieza a ilusionarse, mantiene su feliz semblante al regresar al Estadio José Antonio Romero Feris y sueña, ¿por qué no? En el regreso a Primera, apoyándose en lo vivido, reflejándose en el futuro y en volver al algodón inquebrantable.
- AUTOR
- Julián Barral
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