Historias
Disparo Al Arco
Un ómnibus, perdido entre platós eternos de arena y jungla, recorre el pegajoso oeste africano al comienzo de la tarde de un día de enero de 2010. Dentro de él se haya la Selección de fútbol de Togo, con su respectivo cuerpo técnico, la cual apila vasitos descartables y restos de comida ultimando su almuerzo a bordo. El trayecto encontraría su culminación en la provincia de Cabinda, ubicada al norte de Angola. El ingreso a dicho sitio implicaba el trazar sendero por la República del Congo, paso previo para que la escuadra arribara a suelo angoleño. ¿El motivo? La Copa de África a celebrarse en dicha nación, a donde Togo arribaba tras haber sido uno de los mejores segundos en su grupo de clasificación, quedando por debajo de Zambia pero superando en puntaje a Swazilandia. Los grupos de esta etapa suelen ser de a cuatro, pero Eritrea, el equipo restante, había anunciado su retiro dejando estable el trío anteriormente mencionado.
Sin sitio en el Mundial a celebrarse meses más tarde en Sudáfrica, y lejos de la escena internacional tras su fugaz participación en Alemania 2006, Togo apostaba a superar la fase de grupos confiando su juego a su experimentado portero Kossi Agassa, con más de cincuenta presencias en su seleccionado a la hora de ser llamado, el hábil atacante del Mónaco, Serge Gapké y su figura estelar Emmanuel Adebayor, en aquel entonces vistiendo la camiseta del Manchester City. Salvo los últimos dos mencionados, el resto de los jugadores eran habitués en su mayoría de equipos de segundo orden de Francia, complementado con algunos pocos que se repartían entre el fútbol noruego, el rumano, el moldavo, el libio, el tunecino, el chipriota, el alemán y en la propia liga togolesa. A cargo de las tácticas se encontraba Hubert Velud, cincuentón realizando su primera experiencia a nivel selección, el cual pertenece a la basta escuela de entrenadores franceses de menor reputación que toman las riendas de algún combinado africano en busca de aportar conocimientos tácticos presentes en el Viejo Continente.
Dejando atrás a la jurisdicción congoleña, el ómnibus de Togo comenzó a adentrarse en Cabinda, haciendo girar sus ruedas por vez primera en territorio de Angola. Dicho lugar es territorio de conflicto bélico debido a tendencias separatistas que facciones armadas promueven desde hacía décadas. Aún a pesar de tamaño conflicto, dicho sitio no era solamente una de las paradas del trayecto, sino que también era una de las sedes de la competición: El Estadio Nacional de Chiazi, construido para la ocasión, se encontraba en dicho lugar y albergaría el debut de Togo en la copa, midiéndose frente a Ghana. Las selecciones de Burkina Faso y Costa de Marfil eran las escuadras restantes que componían su grupo.
Aproximarse al mencionado territorio ante la soledad de la ruta oeste africana no era tarea fácil, entonces. La posibilidad de un ataque por parte de una de los grupos separatistas no estaba ajena a la suerte del equipo viajante. Para dicha misión se había contratado a un chofer nativo de aquel país que conocía los senderos más seguros para el destino del micro. Mientras el sol dinamitaba la tierra del camino y el micro se aproximaba a destino, el guardavalla Kodjovi Obilalé se preguntaba a sí mismo las posibilidades que tendría de actuar en la competición. De 26 años y un presente sin demasiada actividad en el GSI Pontivy, equipo de las profundidades del ascenso francés, su estadía en aquel equipo se debía más bien al nivel de vida medianamente digno que podía otorgarle un oficio de futbolista en Europa. En cuanto a su selección, supo ser tercer arquero en Alemania 2006 pero eso no le dio demasiado impulso a su carrera más allá de su arribo al under del país de la Torre Eiffel. Como suplente de Agassa había acumulado algunos partidos con Togo, y el hecho de que éste estuviera superando los treinta años, le abría la puerta a Obilalé de pensar en tomar la titularidad una vez que su superior se incline por el retiro.
Obilalé debió haber posado sus ojos en la ventana al sentir unos gritos recalcitrantes que venían desde afuera. La frontera congo-angoleña quedaba atrás y la comitiva estaba lista para adentrarse en las profundidades de Cabinda. El sol se diseminaba por todo el escenario impidiendo ver con claridad el desarrollo de los sucesos, pero era distinguible el ruido de una ametralladora que, sin pausa alguna, acribillaba al ómnibus togolés. Probablemente Obilalé vislumbro, en fracciones de segundo, como el chofer caía hacia el piso al ser barrido por una ráfaga de balas, sin él poder reaccionar hasta sentir el impacto de dos de ellas en su espalda. Cayó al mugriento piso del bus, desparramándose como pudo para evitar ser baleado nuevamente. Todos sus compañeros estaban en el suelo, entre rezos, llantos y los primeros charcos rojos. Mario Adjoua, el conductor del micro, tenía su camisa bañada de sangre. No respondía. Misma suerte corría el ayudante de campo del entrenador Velud. Obilalé quedó inconsciente poco tiempo después, sin poder recobrar su propia movilidad. Los disparos cesaron.
No buscábamos lastimar a los futbolistas de Togo, sino a las fuerzas de seguridad angoleñas que custodiaban su trayecto.
Dicha excusa, bruta y absurda, fue la desplegada por el Frente para a Libertação do Enclave de Cabinda, grupo terrorista que ha articulado ataques de índole considerable y secuestros a extranjeros como modo de extorsión al gobierno de Angola para con sus exigencias de independencia. El atentado contra aquel equipo nacional fue el de mayor relevancia que realizó el Frente. Existe un rumor de que, durante el ataque, los terroristas confundieron un micro auxiliar que transportaba equipos de entrenamiento y los conjuntos deportivos de los futbolistas con el bus del seleccionado, lo cual desvió al objetivo principal impidiendo un mayor número de víctimas.
El ómnibus quedó varado en el medio de la nada. Solo la respuesta de los escoltas angoleños pudo neutralizar la ofensiva terrorista. El equipo recibió asistencia de manera precaria debido a la lejanía de su localización. Adjoua, el ayudante de campo de la Selección Amelete Abalo, y el jefe de prensa Stan Ocloo fueron declarados fallecidos. Obilalé había padecido dos disparos en la espalda. Uno de menor alcance había afectado su riñón y el restante le había generado graves daños en la espina dorsal. Esto solo pudo corroborarse una vez que él fue trasladado de urgencia a Johannesburgo, Sudáfrica, para ser intervenido en un hospital de alta complejidad. En el trayecto de esta angustiante situación, diferentes medios habían deslizado el nombre de Obilalé como uno de los fallecidos. Sus propios compañeros de equipo, aún en estado de shock, debieron salir a aclarar que si bien su situación era delicada, no se encontraba entre las víctimas fatales del siniestro. Mientras los médicos sometían al arquero a una extensa operación para intentar estabilizar su estado, Togo y la Confederación Africana de Fútbol comenzaron una disputa a causa de la extrema situación que padecía el equipo: Desde el gobierno de aquel país se dictaminó la retirada de la competición. La CAF interpretó esto como una intervención gubernamental dentro de la esfera del fútbol y decidió sancionar a la asociación togolesa, aún a pesar de haber perdido parte de su cuerpo técnico en el atentado. Para colmo el castigo podía extenderse a impedimento de participar en las próximas eliminatorias de Copa África. Inexplicable.
El daño que había padecido Obilalé era irremediable en un punto clave: Su espina dorsal efectivamente estaba dañada y eso repercutiría en su motricidad. Dos semanas pasaron para que su vida ya no corriera peligro y pudiera comenzar a vislumbrar lo que sería una extensa recuperación. A pesar de los esfuerzos médicos, ya no podría volver a caminar: De la clínica sudafricana salió en sillas de ruedas, aceptando que su etapa como futbolista había llegado a su abrupto fin.
Transcurrieron dos meses hasta que el malogrado arquero se tornó en el referente de sus compañeros respecto a la falta de asistencia que padecieron por parte de la CAF una vez sucedido el acribillamiento. La familia de Obilalé tuvo incluso problemas para verlo a él, ya que el costo del traslado de Sudáfrica a Togo fue campo de entredichos entre la Confederación Africana, Angola y el país del arquero, quien tuvo que pedir dinero prestado para pagar su propia repatriación: «Quiero presentar cargos contra la Confederación. Son unos salvajes. Su comportamiento fue inhumano; si mañana no puedo jugar a fútbol, ¿qué voy a hacer?». La prioridad mediática que había padecido el atentado, sin embargo, rápidamente comenzó a disiparse a causa de la llegada del Mundial de Sudáfrica y el escaso peso de Togo en la cúpula de poder de la FIFA.
La primera foto de Obilalé fuera de los cuidados intensivos de la clínica lo mostraba con su metro noventa postrado en una silla de ruedas, re-exhibiendo su reclamo ante su situación. Habiéndose establecido en Francia, el meta clamaba por necesidad de asistencia financiera para completar su rehabilitación y poder reordenar su vida rumbo a un nuevo oficio. A fines del 2010 la cifra de 100.000 dólares arribó a Obilalé de parte de la FIFA, comenzando este una recuperación física y psicológica, con el enorme desafío para el ex-futbolista de poder volver a caminar. Dos años transcurrieron para que reapareciera en una entrevista, ahora reposando en dos extensas muletas. Su pelo estaba recortado y usaba unas gafas cuadradas. Trazó un fuerte lazo con el gobierno togolés, quien estuvo presente en los puntos vitales de su rehabilitación, y se inscribió en un espacio de asistencia psicológica en Lorient. Su salud había mejorado y tenía en mente regresar a Togo una vez que pudiera caminar por sus propios medios.
El efecto dominó que tuvo aquel atentado en el fútbol togolés fue de volumen. No clasificó a la Copa África de 2012 ni tampoco a Brasil 2014. Trepó a cuartos de final en la edición del 2013 de la competición continental, pero sin mostrar un nivel considerable. Cayó notablemente en el Ránking FIFA y aún encuentra recuperándose del efecto nefasto que contrajo en su seleccionado el atentado sufrido en Angola.
Obilalé pudo recién contar su experiencia a comienzos del actual año. Ocho operaciones y seis años después, la BBC lo contactó para saber que fue de su vida. A los 31 años, y asentado en Lorient, ejerce como instructor en una clínica que asiste a personas con secuelas psicológicas, mediante la práctica de fútbol. «Tengo la cabeza puesta en ese emprendimiento, afortunadamente tengo un montón de cosas que hacer» deslizó él. Había recuperado algo de movilidad en la pierna derecha e incluso mediante un auto adaptado a su discapacidad pudo retomar el manejo.
Respecto al atentado, Obilalé solo pudo esbozar una memoria puntual: «Cuando ocurrió el desastre, el único recuerdo que retuve de aquel momento fue el hablar con una mujer angoleña. No entendía nada de lo que decía, pero su voz me tranquilizaba, sentí una conexión entre los dos.». Y luego se refirió a la parte más dura, su estadía en los hospitales: «Tuve muchos pensamientos oscuros. En un momento, pensé en no pelear más. Le dije a mi hermano que me iba… Pero me sostuve en mis hijos. Me di cuenta que sería egoísta hacer algo así.».
No se olvidó del abandono que la CAF propinó a él y sus compañeros: “A veces los empresarios ponen al dinero antes que la humanidad. Eso sí que es triste”.
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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