Historias
Doha no Giheki (La agonía de Doha)
Cuando a cualquier ser humano se le pide que nombre las primeras tres cosas que se le vienen a la cabeza al decir “Japón”, las respuestas generalmente son unánimes: manga, artes marciales y tecnología. Quizás algún loco se anime a tirar alguna otra cosa, pero con esas uno supondría que recibiría un “sólido” contundente de Darío Barassi en el programa “100 argentinos dicen”. ¿Por qué era necesario aclarar esto? Porque es cierto, claramente el fútbol no está en el primer orden en aquella nación. Tiene una explicación social y política histórica muy rica que explica un poco por qué hay deportes como por ejemplo el béisbol que sí están inmersos en la cotidianeidad (hasta el punto de ponerlo al mismo nivel de las artes marciales), mientras que el fútbol se encuentra ubicado en un segundo estamento, con un crecimiento muy fuerte en los últimos 30 años, pero que aún no impacta en el colectivo social de la misma forma que los citados anteriormente.
Si bien a todos les importa lo que pasó aquella noche en Doha, en la que los japoneses quedaron sin chances de jugar su primer Mundial, es necesario entender un poco qué sucedió en aquella remota isla en décadas anteriores. La “era Meiji” entre 1868 y 1912 cambió por completo el paradigma y las tradiciones niponas hasta el momento. Ese arraigo a las costumbres propio de la sociedad japonesa toda, se vio modificado por la intromisión de ciertas prácticas occidentales que hasta el momento no tenían lugar por esos lares. Es cierto que no fue una imposición de Meiji per sé, hubo toda una conjunción de hechos sociales que promovieron que esto suceda: influencias de otras culturas, apertura a nuevos modelos de producción (pasaje de la actividad productiva agrícola a las grandes urbes con industrias), nuevo orden mundial con Inglaterra como máxima potencia y, también, el comienzo de nuevas prácticas deportivas que de a poco dejaron a las históricas más relegadas, en un segundo plano.
La influencia tanto británica como estadounidense en la sociedad japonesa se vio con mucha claridad en los deportes. Por ejemplo, los estadounidenses trajeron el béisbol de la mano Horace Wilson a principios del Siglo XX y luego los japoneses lo adaptaron como propio al punto de que hoy en día no está bien claro si el sumo es deporte nacional o el béisbol (técnicamente sigue siendo el sumo, sucede lo mismo en Argentina con el pato y el fútbol). Esa adaptación trajo consigo un fuerte arraigo, tanto que los nipones comenzaron a nombrar posiciones y situaciones de juego con tecnicismos propios de su lenguaje y no en inglés, distinto a lo que aconteció con el fútbol, que hasta en la actualidad mantiene la morfología inglesa en palabras niponas adaptadas. Por ejemplo, curiosamente “arquero” se dice “Gorekipa” emulando al “goalkeeper”; “falta” se dice “fauru”, imitando al “foul”; también “fútbol”, que en japonés se expresa como “futoburu sakka”, una especie de confluencia entre el “football” y el “soccer”. ¿Quieren la mejor de todas? Japón va a participar de la próxima “Warudokappu” (“World Cup”) en Qatar. Deberá volver a Doha luego del desastre de 1993, compartiendo el Grupo E con España, Alemania y Costa Rica. En fin, espero se haya entendido que hasta 1990, el sakka aún no la había pegado, por más apertura occidentalista de la era Meiji y la imposición a posteriori del capitalismo y la globalización a nivel mundial. Todo esto y mucho más está explicado de forma maravillosa en el podcast emitido por el periodista mexicano Alberto Lati, titulado “Futoburu Saka”.
Distintos factores permitieron que el fútbol comience de a poco a meterse en las vísceras de la cultura nipona. La creación de la J-League en 1992 ayudó muchísimo a despertar ese fanatismo un tanto oculto de la sociedad por el sakka. Con solo un año de antigüedad de la Liga Profesional es que acaece esta magnífica historia del deporte, la famosa “Agonía de Doha”. Japón venía pisando fuerte en las Eliminatorias para el Mundial que se disputaría al año siguiente en Estados Unidos, habían quedado en la primera posición del Grupo F con dos puntos de diferencia sobre Emiratos Árabes Unidos con 28 goles a favor y tan solo dos en contra en ocho partidos jugados. Así, se clasificaron a la fase final, una especie de “Final Six” en el que participaban las seis selecciones ganadoras del grupo.
Lo controversial y distinto a la actualidad era que esta mini liguilla se disputaba en Doha (terreno neutral) y aquellas dos selecciones que quedaran mejor ubicadas al final, se quedaban con las plazas para el Mundial. Era tal el conflicto geopolítico entre las seis naciones con un fuego cruzado marcado por rivalidades que excedían lo futbolístico que FIFA decidió poner árbitros de UEFA para impartir justicia en el certamen. Bill Clinton, sentado en su sillón de la Casa Blanca esperaba ansiosamente la resolución final de esta eliminatoria, ya que con varias de esas naciones tenía serios conflictos diplomáticos (más tarde la situación empeoraría más, con la ya conocida guerra en Irak y el enemigo común llamado “Talibán”).
El pueblo japonés estaba realmente entusiasmado con lograr esta clasificación, ya que nunca habían disputado una Copa del Mundo anteriormente y sin embargo venían creciendo a pasos agigantados en relación a la proliferación del fútbol en todas las ciudades. Los equipos comenzaron a tener hinchas que se convirtieron en fanáticos y por supuesto el negocio multimillonario no se quedó atrás: a la industrialización tecnológica que contrajo divisas incalculables y trocó a Japón en una potencia mundial se le sumó la pasión por lo -hasta aquel momento- desconocido. Los gobernantes advirtieron esto y no dudaron ni medio segundo en transformarlo en negocio, así, por ejemplo, se logró pactar que la final de la Copa Intercontinental de clubes se juegue en Yokohama, hecho que se mantuvo durante muchos años, y obviamente también la ulterior organización del Mundial en conjunto con Corea del Sur en el 2002, envuelta en una polémica decisión por parte de FIFA, ya que ambas naciones tenían rispideces políticas y había una puja de poder tremenda (los negociados se impusieron por sobre cualquier conflicto, se dieron la mano y a jugar). También es menester citar a la manga “Capitán Tsubasa” o “Supercampeones”, con Oliver Atom y Benji Price como protagonistas.
Lo cierto es que los samurái azules tenían prácticamente la clasificación en sus manos. Llegaban a la última jornada como punteros del “Final Six”, tras un comienzo defectuoso con un empate ante Arabia Saudita sin goles y una derrota con Irán por 2-1. La posterior goleada ante Corea del Norte por 3-0 y la victoria a Corea del Sur por la mínima, permitió que los nipones se establecieran en el primer puesto, con los mismos puntos que Arabia Saudita (5), pero con tan solo uno de ventaja al resto de las selecciones, salvo Corea del Norte que contaba con solo dos unidades. Cabe destacar que para aquel momento ganar significaba sumar dos puntos y empatar uno. La Eliminatoria llegaba a la última jornada al rojo vivo.
En la fecha final, los nipones se enfrentaban a Irak, prácticamente eliminados, en el estadio Al-Ahly ante 4000 espectadores. Es verdad, el clima no revestía tanta algarabía ni llamaba mucho la atención del público neutral o del televidente, pero no dejaba de ser un partido definitorio. Cuando se habla de Mundial no hay excusas, uno tiene que poner todo en la balanza y no quedarse solo con el marco: millones de japoneses aguardaban en la tierra del sol naciente la oportunidad histórica de participar en el torneo que todos quieren jugar, por ende, ya de por sí, ese partido tenía todos los condimentos. El entrenador de esa selección era el holandés Hans Ooft, quien particularmente solo se dedicó a entrenar equipos japoneses entre 1982 y 2008 llevando todos los conceptos del bien jugado fútbol neerlandés al país asiático.
Entre 1992 y 1993 decidió hacerse cargo de la Selección Mayor y se adjudicó toda la presión de tener que llevar a Japón al Mundial. Para el partido definitivo, Ooft dispuso un once similar al que venía jugando en la Eliminatoria; la gran mayoría nunca jugó en otra liga que no sea la japonesa, tanto en el inicio de la J-League como anteriormente cuando aún no existía. El único del once inicial que sí jugó en otros países como Brasil, Italia y Australia, fue el delantero Kazuyoshi Miura, quien a pesar de poder jugar el exterior no corrió con esa suerte a nivel selecciones, ya que no formó parte de la convocatoria al Mundial de Francia 98. Miura convirtió el primer gol en Al-Ahly Stadium en el primer tiempo, con ese gol Japón tenía asegurada su estadía en Estados Unidos el año siguiente. Al entretiempo, Japón se fue clasificada. Irak salió a jugar el segundo con otra determinación y rápidamente igualó el partido. El empate no servía porque de ganar Arabia Saudita su encuentro frente a Irán y Corea del Sur el propio con Corea del Norte, los samuráis estaban obligados a sumar de a tres. Claramente esto estaba sucediendo en los otros estadios de Doha, entonces fue Masahi Nakayama quien tranquilizó transitoriamente al pueblo nipón poniendo el 2-1. Lejos de controlar el juego con posesión de pelota, Japón cedió la iniciativa a Irak y estos sin presiones decidieron que lo mejor que les podía pasar era amargarles la existencia a millones de personas. Eso buscaron y eso lograron. En el minuto 90, los iraquíes jugaron rápido un córner desde la derecha y tras un centro certero, apareció el villano más villano de todos, Jaffar Omran, quien con un cabezazo venció el arco de Shigetatsu Matsunaga y así imposibilitó que Japón pudiera acceder a su primer Mundial. Atónitos, desconcertados, con lágrimas en los ojos, así permanecieron por varios minutos los jugadores nipones después de ese baldazo de agua congelada. Quienes festejaron con este gol agónico fueron los surcoreanos, que de esta manera clasificaban junto a Arabia Saudita al Mundial, por diferencia de gol.
El impacto mediático fue tal que la opinión pública no dejó pasar así como si nada esta dura eliminación. Los periódicos no tardaron en catalogar de “tragedia” a lo sucedido. Así se lo hicieron sentir a los jugadores y cuerpo técnico. Ooft dejó el cargo semanas después y la gran mayoría de los jugadores que participaron de aquel “desastre” nunca más volvieron a vestir la camiseta de la Selección. Los únicos que se salvaron y sí pudieron “limpiar” su imagen fueron Nakayama y Masami Ihara, que años después llevaron a Japón a disputar su primera Copa del Mundo en Francia 1998. Otro hecho anecdótico y que refleja la gravedad del asunto en lo social fue que meses más tarde, en un capítulo de los Supercampeones, se recreó esta misma eliminatoria, pero cambiando el final por uno feliz, con Oliver Atom convirtiendo en el último suspiro el 3-2 que les daba la clasificación. Finalmente, Atom despertaría del sueño y el capítulo acabaría así sin más.
El futuro fue y es más conocido, a partir de 1998 Japón participó de absolutamente todos los mundiales de fútbol, creciendo de manera exponencial como potencia en la zona y hasta llegando a ser un escollo para más de una selección no asiática. Es cierto que el fútbol nunca pudo imponerse por sobre los otros deportes con añares de antigüedad y que se encuentran arraigados a la cultura propia, sin embargo la decisión política de desarrollar el fútbol en toda la nación está a la vista de todos: llegaron estrellas a la J-League, como el caso de Andrés Iniesta al Vissel Kobe, o por ejemplo la intromisión del City Group en el Yokohama Marinos, toda una novedad en su momento, pero que hoy explica cómo funciona la maquinaria del poder en el fútbol a escala mundial. En alguna otra oportunidad, estaría muy bueno poder analizar a esta selección de cara al Mundial de Qatar. Tendrán que volver a la tierra donde se sepultó una ilusión, deberán enfrentar ese escollo además del durísimo grupo que les tocó. Tendrán que ser verdaderos samuráis, los samuráis azules.
- AUTOR
- Juan Podestá
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