Bundesliga
El antihéroe
Imagínense a un muchacho de melena rubia y larga, flaco y alto, conduciendo un auto Mercedes Benz gastado en la ruta 1 que conecta Lensahn con Hamburgo. Tres horas de viaje con música elevada, ventanillas bajas y algún que otro alarido en tono grave, como tarareando un tema de rock pesado. Todo esto, enmarcado en el contexto de la Guerra Fría entre capitalistas y comunistas, a flor de piel en los años ’80. Las características físicas del personaje no llaman tanto la atención, tampoco que esté conduciendo por una ruta germana aleatoria, ni siquiera que escuche algún tema de rock y lo cante, o que en la radio se repitan fragmentos de discurso de Ronald Reagan o Mijaíl Gorbachov.
Ahora bien, este tipo lleva en el asiento de atrás un bolso deportivo con ropa de fútbol, más precisamente de arquero. Ya la historia se pone más linda, porque al arribar a Hamburgo, se dirige directamente a Sankt Pauli, un distrito dentro de la ciudad portuaria con institución deportiva homónima; y allí, directamente, se rompe todo tipo de esquemas: se autoproclama “comunista”, y señala que su corazón “late siempre para la izquierda”. Es nada menos que Volker Ippig, quien supo entrelazar fútbol, política y estilo de vida en una alocada historia.
Lo cierto es que esos viajes interminables de seis horas diarias entre Sankt Pauli y Lensahn duraron solo algunas semanas, ya que al poco tiempo decidió que tenía que optar por lo más lógico, mudarse a un lugar cercano. Tal vez alquilar o comprar algo. Nada de eso. Fiel a los pergaminos que dicta el Sankt Pauli, Ippig se consideraba progresista, antisistema y acérrimo defensor del socialismo, por eso es que no hesitó ni un segundo en usurparle la casa al vicepresidente Otto Paulick, viviendo de ocupa por un buen tiempo en una casa ajena, con vastos destellos de fuerte arraigo al comunismo, al arte bohemio, a la crítica a la religión, al capitalismo asfixiante y a cualquier Dios que se vanaglorie. El propio Ippig reconoció que “Paulick era un aficionado de Pablo Picasso y Alfred Kubin”, dos artistas reconocidos mundialmente y vinculados políticamente al comunismo. Esto no quiere decir que el socialismo se reduzca solo a la usurpación y al hippismo, solo que se trata de sacar una pequeña radiografía de Volker, que no dejaba en palabras sus ideales, sino que lo aplicaba a su estilo de vida. Como si fuera poco, en cada salida al campo de juego, Ippig estiraba su brazo hacia arriba con el puño apretado, una de las tantas locuras del guardameta.
Así fue que a mediados de los ’80, provocó uno de los disparates más inconcebibles de su vida (desde nuestra mirada capitalista, claro). Abandonó el fútbol que ya lo aburría, y viajó a Nicaragua para alistarse en una brigada de trabajo voluntario, ante las primeras elecciones democráticas en esa nación, luego del extenso período de Anastasio Somoza en el poder. Allí, reconoce, ha vivido en primera persona cómo los nicaragüenses eran felices entre tanto despojo. En palabras del alemán: “Tenían menos dinero, pero eran mucho más felices y vivían mucho más relajados”. No contento con eso, recorrió varios países latinoamericanos en busca de alucinógenos efectivos, como la ayahuasca, y afirma haberse “desprendido por completo de la realidad del mundo”. No obstante, el mal no estaba en los primeros planes del (ex) arquero de Eutin, puesto que en 1983 también dejó la actividad, pero en este caso para ayudar en una guardería para chicos discapacitados. Generó opiniones contrapuestas, porque su buena acción social coincidía con el momento de explotar en el mundo futbolístico, aunque él nunca dudó: “Estaba disgustado con el fútbol, quería vivir nuevas experiencias”.
Distinto a lo pensado, Ippig era un gran deportista. Cuando se dedicaba de lleno a su actividad laboral, entrenaba como un verdadero profesional y bajo los tres palos se defendía con grandes actuaciones. No era un arquero de élite, pero ante el ya despiadado odio generalizado hacia el puesto en cuestión, la verdad es que él mismo puede contarles a sus amigos que ayudó al Sankt Pauli a ascender a Bundesliga en la temporada 1987-1988. Sin embargo, lo que vendría después sería aún más loco. Ya retirado del profesionalismo por una grave lesión en la espalda con solo 29 años, Volker se volcó (valga el juego de palabras) a la actividad de entrenador de arqueros en el Millerntor, y luego en un equipo más sofisticado como el Wolfsburgo. Pero su progresismo a flor de piel pudo más, y no duró casi nada en ninguno de los dos equipos. ¿El motivo? Pretendía firmar un contrato en el que figure una cláusula que lo haga trabajar sólo tres veces a la semana. Un personaje divino. Así fue como, cansado de la redonda, consiguió empleo en el puerto de Hamburgo, haciendo sus tareas entre los conteiners, alegando que no puede quedarse quieto en un lugar.
Luego de haber vivido como un ermitaño por América, de haber leído a Castañeda, de haber colaborado con el pueblo nicaragüense, entre otras locuras, Ippig ha sido blanco de críticas por aquellos que no comparten (y no entienden) su estilo de vida. Vivió despojado toda su vida, nunca se interesó por tener el último modelo de auto, ni por usar la última colección de invierno de la ropa más cara que exista. ¿Es bueno? ¿Es malo? Es. Qué más da. En definitiva, eligió ese camino y lo caminó como quiso. Quién pudiera. Las críticas y los elogios vienen de tipos que no se animaron a hacerle frente al establishment.
Se asume rebelde, pero antihéroe. Se reconoce un loco, pero jamás alborotador. Reniega del fútbol actual y también del Sankt Pauli, que según él es una víctima más de la mercantilización de estos días, por más que perduren los valores existentes desde la creación de la institución. Ippig relaciona al equipo de sus amores con la niebla, porque lo que ayer era una realidad, hoy es solo un mito, se ha esfumado. Esa niebla que trae consigo una nostalgia sin precedentes, como aquella que se hacía presente cada madrugada de invierno, cuando Volker Ippig encaraba la ruta 1 en dirección a Sankt Pauli.
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- AUTOR
- Juan Podestá
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