América
El camino hacia el dorado
Tenía que ser así, porque la vida del Diego nunca supo de guiones, de lógicas, ni tampoco de sentido común. Si la lógica hubiese imperado, capaz que jamás hubiese salido de Villa Fiorito, pero el destino y su fútbol quisieron obsequiarnos las geniales tardes del verano del ’86 en México, las gloriosas noches en San Paolo y la Bombonera. Si el guión se hubiese seguido después de alcanzar tal dimensión, quizás nunca hubiésemos atestiguado una tras otra tanta zozobra, tanta incertidumbre causada por los excesos, por las adicciones. Esos hechos que marcaron la trayectoria del diez, como aquel del Mundial del ’94, cuando le cortaron las piernas. Es Maradona en blanco y negro. Inmaculado en la cancha, estropeado y autoboicoteado fuera de ella.
Pero como dicen muchos de mis amigos argentinos, el Diego está por encima del bien y del mal. Y es verdad, baste para muestra la locura que desató nada más conocerse que volvería a los banquillos. Aún cuando hace unos meses expresó que el fútbol mexicano era lento y que el país azteca no merecía organizar una tercera Copa del Mundo, hoy se sienta en el banquillo de un equipo del Ascenso MX, uno que en su día llegó a juntar a Sebastián Abreu, Ángel Matute Morales y Pep Guardiola. Todos, bajo el mando de Juan Manuel Lillo, uno de esos locos lindos del fútbol. Paradójicamente, pese a tanto talento, descendieron. Pero esas tardes calurosas de Culiacán son un recuerdo gratísimo para el hincha mexicano, un recuerdo que sabe a veces a mentira y a veces a nostalgia.
Pero hablemos un poco de Dorados, del «Gran Pez». De ese equipo excéntrico de apenas 15 años de existencia. A la interminable e inconstante jungla futbolística mexicana, Dorados llegó para quedarse. Era 2003 y, por aquel entonces, el Diego rompía sus relaciones con Guillermo Coppola, surgía el equipo de Culiacán y, antes de que concluyera el año, ya era campeón del Ascenso MX. Para 2004, conseguiría el ascenso a Primera y, mientras en Sinaloa festejaban, Maradona puso en vilo al mundo tras su internación y posterior asentamiento en Cuba por su delicado estado de salud.
Dorados no duró mucho en la máxima categoría, apenas dos años. Volvería a ser campeón del Ascenso para el Clausura 2007, pero perdería la posibilidad de ascender ante el Necaxa. Y después nada, se abonó a la intrascendencia, hasta que el mítico Cuauhtémoc Blanco le guió, desde la sapiencia y la veteranía, al título copero en México. Un hito en la historia del fútbol mexicano, ya que nunca antes un equipo de segunda división había obtenido la Copa.
En el Clausura 2015, con Carlos Bustos en el banquillo y con el ecuatoriano Segundo Castillo y el eterno Raúl Enríquez como estandartes, Dorados obtuvo el título que lo certificaba nuevamente como campeón. Días después, ganaría el derecho a ascender nuevamente. Mientras esto pasaba en México, el Pelusa daba el último adiós a Don Diego, su padre.
La posibilidad de jugar en el máximo circuito duró poco para los Dorados, que descendieron en el mismo ciclo en que ejercían como benjamínes en Primera. Descenso por promedios y vuelta a empezar.
¿Qué esperan Dorados y Maradona de esta incipiente relación? El equipo del norte de México seguramente popularidad, y el Diego, la posibilidad de volver a dirigir.
El «Gran Pez» quiere volver a Primera ¿Será Diego Armando Maradona el artífice de ese sueño? Por lo pronto, Dorados tiene todos los papeles en orden, es un equipo certificado de Liga de Ascenso, lo que le da la posibilidad de pelear por retornar a la élite para éste ciclo. Vamos a ver cómo termina esta historia.
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- AUTOR
- Abda Barroso
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