América
El cuento del “siga, siga”
13:00 hs del día sábado 24 de noviembre del 2018. Las puertas del estadio Antonio V. Liberti se abren a los miles de hinchas de La Banda que aguardaban con ticket en mano para encontrar su lugar. Debieron, primeramente, pasar por tres anillos perimetrales en donde les solicitaron entrada y documento para verificar su coincidencia.
El tiempo y el clima, en las adyacencias, empezaba a ser un tanto espeso. Empujones, corridas, encontronazos con uniformados y centenares de hinchas sin su acceso intentando colarse generaron un desmadre que no supieron contener los más de 1300 policías de la ciudad ni los 900 hombres de la seguridad privada. La frutilla del postre estaba por llegar.
15:19 hs. Un poco más de dos horas y cuarto trascurrieron antes de que ocurriera el episodio que le dio un clímax de guerra a esta “superfinal”. El micro que trasladaba a los jugadores del Xeneize continuaba su ruta –escoltado por no menos de 20 motocicletas de la Policía Federal por Avenida del Libertador. Un periplo tranquilo, hasta que la avenida choca con la calle Quintero. Allí, un grupo de falangistas de La Banda lanzó fuego cruzado contra el ómnibus: botellas, serpentinas y piedras volaron por doquier e impactaron contra los vidrios. ¿Las fuerzas de seguridad? Impolutas, con sus escudos levantados, pero claro, el ángulo de tiro era un poco más amplio del que ellos podían cubrir. Para colmo, el gas lacrimógeno que propiciaron a los violentos habría dañado a los protagonistas.
Ahora comienzan las dudas: ¿Nadie previó que algo de esto podía llegar a pasar? Cuando comenzó el traslado, ¿ninguno intentó cerciorarse de que no hubiera gente de la parcialidad local en las cercanías de los futbolistas? ¿Quién creyó que era una buena idea pasar con un micro ploteado de azul y oro por allí? Realmente, y con conocimiento de causa de cómo está nuestra sociedad hoy día, ¿creyeron que el recibimiento no iba a ser hostil? “»Vamos a tener un G-20, ¿no vamos a poder dominar un partido River-Boca?», evidentemente no, Patricia Bullrich.
Pasadas las 16:00 hs, en Libertador y Monroe la batalla campal no da cese ni tregua. Aquellos que no pudieron acceder a presenciar el partido –apenas un rato antes bajaron los portones porque ya estaba cubierta la capacidad- caían en la impotencia y la violencia. Claro, no todos son los malos de la película. Verdaderos seguidores, con entrada en mano –de esas que hicieron que el local se haga con una recaudación récord de más de 100 millones de pesos- tuvieron que caer en el vacío de la desazón.
Puertas adentro, muy adentro, Gianni Infantino –Presidente de la FIFA-, Alejandro Domínguez –CONMEBOL- Rodolfo D’Onofrio (River) y Daniel Angelici (Boca) debaten los destinos de la final. Toda persona que pasa por allí puede ser testigo clave que aporte indicios sobre qué pasará. Christian Gribaudo, Secretario General del elenco visitante, se somete dos segundos a los micrófonos, afirma que la intención de ellos es no jugar el partido, ¿y CONMEBOL?, “no sé qué quiere hacer”. La postura de la Confederación Sudamericana era clara: disputarlo a toda costa.
El tiempo se dilata, y en las gradas más de 66.000 almas esperan por una definición. Cerca de las 17:00 hs, Pablo Pérez, uno de los más afectados con astillas de vidrio en el ojo, y Gonzalo Lamardo son derivados a la clínica Otamendi. En paralelo, otro bochorno asoma en puerta. El Twitter oficial del ente regulador del fútbol sudamericano, anuncia: “Debido a los hechos sucedidos con el bus del Club Boca Juniors, el partido ha sido postergado hasta las 18:00 horas”.
Llega la hora señalada, los incidentes continúan en las calles, la gente sigue impaciente esperando escuchar una definición por los altoparlantes que todavía no llega, Angelici pasa con cara de pocos amigos al vestuario y solicita otra reunión. Claudio Tapia, pope de la AFA, se mete en la cuestión, que ya no era netamente competitiva, sino ya de Estado.
Hay un nuevo comunicado, otra vez, mediante las redes sociales: “A efectos de cumplir con el cronograma de la final, el partido empezará a las 19:15 horas». Pérez sale al instante, con fanáticos haciéndole el aguante, y arranca para el estadio en ambulancia. A las 18:23 recién llega. Sí, apenas 45 minutos antes de un partido a disputarse.
«Primero quiero decirle a nuestras familias que estamos bien, la mayoría, hay tres o cuatro jugadores que tienen lesiones leves. Estamos incomunicados en el vestuario. Se hace muy difícil con todo esto hablar. No estamos en situaciones de jugar. Nos están obligando”, anunció Carlos Tévez, referente y vocero del vestuario, luego de que, minutos antes, dictaminaran que el cotejo tendría lugar a las 19:15 hs.
El sol comenzaba a caer y las gradas dibujaban su sombra sobre el verde césped. Envalentonados, los hinchas del Millonario comenzaron a desplegar sus tirantes, y uno de los preparadores físicos de la visita salió al campo de juego y comenzó a colocar conos en el pasto, señal de que el calentamiento previo estaba por empezar. La espera parecía terminar, pero desembocó en otro final.
A poco menos de 20 minutos del pitazo inicial (con el árbitro Andrés Cunha haciendo su entrada en calor y el horario retrasado hasta las 19:45 hs), los altoparlantes hicieron llegar el mensaje de que el encuentro estaba suspendido. Los abucheos no tardaron y demostraron el descontento de todos los presentes. Domínguez lo confirmó hacía un rato, pero lo que resonó fue la preencia del «chiqui» que, instantes antes, pasó y soltó: «Hasta mañana», sin ninguna sentencia en ese momento. ¿Crónica de un final anunciado? Hay que guardar la entrada pero, ¿hasta cuándo?
El trinomio dirigencial con papel protagonista confirmó que el encuentro será hoy, a las 17:00 hs, luego de rubricar un “pacto de caballeros”. «Debo agradecerle a la Conmebol y a River, que se preocupó en todo momento por nuestra situación», soltó Angelici mientras D’Onofrio escuchaba del otro lado. Lo insólito fue que el propio presidente de River, luego de relojear a la marea de jóvenes que se le venían encima y con un claro semblante de preocupación, debió abandonar el móvil y tirarse al suelo, al ver las corridas que ocurrían en el pasillo y escuchar los ruidos que musicalizaban de fondo. ¿Afuera? Los de siempre enfrentándose con las fuerzas de seguridad, arrojando cuanto objeto contundente tengan cerca suyo y con robos de autos de por medio.
Poco margen quedó para más. Luego de quién sabe cuántas horas, dependiendo de qué horario de los tres que hubo tomemos como punto de partida, Marcelo Gallardo –técnico del elenco de Núñez- se acercó, saludó y compadeció a sus colegas de casaca azul y oro, lo que aplacó la recriminación del propio Apache, quien se mostró molesto por la poca compasión que mostraron hacia ellos.
¿Qué sucedió en zona mixta? «Que le den la Copa a River, que tiene tanto peso en la Conmebol”, disparó Darío Benedetto. «¿Por qué no les dan la copa y listo? Que hagan lo que se les canta, en este caso hicieron siempre lo que quisieron. Si fuese Boca, ya estábamos afuera y la Copa se la daban a River. ¿En la Bombonera no fue así? Eliminaron a Boca», apuntó Tévez.
La última postal será la de una cancha vacía, un grupo de profesionales retirándose en otro micro que el que los acercó en la ida, una horda de autos y locales con destrozos por doquier, un operativo policial con mecanismos inexpertos, un intento de experimentar con visitantes, ningún campeón –al menos por ahora- y un torneo que viene con bochornos de arrastre: la mala inclusión de Ramón Wanchope Ábila, que disputó la fase de grupos; la no sanción hacia Franco Zuculini, que disputó más de la mitad de los partidos de su equipo con fechas de suspensión en el lomo; la no utilización del VAR y su aplicación que parece ¿a dedo? horarios y días nada cotidianos y un espectáculo que no fue tal entre dos de los máximos exponentes continentales, con Superclásico, televisión, récords de entradas y morbo de por medio, en la última final de esta competición a doble partido.
La Copa Libertadores, compañeros. Ese trofeo de 10,25 kilos, con una altura de 98 centímetros (63 son de plata 925 y 35 de madera de cedro), que supo atraparnos a todos y hoy quedó a la deriva de sus dirigentes. Pero siempre, siempre, el show debe continuar.
- AUTOR
- Julián Barral
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