América
El Depredador solitario
Corre el año 1996. En el patio de un colegio en Lima rueda una pelota gastada y un niño de sexto grado va tras ella. Mientras corre no piensa en nada más que en patear el balón de bote irregular al arco improvisado con un abrigo y una mochila minutos antes. El niño se llama Paolo Guerrero y, aunque lo sueña, no sabe que en unos años se convertirá en uno de los mejores jugadores de fútbol que ha dado la historia de su país.
Guerrero comenzó a jugar en las divisiones menores del Alianza Lima a los siete años. Tras una década de defender la camiseta blanquiazul en las inferiores, el club decidió ascenderlo al plantel de Primera División junto a Jefferson Farfán, con quien además compartió las aulas del colegio Los Reyes Rojos.
Ya entonces Paolo insinuaba lo que años después sería: un jugador potente, inquietante de espaldas al arco, con gran sentido de la ubicación y mejor juego aéreo. Un centro delantero como los de antes, capaz de complicar solo a toda una defensa rival.
La experiencia no sería como él esperaba, ya que en su primer año no disputó ningún partido oficial con Alianza. Sin embargo, el destino le tenía reservado algo mejor: el Bayern Múnich se fijó en él y compró su pase para que integrara su equipo amateur.
Con 18 años llegó al Bayern Múnich II. Fue entonces cuando la joven promesa peruana conoció al mítico Gerd Müller, quien sería su entrenador y mentor. “Gerd Müller fue mi maestro. Él me enseñó a definir. Siempre digo que un delantero difícilmente podría tener un mejor maestro”, contó Paolo. El artillero alemán lo apodó “Teófilo”, recordando a Teófilo Cubillas, el gran jugador peruano con el que se había cruzado en Argentina disputando el mundial del 1978. Eso era lo único que el alemán conocía de las tierras incaicas. Müller le prometió a Paolo un chocolate por cada gol que anotara. Ese año fueron campeones y el peruano fue ascendido al primer equipo.
Después de ocho temporadas en la Bundesliga repartidas entre el Bayern Múnich y el Hamburgo, Paolo retornó a su Sudamérica natal. El Corinthians lo contrató en julio de 2012 y el Depredador comenzó así el ciclo más exitoso en su carrera. El Timão se había consagrado campeón de la Copa Libertadores ese año y en diciembre jugó el Mundial de Clubes en Japón. El delantero anotó el único gol de la final ante el Chelsea, dándoles el título mundial a los brasileros. En los cuatro años que pasó defendiendo la camiseta de los paulistas, se convirtió en ídolo y superó a Carlos Tévez como máximo goleador extranjero del club. En 2015 el peruano pasó a las filas del Flamengo, club en el que juega actualmente.
Pero es en la selección peruana donde, quizás, más crece la épica de Guerrero. Desde su debut en 2004 ha poblado las áreas rivales, abanderado de las esperanzas incaicas en cada competencia que enfrenten.
El Depredador es parte de una generación de grandes jugadores como Claudio Pizarro, Jefferson Farfán y Juan Manuel Vargas entre otros. Sin embargo, esta camada ha estado signada por fracasos deportivos y hechos de indisciplina. A pesar de todo, Paolo ha logrado erigirse como el principal referente de la Selección en la última década y se ha destacado individualmente. Pruebas de esto son sus consagraciones como goleador de la Copa América en Argentina 2011 y en Chile 2015. Además, es el máximo artillero de la historia del combinado de su país.
Actualmente los dirigidos por Ricardo Gareca enfrentan un período de renovación generacional propiciada por el pobre desempeño de los incaicos en las Eliminatorias. El Tigre dejó afuera de la convocatoria para la Copa América Centenario a figuras consagradas como Farfán, Pizarro y Vargas, apostando por jóvenes en su mayoría del medio local.
No podemos saber si la renovación cambiará el rumbo de la selección peruana, pero sí podemos estar seguros de algo. Por unos años más, cada vez que juegue la albirroja encontraremos a un depredador acechante, solitario y con el hambre de gloria intacto. Hambre que sólo sacia metiendo goles, inflando redes, sometiendo a arqueros y defensores.
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