América
El drama, la gloria, la muerte y el gol
Prólogo
“En fútbol y otros deportes, lance del juego en que un equipo consigue introducir la pelota en la portería contraria, con lo que gana un tanto.”
Definición de la palabra gol
El frío significado de la palabra gol habla de un hecho concreto y particular. De la acción de hacer ingresar un balón a la meta. De todo lo que sucede físicamente para que el marcador se modifique en un encuentro deportivo como el fútbol. Sin embargo, el gol en el fútbol no puede ser comparado con el del handball o el waterpolo. Estos deportes, más allá de una cuestión de popularidad, guardan en el gol un momento más entre los tantísimos tantos que se marcan en el desarrollo de cada juego. En el fútbol el gol es más difícil. Hasta el punto de la imposibilidad.
El gol es la expresión máxima del fútbol. El anhelo convertido en realidad. El deseo hecho un momento inolvidable, supremo, magnífico. El gol esconde el secreto del fútbol. Es la llave a la apertura emocional. Al abrazo con un desconocido. A la carrera alocada. Al grito delante de la tele. A la increíble escena de un tipo cualquiera gritando un gol que no ve delante de una radio. Apelando a una frase que alguna vez me reveló un amigo de mi padre refiriéndose al Flaco Spinetta, el talentoso y recordado cantautor argentino, al gol “no hay que entenderlo, hay que sentirlo”.
Tiempos violentos
El Salvador inició la década del ’80 inmiscuido en una profunda crisis interna. Tras los agitados años ’70 que toda América Latina tramitó de diferente modo y que en Centroamérica también contuvo conflictos regionales -entre otros aquella mal llamada “Guerra del fútbol” entre El Salvador y Honduras a finales de los 60-, el enfrentamiento entre el Frente Farabundo Martí Para la Liberación Nacional y el Ejército Nacional cubrió de balas y sangre las calles salvadoreñas. Las balaceras, las bombas y los secuestros eran parte de la cotidianeidad. Se transformaron en el dantesco escenario de fondo para las actividades diarias de un pueblo que debió comprender la guerra como la realidad permanente durante más de una década.
En el nacimiento de este conflicto, y tal vez en el período más cruento de la disputa bélica, el seleccionado nacional de El Salvador dirimía sus chances de participar en la Copa del Mundo de 1982. España esperaba por dos representantes de CONCACAF y ‘La Selecta’ bregaba por repetir la hazaña que la había depositado en México 1970, su única presencia mundialista hasta ese momento. La empresa implicaba una dificultad mayor: la ausencia en la eliminatoria de la selección tricolor, clasificada como nación organizadora de aquella Copa, había facilitado el camino a la clasificación. Pero esta vez el poderoso conjunto liderado por el talentoso Hugo Sánchez, era firme candidato a quedarse con uno de los dos boletos a la máxima cita.
El seleccionado salvadoreño, conducido por Mauricio Pipo Rodríguez, símbolo local y principal responsable de la clasificación a México ’70 como autor del gol que definió la eliminatoria final ante Honduras –el gol legendario que inicia la fábula de la Guerra del Fútbol entre ambos países-, afrontó con éxito la primera parte del camino a España. A pesar de definir su pasaje al hexagonal final con una victoria mínima ante Guatemala en la jornada final de la Zona Centroamericana en los últimos días de 1980, los cuscatlecos lograron 12 puntos de 16 posibles y solo cayeron en su visita a Honduras, para obtener el segundo de los dos casilleros libres para el minitorneo final a disputarse íntegramente en Tegucigalpa, capital hondureña.
Sin embargo, cuentan los protagonistas que aquel camino no fue sencillo. Si bien en lo futbolístico El Salvador fue solvente, la carga emocional de un pueblo que veía en la ilusión mundialista una vía de escape a la tensión nacional cargó de drama el sendero a España ’82. De igual modo y con la localía confirmada a pesar de la acción armada, San Salvador respiraba una breve sensación de paz en cada presentación del seleccionado. El país, y la guerra también, dieron lugar al fútbol como principal protagonista durante una cuantas horas. Y en ese marco, los futbolistas podían disfrutar del privilegio de salir airosos de cualquier control militar producido en las calles y rutas locales.
Como diría el refrán…
“Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de ajuera”, reza José Hernández desde el mítico Martín Fierro, estandarte de la literatura argentina.
El hexagonal final, que en aquel tiempo ponía en juego la Copa de las Naciones de CONCACAF –actual Copa de Oro- fue programado para noviembre de 1981. Si bien Honduras no era territorio amigo para los salvadoreños, México era el gran rival de todos en Centroamérica. Tanto por su superioridad real a nivel histórico, como por su soberbia a la hora de considerar la competitividad de sus adversarios. La frase de Hugo Sánchez afirmando que los centroamericanos “juegan al fútbol con pelota cuadrada”, contemporánea con ese momento, marca a las claras el motivo de esa rivalidad.
La jornada inicial pareció anunciar que el favoritismo mexicano quedaría confirmado en el tramo final hacia España. Pese a cerrar con pobres rendimientos en la Zona Norteamericana su presencia en el hexagonal, México debutó con un demoledor 4-0 sobre Cuba y la victoria de Honduras ante Haití por el mismo score no hizo más que derrumbar las ilusiones iniciales de un seleccionado salvadoreño que cayó ante Canadá por la mínima diferencia en el minuto final del juego.
Pero El Salvador sacó a relucir su carácter en un durísimo encuentro con el seleccionado tricolor y lo derrotó por 1-0 con un gol de Ever Hernández a 9 minutos del final, obteniendo dos puntos vitales ante un rival directo por la clasificación, que cinco días más tarde lograría obtener un modesto y agónico empate ante Haití que no le permitiría sacarle diferencia a El Salvador pese a su igualdad en cero ante Cuba. Con dos jornadas por delante, sólo la diferencia de gol depositaba a México en España y dejaba al “Mago” González –lo de “mágico” nació en Cádiz– y compañía fuera de combate.
La penúltima fecha trasladó la definición para el final. México, sin Hugo Sánchez suspendido, no pudo sostener la ventaja ante Canadá e igualó en un tanto, y El Salvador repartió puntos con el seleccionado anfitrión en un empate sin goles que selló el pasaje de Honduras a la Copa del Mundo y también le entregó el título de Copa a los ‘catrachos’. Una sola vacante esperaba por su dueño en la última jornada con un detalle importante: los partidos no se disputaban simultáneamente. Esto hacía fundamental el match final del certamen entre hondureños y mexicanos. Más aún cuando “La Selecta” derrotó a Haití 1-0 con un gol de Norberto Huezo, uno de sus futbolistas más talentosos.
A México le alcanzaba cualquier triunfo para viajar a España. Para Honduras el desafío era diferente: sin compromisos en cuanto a resultados y con los dos objetivos cumplidos, la frutilla del postre era dejar afuera al Tri y hacerse voceros principales del fútbol centroamericano ante la permanente descalificación mexicana hacia sus cualidades. Y así fue que con un mero empate sin tantos, los locales le dieron la enorme alegría a El Salvador de poder concurrir por segunda vez a la Copa del Mundo. España era una realidad aún con la escasa cosecha goleadora salvadoreña en la fase final. Sólo dos goles en cinco partidos habían sido suficientes. De la soberbia mexicana se encargó Jaime Villegas, defensor hondureño, con una frase tajante: “Creo que les faltó coraje, garra y amor propio”.
Hondureños y salvadoreños conocen de resquemores. De luchas. De guerras. Incluso de conflictos con la pelota de por medio. Pero ante el enemigo común, comulgaron fuerzas y lograron derribar al gigante tricolor para viajar al “Viejo Continente” como partícipes de una gesta histórica. La primera vez en la historia que dos representantes del fútbol centroamericano dejaban sin espacio a los del norte… “Los hermanos sean unidos…”
Sin descanso a su bien consagrar
“Saludemos la patria orgullosos de hijos suyos podernos llamar;
Y juremos la vida, animosos;
Sin descanso a su bien consagrar”
Extracto del Himno Nacional de El Salvador
Nuevo Estadio de Elche. 15 de junio de 1982. La tierra prometida escucha las estrofas de la canción patria salvadoreña a minutos del choque inicial ante Hungría. El debut se acerca y la esperanza es grande… pese a todo.
Atrás habían quedado ardorosas discusiones por los premios, inconvenientes entre jugadores y dirigentes por los ingresos de las marcas de ropa deportiva, la falta de indumentaria oficial y la “fuga” de los balones que la proveedora oficial había entregado a la Federación.
Ya era historia la reducción del plantel a 20 integrantes y el costeo, por parte del plantel, de los pasajes de Miguel González y Gilberto Quinteros como acompañantes de la delegación oficial aun cuando no figuraban en ella por decisión dirigencial. Había que reducir gastos. Sin importar que aquellos cortados hubieran sido parte del elenco permanente en el camino al Mundial.
Tras una breve concentración en Alicante, en un campo de tiro que no reunía las características necesarias para funcionar como centro de entrenamiento de un seleccionado –tal vez tampoco de un equipo de fútbol profesional de cualquier envergadura-, el debut estaba a minutos en el futuro. Pesaba en las piernas el nerviosismo de un grupo que creía tener el nivel para afrontar la competencia de igual a igual ante cualquiera. También el escaso tiempo de acostumbramiento al horario tras el arduo y desorganizado viaje que tuvo al plantel durante dos días en el aire, más allá de las escalas interminables, entregándole a El Salvador el galardón de ser la última delegación en arribar a España.
El rival era una incógnita. Incluso el peso del nombre de los magiares, que aún guardaban porciones de talento técnico y virtuosismo táctico de la vieja escuela, no fue suficiente para entender el partido como una importante amenaza. La estrategia era clara. Salir a jugar de tú a tú. A cambiar golpe por golpe ante un adversario con buenas aptitudes para aprovechar espacios libres.
La planificación fue nula. La improvisación de la conducción encabezada por Félix Mayorga Castillo, presidente de la Federación Salvadoreña por aquel entonces, entró a la cancha. No hubo recursos para aclimatarse, para entrenar debidamente, para preparar el partido ni para descansar. Y el ingrediente final fue un exceso de confianza de un seleccionado sin roce internacional. Aquellos partidos ante rivales europeos que ‘Pipo’ Rodríguez solicitó y no le concedieron, hicieron pensar a los jugadores salvadoreños que estar en la contienda los igualaba al resto. Y el cachetazo llegaría rápido.
A la historia se llega por dos caminos
Para 1982 El Salvador no solo había sido el primer seleccionado centroamericano en participar en un Mundial –México ’70- sino también el primero en repetir. Su clasificación además estaba teñida de hazaña debido a la situación interna del país. Aun conviviendo con la guerra, se pudo acceder a un pasaje que por primera vez le permitía a “La Selecta” disputar un torneo de primer nivel fuera de América.
Esto permitió tras la Copa del Mundo un éxodo de jugadores sin precedentes que depositó a Jorge González en Cádiz, a Luis Guevara Mora en Murcia y a Norberto Huezo en Valencia, además del interés del propio Cádiz por Jaime Rodríguez, quien era el único salvadoreño que ya jugaba en Europa –en Uerdingen de Alemania- y del Xerez por Ramón Fagoaga que no terminaron concretándose por distintos motivos en pases.
Sin embargo, aquel 15 de junio de 1982 continúa siendo un día histórico en la historia de los mundiales. El cóctel explosivo de cansancio, falta de planificación y desconocimiento del nivel internacional terminó exponiendo a aquellos voluntariosos futbolistas con importantes cuotas de talento a una goleada histórica que indudablemente no merecieron. El 10-1 final en favor de los húngaros aun constituye la mayor diferencia en un partido mundialista hasta nuestros días. Y si bien la imagen real de un equipo sin demasiadas grandes luces pero con fortaleza anímica y puntos destacables, dejó presentaciones serias y competitivas en las derrotas ante Bélgica (0-1) y Argentina (0-2), el recuerdo trae de manera indiscutible aquella negra noche de Elche a la memoria.
Curiosamente, en ese mismo contexto dramático, Luis Ramirez “El Pelé” Zapata marcó el único gol de El Salvador en la historia de los mundiales. Un gol que significó el descuento para un ya abultado 0-5, pero que fue celebrado con alma y vida por su autor ante el temor de sus compañeros por el enojo adversario. Un extraño e irrepetible momento. Trascender el presente por los dos caminos posibles en tan solo 90 minutos de fútbol.
Y volver, volver, volver…
El Estadio José Rico Pérez de Alicante vivió la última noche mundialista de El Salvador hasta nuestros días. Aquella velada del 23 de junio de 1982 no escapó a las anécdotas de un tiempo muy diferente al actual. Incluso el choque ante la Argentina de César Luis Menotti corrió riesgo de suspensión. La delegación salvadoreña olvidó la documentación de los jugadores y aun no hay pruebas de que la misma haya sido presentada para disputar el partido. La patada de Francisco Osorto en la cola del árbitro boliviano Luis Barrancos, tras la sanción de un discutido penal en favor del conjunto albiceleste que luego Daniel Passarella transformaría en la apertura del marcador, fue quizá el último momento pintoresco del paso cuscatleco por España ’82. La imposibilidad del colegiado de distinguir al infractor eximió al defensor de la inevitable expulsión.
El Salvador había cumplido la promesa general tras el papelón inicial. Tras una reunión encabezada por el médico Juan Calix, el grupo entendió que al menos había que retirarse con la frente alta y demostrar que estaba a la altura de la competencia. Incluso teniendo en cuenta que tras el desastre ante Hungría aparecían en el horizonte mundialista el subcampeón de Europa, Bélgica, y la Argentina defensora del título.
El regreso a San Salvador tuvo algunas bajas importantes. Algunos de los jugadores se quedaron en Europa resolviendo su futuro futbolístico, o bien aprovechando la oportunidad con fines turísticos. Tanto el pueblo, como los medios e incluso el mundo futbolístico salvadoreño omitieron por completo las desventuras sufridas por el plantel y lo colocaron el sillón de los acusados. La situación nacional necesitaba de un chivo expiatorio que aliviara la tensión y el fútbol fue el espacio elegido para descargar la violencia contenida.
Los periódicos descargaron con furia sus diferencias con los líderes del plantel, al tiempo que devolvían favores a los dirigentes. El pueblo se encolumnó detrás del mensaje crítico olvidando la algarabía de la clasificación. La Federación aprovechó para exculparse y contar su propia versión de la historia. Los clubes, con el guiño de las autoridades deportivas y gubernamentales, le negaron a los mundialistas la posibilidad de jugar en los equipos a los que representaban e incluso, en algunos casos, los documentos necesarios para llevar a cabo una transferencia. Y tal vez la peor parte la llevó el joven guardameta Luis Guevara Mora, una de las figuras del equipo en la fase eliminatoria, que fue atacado con una terrible balacera que milagrosamente no tuvo consecuencias para su salud pero le indicó que el mejor camino era la salida del país.
La expresión de la barbarie que el pueblo salvadoreño vivía a diario en las calles se había direccionado sin filtro hacia el fútbol como cable a tierra. Aquel mismo seleccionado que generaba respiros necesarios en medio de la guerra, era ahora víctima de su propio protagonismo. De la gloria al ocaso hay una mala noche de trayecto. Sin medidas. Sin análisis. Sin filtros. Sólo por el frío y potente motivo de un resultado.
Epílogo
“Podrían dibujarme. Se han hecho mapas de la distribución molecular y del sistema arterial, ¿cuándo se harán los mapas del dolor que se desparrama por nuestro pobre cuerpo?”
Los Lanzallamas, Roberto Arlt
¿Quién puede comprender las razones de las emociones humanas? ¿Quién puede juzgar sus más sinceras expresiones? Explosiones violentas e inesperadas que descargan con vehemencia el arsenal de sentimientos que una persona o un grupo de ellas llevan dentro. El fútbol saca lo mejor y lo peor de las personas. Es un juego que tiene la capacidad de exponer todos y cada uno de los valores y defectos de nuestra raza. Dentro y fuera del campo. Es un medio imprescindible. Que nos mueve como individuos pero también como masa.
El gol es el trueno de la tormenta. El instrumento que marca a las claras la diferencia sustancial entre ser héroe o mendigo tras los 90 minutos. El gol es el milagro que convierte al drama, a la guerra, al temor e incluso a la mismísima muerte en un instante de júbilo indiscriminado. ¿Puede un gol sin importancia estadística convertirse en la descarga de un pueblo? ¿Es posible quedar en la historia por un gol insignificante a nivel deportivo? ¿Es necesario esconder la emoción de un gol único detrás de la vergüenza de una derrota contundente? Luis Baltazar Ramírez Zapata, “El Pelé” Zapata, el autor del único gol salvadoreño en copas del mundo tiene las respuestas a todas estas incógnitas.
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- AUTOR
- Nicolás Di Pasqua
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