Argentina
El fútbol en un país bajo sospecha
La etapa de definiciones de cada categoría del fútbol argentino está cubierta de suspicacias y misterios que se actualizan año tras año. Las noticias frescas extraen escuchas telefónicas a directivos, grabaciones dentro de los vestuarios, comentarios ‘off the record’ que toman estado público y nuevos condimentos de todo tipo que rozan la misma ilegalidad que esgrime su contenido. La privacidad expuesta en bruto condimenta las amarillentas páginas de los medios más populares y visten el deporte más popular de nuestro país con harapos perfumados con presunciones.
Cansados estamos de acudir a la muletilla eterna: ‘El fútbol es un reflejo de lo que ocurre en la sociedad’. Esta afirmación resulta tan natural como preocupante. Más aun en un entorno social crecientemente anárquico que permite concluir que la justicia ha perdido sus vendas. Es muy difícil evitar la sospecha cuando el escenario del crimen está lleno de huellas incriminatorias y nadie es declarado culpable. Las evidencias superan incluso a las conjeturas. Y normalmente cubren de impunidad a una de las partes sin importar su responsabilidad en los hechos. Es tal la confusión que se duda tanto del denunciante como del denunciado. Se teme que todos sean culpables y que seamos presa de un gran engaño donde la única víctima es la opinión pública. Todos son acusados pero nada se comprueba.
Ante la necesidad de una sentencia, la ciega justicia espía la situación de los imputados. Bajo ciertas condiciones favorece al que menos tiene aunque tenga las manos bañadas de sangre. En otras circunstancias mide con la vara de la abundancia para favorecer intereses –políticos, ideológicos o económicos- determinados, haciéndose la distraída ante la presencia de groseras pruebas. Este es el camino que ha recorrido nuestro país desde finales de la década de los 80’ hasta la fecha. Un sendero que se ha repavimentado en los últimos quince años, de acuerdo al pensamiento del dirigente de turno.
En esta realidad hay siempre un perjudicado. Aquel que intenta ser prolijo. Quien cumple las reglas y cree que ese es el modo correcto de hacer las cosas. El ciudadano perfecto en términos legales ocupa el lugar más alto en el podio de los damnificados. La socarrona sonrisa de aquellos que aprovechan los contactos, los amigos, las ventajas de un país que se hace el boludo con sus trapisondas, es el corolario de una situación que se ha transformado en bandera de esta democracia orientada hacia la conveniencia oficial.
El fútbol, en este entorno, no es solo una manifestación fiel de la realidad nacional. Es un banco de pruebas que permite medir hasta dónde llega la paciencia de un pueblo que parece acostumbrarse a que todo puede ser normal. A que roben pero dejen algo. A que se lleven menos o regalen más que los otros. Si un dirigente de un club importante y una autoridad del fútbol argentino se comunican para facilitar determinados beneficios, ¿cómo va a resultar extraño que una coima se refrende por el mismo medio? La resignada aceptación del ‘tongo’ en la actividad más pasional y popular dentro de nuestras fronteras, es un excelente resultado para llevar estos modos a terrenos más importantes. Incluso de la mano de los mismos señores que se catapultan desde la dirigencia futbolera hacia la política nacional.
La final del reducido por el segundo ascenso al Nacional B dejó otra prueba piloto. Ahora cualquiera puede decidir cuándo se termina un partido y declararse ganador. Incluso puede declararse “justo ganador”, como lo hizo ante los micrófonos Gustavo Benítez, capitán del mediático Deportivo Riestra de Víctor Stinfale. Probablemente estaremos en presencia de un análisis de campo para detener las elecciones cuando sea conveniente para que después alguien se declare ganador por decreto. Ante esto solo deberá atenerse al cuestionable examen de una justicia subjetiva. Y si tiene un poco de suerte –llamémosla así- las multitudes solo se limitarán a aceptar cabizbajas que, una vez más, la justicia colocó las conveniencias por encima de la verdad.
Con todo esto sobre la mesa, y sin observar el detalle, suena considerable la opinión del mediocampista ofensivo de Comunicaciones Federico Barrionuevo. “Gana el poder sobre la humildad. Sobre el que se sacrifica día a día. Y hoy quedó expuesto”. Con las pruebas en la mano y la identificación de Leandro Freire, jugador de Riestra, como claro disparador de la suspensión del partido, la situación empeora. Con el Cartero como claro dominador y la diferencia consagratoria en jaque, hubo una decisión de parar el partido sin temor a las consecuencias. Y allí la teoría de Agustín Cattaneo, el temperamental defensor visitante, toma trascendencia: “Está todo armado”. ¿Es incorrecto pensar como él? ¿Los antecedentes prohíben al damnificado sentirse víctima? ¿Es improbable que detrás de este acto haya seguridades de que nada ocurrirá? ¿Es lo mismo jugar los cinco minutos restantes en otro momento? Todas las respuestas entregarían a los de Agronomía el beneficio de la duda.
Ahora queda el veredicto. Una vez más la justicia podrá demostrar su objetividad. Debemos ser optimistas. A pesar de los antecedentes, mantengamos la esperanza de una sanción justa. Una sentencia que castigue duramente al infractor. Que nos deje de una vez por todas, la sensación de una Argentina justa. Que proponga un punto de partida para una justicia equitativa. Una justicia que haga el bien sin mirar a quién. Este país necesita justicia. De todo tipo. Porque se ha convertido en un territorio donde cada quien parece tener la potestad de actuar a voluntad y sin respeto alguno por las normas. Y ya que el fútbol oficia de laboratorio donde la política nacional experimenta su accionar, una pena ejemplar para los responsables de este acto vandálico sería un buen síntoma.
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- AUTOR
- Nicolás Di Pasqua
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