Qatar 2022
El futuro será nuestro por prepotencia de trabajo
Suenan las bocinas, y los gritos atraviesan la persiana de casa que ya esta baja. Son los que no pretenden dormir, que andan y andan. Festejan. ¿Quién los va a sacar de la calle? Esta noche es toda suya. Yo bajé la persiana, pero no voy a dormir. Hace un mes que no dormimos de la misma manera. Teníamos el deseo, y una mínima sospecha de que la falta de sueño duraría hasta el 18 del 12, pero quién iba a estar seguro que sería tan extensa la vigilia.
La televisión repite los compactos, una y otra vez. La final más espectacular del mundo, no lo digo yo sino que lo dirán los libros de historia con sus argumentos correspondientes. Repaso los goles, los penales, el partido de Messi, el partido de Scaloni, la coronación. La coronación. Vista en cámara lenta, la coronación es una tesis sociológica. Lionel ya alzó la copa, rodeado de compañeros, sin bombas de papelitos ni humo. Qatar le ha puesto un atuendo típico que homenajea al guerrero máximo, para que el mundo vea como el rey del deporte occidental consigue su logro máximo vestido de ropas árabes. Messi baja la copa, y se la pasa a Di María, quien la mira, la gira para estudiarla por completo en un segundo. La alegría no le entra en el rostro, y Messi de reojo sigue sonriente, mientras por sus hombros asoman los ojos de Papu Gómez y compañía. Se miran, y miran el trofeo. Están completamente alucinados y sorprendidos. No hay ego, solo desnudez. No son profesionales, son niños que no han perdido la capacidad de asombro. Son esenciales. Pocos tienen la osadía de sorprenderse en este mundo de hoy. El mismo coraje que mostraron para animarse a jugar en el campo de juego, es el que ponen ante miles de cámaras, al entregarse por completo al más precioso de los trofeos.
Tantas veces hemos añorado este momento que cuesta reaccionar. Cuesta tomar decisiones sin dejar que tan solo el cuerpo decida. Escribir sobre el campeón del mundo, quién pudiera. Yo escribí sobre goles rescatados de VHS, sobre derrotas y finales perdidas. Nunca me pregunté cómo debería escribir si éramos campeones. Son muchos sentimientos, y muchas reflexiones. ¿Por dónde empezar? Por las ganas de ver a este equipo jugar de nuevo. Jugar como campeón del mundo. Ya sé que ahora es momento de festejar, pero muero de ganas de que este equipo salga otra vez a la cancha, y el relator diga: “Con ustedes, en el campo de juego, vestido como lo manda su historia, camiseta blanca con bastones celestes, medias blancas, pantaloncitos negros, acá está el campeón del mundo, acá esta Argentina”.
La subjetividad cambia luego de coronarse campeón del mundo, y sumado a la nube de emociones en la que estamos perdidos, parece difícil pensar en el futuro, pero no puedo dejar de recordar la frase de Roberto Arlt, un obrero de la literatura: “El futuro será nuestro por prepotencia de trabajo”. Este equipo es presente, pero también es futuro.
Nos puede hacer muy bien ser conscientes de nuestro tiempo. Encontrar el balance en el cual el pasado sea simplemente un faro, el presente un momento, y el futuro eso mejor a donde ir. No se trata de utopía pura. Sino, basta con recordar esos tangos tristes que cantábamos hace algunos años cuando no podíamos superar la barrera de cuartos de final. Volvíamos a Diego, a Bilardo, a Menotti. Nos preguntábamos qué hacíamos mal. Si eran los jugadores, la AFA, o hasta nuestro estilo de juego. Parecía inquebrantable esa barrera que no pudimos atravesar entre 1990 y 2014. Pasaron 24 años y 5 mundiales. Nos quedamos en los cuartos en 1998, 2006 y 2010, en octavos en 1994, y en 2002 en primera ronda. Parece mucho. Pero 20 años no son nada, y menos para la historia de los mundiales.
Bueno, la barrera se quebró. Está en nosotros entender que somos muy grandes. Que tenemos nuestros dioses. Vulgares, mundanos, irreverentes, gambeteadores. Los nuestros son: primeramente gambeteadores. Con buena técnica. Buen pase. Astutos para definir lo que la jugada pide. Lo suficientemente desobedientes como para salir del libreto y quebrar las estructuras de juego. Tenemos potrero, pierna fuerte, panorama, visión. Tenemos jugadores excelentes en cada canchita de cualquier barrio. Y además, excelentes profes que pueden armar muy buenos equipos.
Rompimos la barrera de cuartos en 2014, la rompimos ahora. Mantenemos el invicto en semifinales, jugamos 6 y no perdimos ninguna. Somos muy grandes, sí. No sé por qué vivimos con tanta desesperación esos amargos veinticuatro años sin volver a estar entre los 4 primeros del campeonato mundial. Fue muy duro, pero fue momentáneo.
Ya eso era un montón. Meter otra final. Fue sentir de nuevo que realmente somos eso que nos contaron; un equipo que tiene que pelear los mundiales, que es capaz de llegar al séptimo partido. Me gustó haber escrito antes de la final, una nota que destacaba la importancia de volver a estar entre los cuatro mejores. Me gusta no haberla publicado porque hoy entiendo que faltaba algo, no se podían hablar ciertas cosas sin el diario del lunes. Faltaba escribir sobre cómo esos niños cumplen el sueño de todos y levantan la copa; no me hago drama en exponer cierta desnudez. Me gusta escribir hoy que somos campeones, es parte del sueño.
Los bocinazos siguen firmes, ya no es 18, ese número es historia. Miles de argentinos ya se lo están tatuando en la piel. La copa es nuestra. El escudo ya tiene bordada la tercera estrella. No sabemos cuándo podremos dormir un poquitito más normal. Sí sabemos que somos muy grandes, y aunque el escritor mesurado del día viernes haya escrito un tanto convencido que el hecho de jugar la final ya era una grata alegría, el de hoy está seguro de que si la ganaban ellos no iba a existir consuelo. Si la ganaban ellos era injusto, terrible, trágico. Porque nosotros jugamos fútbol para ganar, y jugamos, como demostraron los pibes en el Lusail, apabullando a Francia durante 70 minutos. Jugamos todos, desde cada rincón, porque los pibes son una proyección de este pueblo fútbolero. El mundo del futbol festeja este hecho de reparación histórica.
Esos 36 años desde la gloria del 86 fueron muy duros, pero hay que saber esperar, porque nuestro fútbol siempre va a volver a lo más alto, una y otra vez. Por talento, por herencia, y desde hoy; por prepotencia de trabajo.
La copa se viene a casa, el futuro ya es nuestro. Se metió en la piel de cada niño que en cada plaza gritó y festejó este domingo. Entró por los poros de cada pibe ese aroma a triunfo. Esos pequeños campeones que se vienen, soplando las cornetas, agitando las banderas, improvisando un picado con una latita aplastada. Gracias selección por haber jugado a la pelota gran parte del torneo.
Relacionado
- AUTOR
- Nicolás Diana
Comentarios