Entrevistas
El ganador del Super Bowl, que siempre quiso un Mundial de fútbol
«El tipo puede hacer cualquier cosa para ser distinto, puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar… De pasión».
Inolvidable poesía del Guillermo Francella sin bigote, personificando a Pablo Sandoval, en «El secreto de sus ojos». Imposible dejar de pensar en esa frase. En lo real de esas oraciones. En lo camaleón que puede ser el humano en tantos aspectos de la vida, más no en todos. Cierto es que siempre hay una pequeña hendija donde se filtran las emociones más profundas, esas que no se pueden reprimir de ningún modo.
El protagonista de esta nota es un fiel reflejo de eso. Un hombre que vivió y amó un deporte mientras explotaba de pasión por otro. Al fin y al cabo, otra historia como la de Juan Manuel Cano. Radicado en tierras gringas desde los nueve años pero con alma de gaucho futbolero, Martín Gramática no era solo fanático del soccer, sino que se moría por jugar al «fulbo», «a la pelota».
Desde chico vive en Estados Unidos y allí forjó una carrera soberbia como pateador de fútbol americano. Se mudó con sus padres y hermanos a Nueva York, en primera instancia, pero tiempo después de trasladó a Tampa, Florida, para iniciar una historia que hoy lo encuentra en el mismo sitio, pero con varias páginas escritas en su biografía. Ese libro, de contados capítulos, inevitablemente tendrá un prólogo que se titulará «fútbol, mi gran pasión», y sin dudas estará antes, mucho antes, del que haga referencia al triunfo en el Super Bowl XXXVII. Porque ambas sensaciones pueden convivir dentro del mismo cuerpo. Este jovencito de 41 años y 1.72m compitió en uno de los deportes más populares de norteamérica, con una llama futbolera en su corazón, que hasta hoy continúa.
El desarrollo que ha tenido el soccer en ese país en los últimos 30 años está a la vista. La creación de una liga local, jugadores nacionales que militan en competencias europeas y un seleccionado que torneo a torneo presenta batalla ante los equipos más importantes del planeta. Todo este presente no se vivía en la década del ’80, cuando todavía faltaban 14 años para el primer gran evento futbolístico disputado en el país… «En su momento acá no había ni liga, ni nada, por eso el cambio. Yo en realidad siempre quise ser jugador de fútbol». Así comienza la charla de Cultura Redonda con Gramática, fantásticamente predispuesto a contar su historia por enésima vez.
«Yo en realidad siempre quise ser jugador de fútbol», Martín Gramática.
«Por supuesto que la carrera con el fútbol americano no estaba en mis planes, no me la esperaba. El hecho de estar en otro país, donde no había mucho fútbol, y tampoco parecía haber demasiado futuro, tuvo mucho que ver», contó a modo de introducción. Su primer acercamiento a aquella disciplina llegó gracias al entrenador del LaBelle High School, justamente donde realizó sus estudios secundarios, que buscaba un pateador para el equipo escolar: «Más que nada me metí para ayudar a mi colegio. Pero cuando empecé a patear, al coach le gustó y él le comentó a mi vieja que si seguía haciéndolo podía conseguir una beca para la universidad y una carrera en la NFL. Acá la educación es muy cara, entonces el hecho de la beca me incitó a cambiar de deporte», destacó «Automática», el apodo que se ganó durante sus nueve temporadas en la liga más importante del mundo, producto de un muy buen 76.4% de efectividad. «Hoy estoy agradecido al fútbol americano porque me dio todo. Siempre quise ser profesional, y aunque se dio en otro deporte, fue muy lindo… Pero mi pasión es el fútbol», cerró sin miramientos, como para no dejar dudas al respecto.
Su vida cambió en cuestión de días, y cuando todavía no cumplía la mayoría de edad. Sin chances reales en territorio yanqui, a los 15 años tomó la decisión de probarse en un fútbol competitivo como el mexicano. Y a partir de la relación de amistad que unía a su padre con el entrenador argentino, Roberto Saporiti, el mayor de los hermanos viajó a tierras aztecas para afrontar algunas prácticas con el Nexaca. «Yo quería saber si valía la pena seguir intentando. Fue una semana, donde mi idea era medirme en un fútbol serio, porque en Estados Unidos la cosa era muy diferente», relató el sagitariano. Y luego agregó: «El profesor me dijo que me faltaba crecer para llegar al nivel profesional. No me fue fenomenal pero tampoco mal. La cuestión es que en ese plantel jugaban tipos que yo veía en televisión todos los fines de semana, como Alex Aguinaga, Ivo Basay, (Ángel) Bernuncio y muchos otros del seleccionado local».
El propio Saporiti, consultado por CR acerca de este tema, sentenció: «Era un jugador hábil, rápido y con buena técnica pero sin experiencia profesional. Además, ocupaba cupo de extranjero y yo en esa época tenía muy buenos jugadores que no eran mexicanos. Ese fue el principal motivo por el que no pudo quedarse».
A partir de allí, el gran cambio. Nunca estuvo en su radar el fútbol americano, no había tenido acercamiento alguno durante su juventud y rechazaba de forma tajante toda la protección que requería este deporte. «No me gustaba. El casco, las hombreras y todo eso me parecía rarísimo. Me sentía incómodo», remarcó tiempo después de su retiro. Aun así, Martín retornó a su casa en Tampa, luego de su periplo por México, y a los pocos días surgió la mencionada posibilidad en su colegio. Sin haberlo buscado o esperado, Gramática se encontró frente a la oportunidad de su vida: «La verdad es que ni tiempo tuve de ver qué hacía con el fútbol porque llegué a mi casa y enseguida empecé a patear. Cuando me ofrecieron lo de la beca, dije ‘sigo con el fútbol americano’ porque acá apenas 1 de 22 mil chicos obtiene una beca universitaria».
Del LaBelle High School a Kansas State, sin intermediarios. «A mi no me gustaba estudiar pero acá tenés que ir a las clases porque hay que mantener cierto porcentaje, sino no te dejan jugar. Iba forzado porque solamente me interesaba ser profesional. Si hubiera visto que no tenía chances en el fútbol americano, habría seguido intentando con el soccer, pero en el aula, jamás», aseguró Gramática, que hoy emprende, entre otras cosas, una empresa de casas prefabricadas junto con sus dos hermanos, Santiago y Guillermo («Bill»).
Dos deportes diferentes, de culturas distintas y con características peculiares. El fútbol y el fútbol americano prácticamente no tienen similitudes, más allá de sus nombres y que ambos se juegan con once jugadores en cancha. Eso no fue un impedimento para que Gramática pudiera reciclar algunos conceptos del golpeo del balón y traspasarlo de la Nº5 al ovoide. «En fútbol americano hay que pegarle seco y derecho mientras que en el fútbol vas corriendo, moviéndote y le podés pegar con comba, con el interior o el exterior del pie. Acá es siempre la misma patada. Esa es justamente una de las cosas que cuando llegué a la universidad me trataron de ayudar, porque yo miraba la pelota y le pegaba, no medía los pasos ni nada. A esta gente le gusta que sea todo muy robot, muy marcado. A mi no me gustaba tan así, pero empecé a contar los pasos y ver a dónde y cómo había que pegarle, y esas son cosas que te ayudan mucho más», describió el ex kicker de Tampa Bay Buccaneers, Indianapolis Colts, Dallas Cowboys y New Orleans Saints, sus cuatro equipos en la NFL (NdR: También llegó como agente libre a New England Patriots durante la pretemporada pero finalmente el puesto quedó en manos de Stephen Gostkowski, que hoy continúa jugando en el vigente campeón).
El constante aprendizaje que vivió a través de su estancia en Kansas State también se trasladó a su etapa como atleta profesional. Como todo ser humano, nunca dejó de incorporar conocimientos, y como típico fanático, siempre encontró la influencia del fútbol en el nuevo deporte de su vida: «Yo creo que el soccer te puede ayudar un poco, te puede hacer más fácil la patada. De hecho, el 99% de los pateadores de fútbol americano han sido jugadores de fútbol en infantiles o hasta con chances de jugar profesionalmente». Sin embargo, hay un detalle que nunca pudo admitir. «Lo que no pude entender es como algunos kickers jugaban de eso sin jamás haber probado con una pelota de fútbol», sentenció resignado. Cómo una porción tan importante de su vida, podía ser tan prescindible para la mayoría…
Así como terminó entendiendo el papel secundario que tenía su amado balón en la vida de los estadounidenses, con el correr de los años también fue incorporando nuevas costumbres del puesto y del deporte. Seguramente la más traumática fue que en sus inicios no se sentía parte del equipo, a partir de la poca participación que tienen los pateadores en los encuentros y la soledad con la que vivían en el día a día. «Eso de jugar apenas segundos por partido, al principio me resultó muy difícil, porque no me sentía parte del plantel y porque estaba en el banco el 99% del tiempo», reconoció el argentino, que anotó 155 goles de campo en su carrera, en 203 intentos.
Sin embargo, nunca se cedió ante las costumbres de la época, en la que los kickers iban a las prácticas, hacían lo suyo y se iban a sus casas: «Al comienzo fue así pero una de las cosas que yo hacía era entrenar o hacer la pretemporada con el resto de mis compañeros. Entonces así me empecé a sentir más jugador, más parte de todo». Y luego reconoció: «De hecho había uno, el que pateaba en las salidas por ejemplo, que es un golpe más tipo arquero, que hacía su trabajo y se iba a jugar al golf. Recuerdo que a los demás no les gustaba para nada, y a mi por supuesto, no me entraba en la cabeza».
A once años de su retiro, Martín Gramática vive de lo que siempre había querido vivir. Sin relación directa con el fútbol americano, el centro de escena vuelve a ser el soccer, como en su pre adolescencia. «Nunca jamás pensé en ser entrenador. Yo con ese deporte estoy profundamente agradecido porque me dio todo. Todo lo que tengo hoy en día lo conseguí gracias a eso. Pero mi pasión es el fútbol, me encanta». Concreto, ¿no?
Hoy en día entrena diariamente a dos de sus tres hijos en el Florida Premier (11 y 9 años) y disfruta de los partidos de Boca por televisión. «Los chicos no se prendieron nada con el fútbol americano, solo les gusta ir a los partidos, cuatro o cinco veces por año», entonó con un alivio fácil de percibir, incluso a través de una llamada de Whatsapp. «Soy entrenador de mis hijos porque no me gustan los técnicos de acá. Por eso prefiero agarrarlos yo, que les voy a dedicar todo mi tiempo. Quiero estar cerca de ellos porque si tienen la meta de ser futbolistas, intentaré que cuenten con las mejores posibilidades para lograrlo. Después, si obvio, cuando sean más grandes se los largo a los que han laburado de esto toda la vida. A un club más grande o a una academia, pero por ahora me gusta lo que estoy haciendo», afirmó.
«La verdad es que hay que ser realistas y el 99% de estos chicos no van a llegar a ser profesionales. «
Sin la experiencia profesional de la mayoría de los DTs pero con una extrema pasión. Los días del ex Nº7 de los Bucaneros de Tampa se dividen entre la empresa de casas prefabricadas, la escuela de sus hijos y los entrenamientos. Y claro, los fines de semana, torneos. «Me encanta hacer prácticas súper intensas, meterme ahí a jugar con ellos. Lo que creo que me ayuda para entrenar es la estructura que me dejó el fútbol americano en los entrenamientos. Acá hay muchos técnicos que les gusta tirar 28 mil conitos y tienen a los pibes parados media hora. Yo, en cambio, los tengo corriendo la hora y media o dos», describió el argentino, que no solo le da importancia a los conceptos deportivos, sino también a todas las enseñanzas que pueda transmitir a través de una actividad convocante como esta: «La verdad es que hay que ser realistas y el 99% de estos chicos no van a llegar a ser profesionales. Por lo menos intentamos mostrarles más que solo deporte, cosa que varios técnicos acá no le dan pelota. Por ahí porque son jóvenes, no tienen hijos y no saben enseñarles vivencias de la vida». De hecho, los chicos de esta camada participan de los diferentes eventos de la Gramatica Family Foundation, para veteranos de guerra: «A ellos y a los padres también les gusta ver estas cosas, lo disfrutan muchísimo».
Estadounidenses, colombianos, un par de argentinos y hasta un griego. El «grupito inseparable» que entrena Martín es mayormente categoría 2004 pero, por ejemplo, también está incluido su hijo mayor, que es 2006. Las múltiples nacionalidades son un aporte más para estos chicos, que primero y principal van a divertirse a una canchita de fútbol. Por tal motivo Gramática abandonó las instalaciones del United Soccer Club, donde «solamente veían a los chicos como una suma de dinero porque no les interesaba la formación». Ahora, en el Florida Premier, las sensaciones son bien diferentes: «Este club es más pequeño pero se fijan en el crecimiento general de los pibes. Ahora está por terminar la temporada así que en julio empezamos la siguiente, y ahí vamos a realizar cuatro prácticas semanales. Te digo la verdad, tengo un grupo buenísimo, que es muy dedicado. Y con esta medida no es que los estamos forzando, todo lo contrario, porque a ellos les encanta venir a jugar».
Padre de un mediocampista, un defensor y una nena de cinco años «que va a ser la mejor», sentenció con la protección típica que le nace al hombre con una hija mujer. Y lo disfruta al 100%. Su familia, hoy es su «trabajo». O mejor dicho su vida. Múltiples lesiones atentaron contra su físico, no solo durante su etapa profesional sino también lo que llegaría después del retiro. Uno de los campeones del Super Bowl XXXVII todavía recuerda lo que le dijo al médico tras su último desgarro, y luego de decenas de infiltraciones y otras tantas operaciones: «Quiero disfrutar de mis hijos, poder jugar al fútbol con ellos y correr un poco». Piedad, solo piedad. Entendiendo que hay mucho más detrás del deporte mismo, de una victoria, de una derrota, de un título. «El 90% del tiempo me siento bien. A veces me levanto y me duele pero por lo menos puedo entrenar con ellos y correr un poquitito. Pero seguramente si seguía jugando hoy mi situación sería peor», aseguró.
Hace seis años que no viene a Argentina. En aquella oportunidad, dio una charla para la Football Americano Argentina, que inició en 2004 y no justamente de la mejor manera: «Viste como es todo ahí, supuestamente al comienzo, la NFL le mandó un montón de cosas y se las afanaron. En un momento con Tampa enviamos pelotas, banderines y remeras, y la verdad que no sé si llegaron o a quiénes le llegaron». A pesar del mal trago, destaca a la dirigencia actual y a los jóvenes que forman parte de la liga local: «Cuando dimos esa charla con mi hermano estuvo espectacular. A los chicos les gusta muchísimo el fútbol americano, saben un montón y se conocen a todos los jugadores. Ahora sí está mejorando muchísimo el torneo y hay un montón de pibes jugando, adultos e infantiles. En Córdoba también hay un campeonato, o al menos eso me contaron».
Más de diez años practicando un deporte por dinero, esperando cuartos downs o touchdowns para ingresar al campo. Más de diez años participando activamente del encuentro por apenas treinta segundos o un minuto y vistiendo hombreras, casco, bucal y otras protecciones, para tal vez, no recibir nunca un golpe certero.
Y al mismo tiempo, más de cuarenta años practicando y pensando en otro deporte por pura pasión. Más de cuarenta años soñando con 22 jugadores pero que buscan otro balón y no pueden usar las manos para cumplir su cometido. Más de cuarenta años viviendo diariamente con ojos y oídos a miles de kilómetros de distancia, para ver cómo once tipos vestidos de azul y oro intentan darle una alegría en un deporte que se llamaba casi igual que el que practicó, pero no tiene nada que ver. Más de cuarenta años queriendo ser Maradona y no Lou Groza.
Este es Martín Gramática, el único argentino campeón de un Super Bowl (que seguramente lo cambiaría por un Mundial de fútbol).
- AUTOR
- Cultura Redonda
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