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El Huésped
A Australia le molestaba la facilidad. Suena quizá algo extremista, ofensivo también. Pero ese es el resumen del planteo que los popes de la federación de fútbol de aquella nación le hicieron a los altos cargos de la FIFA en el año 2005. Para ellos, las reglas de clasificación en Oceanía eran un paso de comedia.
Desde Estados Unidos 1994 que la isla lograba hacerse victoriosa en las Eliminatorias, apilando goleadas bizarras ante débiles combinados del Pacífico, para intentar así colarse al Mundial mediante la media plaza asignada al continente. Argentina cercenó su posibilidad en el repechaje del primer caso mencionado. Irán se benefició con el gol de visitante para ganar el boleto a Francia 1998. De cara a la Copa del Mundo del 2002, Uruguay salió victorioso. La revancha se daría en vísperas de Alemania 2006, cuando tras más de una década de no poder quebrar el maleficio de la repesca, los australianos vencieron a los charrúas logrando un lugar en territorio germano. Con tamaña hazaña, la Selección de Australia se despedía de su participación en el fútbol de Oceanía, amén de la aceptación por parte de la FIFA de su solicitud de mudanza. Triunfantes, comenzaban a vislumbrar una disputa en suelo hasta entonces ajeno para sus botines, el continente asiático. El motor para tamaño cambio era la búsqueda de mayor prestigio y proyección internacional para su fútbol, y la necesidad de dotarse de mayor profesionalidad y competitividad. Atrás quedaban las goleadas arriba de los quince goles a favor frente a Tonga, Samoa y Tahití, en cotejos más similares a un sketch de los Monty Python que a una Eliminatoria.
Los Socceroos que arribaban a la primera cita mundialista de Australia en 32 años pertenecían a una generación de nombres reconocidos para el paladar futbolístico internacional. En su mayoría formaban parte de la Premier League de comienzos de milenio, previo al ingreso de los petrodólares al ambiente de la redonda en aquellos pagos. En efecto, teníamos a José Mourinho tornándose una leyenda en el Chelsea, Alex Ferguson perfeccionando la perfección en el Manchester United, Rafa Benítez comandando el Liverpool y Arsene Wenger deleitándose con Thierry Henry y Dennis Berkgamp en el Arsenal. A aquel universo pertenecían muchos miembros de la plantilla australiana de cara a Alemania 2006: el arquero Mark Schwarzer (Middlesbrough), los defensas Lucas Neill (Blackburn) y Craig Moore (Newcastle), los volantes Tim Cahill (Everton), Josip Skoko (Wigan), Brett Emerton (Blackburn) y los atacantes Harry Kewell (Liverpool) y Mark Viduka (Middlesbrough). A ellos se acoplaban apellidos reconocibles que le daban a la bocha en otros rincones del viejo continente, como el gigante Zeljko Kalac (Milán), Mark Bresciano y Vince Grella (Parma) y John Aloisi (Alavés).
La dinámica del fútbol inglés estaba intrínseca en el equipo australiano, embanderado por la mejor generación de jugadores de aquel sitio, futbolistas que parecían estar en su punto exacto para dejar en alto el nombre del fútbol australiano, ese curioso ente que tenía un pie en un continente y el restante, en otro. De las tácticas se encargaba el holandés Guus Hiddink, con un antecedente ambiguo en su tiempo reciente por aquel entonces. Había llevado a la Selección de Corea del Sur a nada más y nada menos que el tercer lugar en el Mundial del 2002. Pero dicha performance se vio algo achacada por los pésimos arbitrajes que beneficiaron la suerte de los suyos en suelo nativo. Australia era, para Hiddink, un territorio fértil para demostrar que él sí sabía hacer historia con pequeños equipos de grandes sueños.
En efecto, cumplieron con un rol sumamente digno en un grupo que, a priori, tenía el segundo lugar de clasificación abierto. En el debut vencieron por 3-1 a Japón, perdieron 0-2 ante Brasil y luego ingresaron en las páginas de oro del deporte de su país al alcanzar el empate ante Croacia y lograr clasificarse a octavos de final, beneficiados por la derrota ante los brasileños y el empate frente a los japoneses que los europeos habían hilvanado. El gol de Kewell a diez minutos del final hizo estallar a la isla en un grito incontenible de alegría. Australia se dirigía a la siguiente instancia de la Copa del Mundo. Ante Italia, su rival en dicha fase, desarrolló un partido de menor a mayor, teniendo la Azzurra el control en su mayor parte del cotejo, pero intentado los de Hiddink anular al ataque rival y no desaprovechar las oportunidades que las fugas italianas podían llegar a tener en defensa (de hecho, Marco Materazzi se fue expulsado).
Los arqueros Schwarzer y Gianluigi Buffon fueron figura. En tiempo de descuento, un absurdo penal convalidado por el referí Luís Medina Cantalejo permitió a Francesco Totti arrimar a su selección a cuartos de final. Australia se despedía con la frente en alto.
Los años posteriores a aquel suceso transcurrieron en silencio para dicho combinado. Su debut en una competición asiática fue en la copa de dicho continente en 2007, donde en cuartos de final cayó ante Japón. Por diferencia de gol no logró clasificar a octavos en Sudáfrica 2010: perjudicado por una derrota 0-4 ante Alemania en el debut, vio cómo tanto los futuros terceros como los muchachos de Ghana accedían a la siguiente ronda, despidiéndose Australia triunfando por 2 a 1 ante Serbia. En la siguiente Copa del Mundo, el enclave en un arduo grupo compartido con Holanda, Chile y España motivó que el seleccionado quedará entre los peores participantes de aquel torneo.
Para aquel entonces ya ordenaba las tácticas desde la banca el frío Ange Postecoglu, griego de origen y australiano por adopción. El caso del DT responde al archipiélago de orígenes que Australia contiene en su sociedad. Basta ver la propia plantilla en Alemania 2006 para encontrar descendientes de británicos, italianos, polacos, alemanes, griegos y rusos. Aquel factor es hijo de familias de diversos lares que, en tiempos de crisis, apostaron en Australia un mejor futuro. La diversidad cultural enriqueció social, cultural y deportivamente la nación, pero sin embargo el propio fútbol australiano ingresó en un período de regresión en torno a su proyección internacional, debido a la pérdida de lugar que sus jugadores padecieron en su segundo hogar, la liga inglesa. De la última convocatoria para la repesca ante Honduras, solo seis nombres pertenecían a escuadras de equipos de la Premier, y ninguno a cuadros de proyección considerable: el arquero Matthew Ryan (Brighton & Hove Albion), el defensa Bailey Wright (Bristol City) y los volantes Aaron Mooy (Huddersfield Town), el capitán Mile Jedinak (Aston Villa), Massimo Luongo (Quens Park Rangers) y Jackson Irvine (Hull City). El resto, despuntaba el vicio en equipos de menor rodaje de Europa Central, Asia o la propia liga australiana.
Postecoglu es una leyenda en cuanto a entrenadores en Australia. Amasó éxitos con las selecciones juveniles, así como también en equipos locales, logrando bicampeonatos domésticos tanto con el South Melbourne como con el Brisbane Roar, obteniendo galardones que van desde entrenador del mes a entrenador de la década y sosteniendo el récord de imbatibilidad en el fútbol australiano, con 36 partidos sin verle la cara a la derrota. Tamaño expediente le dio espalda para continuar al frente tras la fugaz participación en Brasil, y la decisión no pudo haber salido mejor. Los australianos ganaron la Copa de Asia en 2015 tras vencer en la final a Corea del Sur.
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En aquella competición, el greco-australiano apostó a la creación de juego por parte de Robbie Kruse y Mathew Leckie, nuevos nombres de la élite futbolística australiana, sustentando a un único atacante, el viejo conocido Tim Cahill, quien al borde de cumplir sus 38 años, planea dejar a Australia nuevamente en una Copa del Mundo.
La reinserción, a más de una década de su mudanza a otro continente, sigue siendo la cuenta pendiente del fútbol australiano, en vísperas de su finalísima ante Honduras a por un lugar en la Copa del año que viene.
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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