Opinión
El país de los eternos negadores
Excusas, valoraciones indebidas, enojos ante la crítica y el permanente escudo del resultado por sobre las ideas. Etapa tras etapa. Década tras década. Generación tras generación. La negación de nuestra responsabilidad ante una realidad tan flagrante y lamentable se expresa delante de nuestros ojos. Tuvimos lo que merecimos. Tenemos lo que merecemos. Seguramente tendremos lo que hemos de merecer.
En un día tan particular como el de ayer donde la MEMORIA debe anteponerse a cualquier otro valor, cualquiera tendrá derecho a afirmar que todo lo expuesto anteriormente es aplicable a nuestro recorrido como nación. Un camino lleno de responsabilidades ajenas con aprobaciones propias. Un sendero plagado de plazas llenas para abrazar dictaduras salvadoras y guerras convenientes. Una historia que nos hace protagonistas de la utilización del voto. De castigar al que está sin mirar a quien premiamos. De sentirnos castigados por aquel al que le dimos nuestra confianza sin observar sus pergaminos. Y es probable que en un día que rememora el comienzo de la etapa más nefasta de nuestro país, sea altamente conveniente recordar que tuvimos lo que merecimos y que tenemos lo que merecemos. Probablemente podamos aprender a utilizar el extraordinario valor de la democracia, y sepamos entender que nuestra participación en las urnas y en cada una de las manifestaciones sociales que permite la libertad de expresión, posee consecuencias que nos hacen responsables del destino de la Nación.
Probablemente el fútbol en el fondo sea una representación menos tétrica de una problemática común. Este deporte suele demostrar en un terreno más hospitalario la idiosincrasia de un pueblo. Por ello no debe extrañarnos que en el país del yo no fui la culpa sea de otro. Aquí también la realidad se asemeja perfectamente a lo que merecemos como conjunto. El seleccionado nacional de fútbol mostró ante Chile una de las caras más oscuras de los últimos cuarenta años de historia. Pero ganó y se acomodó en puestos de clasificación a Rusia 2018.
Aquí no ha pasado nada señores. La AFA es una federación ejemplar –o por lo menos poco criticable-, el entrenador está entre los más reconocidos del mundo y su ideología se adapta perfectamente a un plantel como el actual, los jugadores han de ser felicitados por su destacado esfuerzo. Entendieron por fin lo que es vestir la camiseta celeste y blanca que habían desteñido cuando perdieron tres finales. Ahora si son héroes. Aunque solo sea porque un giro del destino quiso que esta vez Chile dilapidara varias situaciones claras en un partido que, desde el trámite, les fue sumamente favorable.
Mi mente regresa a tres puntos clave en la historia de la Selección Argentina de fútbol. El primero en 1974, cuando César Luis Menotti enseñó el camino organizacional de un combinado que necesitaba orden, trabajo y prioridad. El segundo en 1990, cuando endiosamos a un subcampeón de la casualidad que supo estar a la altura anímica de las adversidades, pero estuvo a años luz de ser un equipo destacable como el que cuatro años antes se había consagrado en México. El ‘Como sea’ pasaba a ser marca registrada de nuestro representativo. El tercero, en 2002, confirmó que una ideología, métodos de trabajo revolucionarios que fueron modelo para el éxito, seriedad y pensamiento a largo plazo no sirven de nada si la pelota no entra. Marcelo Bielsa pasó a ser mala palabra en el fútbol argentino a pesar de haber sido uno de los entrenadores nacionales más destacados en las altas esferas del fútbol mundial. José Pekerman cuatro años después siguió un camino similar.
Por ello es lógica la impresentable valoración del rendimiento del equipo, por parte Edgardo Bauza en conferencia de prensa. Claro que “el equipo hizo un partido brillante”. Es cierto que “el partido salió como lo planificamos”. El entrenador argentino no mintió. Fue totalmente sincero. A él y a todos nosotros nos importaba ganar. Porque si Argentina no ganaba Bauza debía irse ya mismo, la catástrofe en la que está sumida la AFA era causal directa de una derrota que nos dejaba al borde de la eliminación y los jugadores –empezando por Lionel Messi- debían quedarse a jugar en sus equipos para dar paso a las estrellas de un mediocre fútbol local, como cuando estuvieron a un paso de ser los mejores de América y del mundo.
Tenemos lo que merecemos. Porque somos nosotros los que no valoramos correctamente. Porque somos nosotros los que ponemos el amorfo y frio resultado final por delante de los valores ideológicos ponderables por encima de una derrota inoportuna. Porque preferimos ver al bueno por conocer sin cuestionar las probabilidades reales de que sea mejor que el malo conocido. Porque cuando llega la oscuridad no nos queremos hacer cargo de que la luz la apagamos nosotros. En el fútbol como en el país.
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- AUTOR
- Nicolás Di Pasqua
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