Historias
El penal
Fue a buscar la pelota, la agarró con las dos manos y, en la caminata hacia el punto del penal, comenzó a sentir. Probablemente empezó antes, cuando escuchó el silbatazo del juez y supo que era de él.
Varios años más tarde, me comentó, en algo así como una terapia, y digo terapia porque se lo notaba cómodo, desenvuelto, entregando detalles que me introducían en lo más profundo de su ser, de sus sentimientos, de su alma, y eso era lo raro, lo distinto, porque el Tuca no era ningún charlatán, al contrario. El Tuca se guardaba todo para él, ni yo siendo el mejor amigo le podía sacar más que un: «No», «Si»,» Y bueno hay que darle para adelante» o «son cosas que pasan», no se explayaba mucho más que de esas conjugaciones cortas de verbos, sustantivos y algún que otro adjetivo. Eso sí, los adjetivos eran siempre positivos, por eso al Tuca lo quería todo el mundo.
Pero ese día, el de la especie de terapia digo, ese día fue distinto, se lo notaba entusiasmado, se lo notaba con ganas de hablar, de expresarse, de escupir todo lo que tenia adentro. ¡Sí me habrá llamado Roxana!, la mujer del Tuca, para preguntarme si sabía algo, si me había comentado algo, algún problema, porque andaba más callado y solitario que nunca. Cuando estaba así, solo hablaba y jugaba un rato con Paola, su única hija, cuando venía del trabajo y nada más, porque tampoco voy a negar que era un tipo raro, sin maldad alguna, pero raro.
Su mujer lo sabía, y cuando le agarraban esos ataques, era cuando me consultaba si sabía algo, si pasó algo nuevo, y mi respuesta era la misma, siempre, que no tenía idea pero que se le iba a pasar. Ojo, no era muy seguido lo de ese estado de rareza, él se desvivía por su familia y ellas por él. Creo que Roxana era la única que le sacaba un «te quiero», obviamente junto a Pao, su hijita que ya dejo de ser su hijita hace rato y está a pocos años de convertirlo en abuelo. Ni su viejo le sacó palabras cariñosas y eso que eran unidos eh. Muchas veces estando juntos, compartiendo momentos con los dos me dije para mis adentros: “Que lindo hubiese sido tener con mi viejo esa relación”, pero bueno explayarme en eso es contar sentimientos míos cuando acá lo importante es lo que me dijo el Tuca. Ah, perdón por que tanto Tuca de acá, Tuca de allá, pero para los padres no se llama Tuca, ellos lo llamaban por su nombre.
Héctor y Josefa tenían el mismo ídolo, el Ringo Bonavena, y definieron el nombre de su primer y único hijo en un mejor de tres al chinchón, y digo definieron porque había dos posibilidades y las dos eran nada más y nada menos que los nombres del Ringo. A Josefa le gustaba Oscar y al papá Natalio y en uno de los guiños de suerte que te da la vida, o el destino como mejor les guste, Josefa arrasó. En el primero iba abajo como por 20 y le metió un chinchón de oro, del dos al ocho como le gustaba a ella y sin comodín, por que el chinchón para ser chinchón tal como lo marca la incorruptible regla de las generaciones históricas de su familia, es sin comodín. Y en la revancha, suelta y arriesgada por tener margen, le sacó 35 de ventaja para festejarlo a los gritos ese sábado por la noche con la panza que denotaba el avance del embarazo. El Tuca era Oscar. Oscar Rodríguez.
Ese día, Oscar se soltó, estábamos solos, en mi casa, tomando una coca, y me dijo:
–Bocha, ese día yo sentí algo diferente, mejor dicho, algo que ya había sentido una sola vez e intenté sentirlo de vuelta y hasta ahí nunca pude. Traté durante 20 años y nunca pude, no sé cómo explicarte para que lo entiendas, el corazón Bocha, el corazón me latió otra vez así.
Antes que le consulte a qué se asemejaba el latido de su corazón, se adelantó y me dijo:
-Prometeme que no me vas a tomar para la joda, esto no lo sabe ni Roxy, ni mi viejo, nadie Bocha, nadie”.
Le serví el ¾ de vaso que faltaba para llenarlo y le dije que se quede tranquilo, que cómo yo lo iba a tomar para la joda con algo tan serio.
–Bocha, yo escuché el silbato y te juro que no recuerdo bien si arrancó ahí o cuando agarré la pelota, pero no importa, el tema es que sentí lo mismo, no sé si fueron ansias, nerviosismo, felicidad, una mezcla de todas juntas, no sé.
-Pero, ¿qué fue lo que sentiste?, no ahora sino antes cuando sentiste lo mismo, decilo de una vez Tuca, que me estás volviendo loco.
Oscar se quedó callado, bajó la cabeza, como abrumado por mis ansias, mis ansias de entender o de una vez por todas conocer de qué me hablaba. Claro, quizá mi pecado fue el egoísmo de querer saber, querer conocer lo que le pasó 20 años atrás cuando lo verdaderamente importante era que él se saque el peso de encima de contar “eso” que tenía guardado tan adentro.
Muchas veces nuestro egoísmo es imperceptible y nos desenfoca de lo importante. En una reacción instantánea y real pero impulsiva, nos vence el orgullo, las ganas de conocer algo que el resto de las personas que habitan este mundo no conoce y que por tratarse de un secreto morirá entre nosotros, los amigos verdaderos.
La lucidez me llegó, la sentí y la transformé en palabras disculpándome con el Tuca y tranquilizándolo, creándole el ambiente adecuado para continuar el dialogo.
–¿Te acordas cuando fuimos a probarnos a El Porvenir? Mejor dicho: ¿Te acordas lo que soñé la noche anterior a probarnos en El Porvenir? Pasó mucho tiempo, no me hagas caso, qué te vas a acordar.
-Claro Tuca, cómo no me voy a acordar, soñaste que debutabas en la primera del Porve y metías un gol.
-Te acordas que después de la prueba, nos dejaron para lo último, separados de todos y el técnico nos dijo que mejor estudiáramos, que no teníamos condiciones naturales ni edad para mejorar, que tenía que ser sincero y bla bla bla, en fin que éramos unos burros.
-Como no me voy a acordar si después de eso no quise jugar nunca más ni al metegol, ¿pero qué tiene que ver con el sueño Tuca?
–Bocha, la noche anterior yo soñé que debutaba en Primera, que le cumplía el sueño a mi viejo, a mi vieja, a mi abuelo y encima, encima metía un gol y no me acuerdo si te conté, pero en el gol, me gambeteaba a tres y cuando salía el arquero se la tocaba despacito al palo más alejado, le daba un pase a la red y salía gritándolo para donde estaban todos. Ahí, Bocha, ahí fue cuando con los ojos cerrados, sentí eso, sentí el placer indescriptible, la sensación única de ver los rostros de ellos, del éxtasis, de la felicidad suprema, de ver a todos ellos disfrutar tanto o más que yo, ser jugador profesional, vos sabes bien Bocha que es el sueño de cualquiera. Duró ocho, diez segundos máximo y mis ojos se abrieron. Instantáneamente los intenté cerrar para seguir soñando, para seguir sintiendo, pero no había caso, fueron esos ocho o diez segundos y ya está, nunca más.
-¿Cómo nunca más Tuca? Jugaste diez años en Primera División. Casi siempre en el ascenso pero no importa, cumpliste el sueño de todos los hombres argentinos, porque todos soñamos con ser profesionales y jugaste diez años porque esa maldita rodilla no te dejó más, pero tenías cuerda todavía. (Para mis adentros, juro que no entendía su incomodidad, no entendía su desagrado, su desilusión por así decirlo).
-¿Y de qué sirvió? Si nunca más pude sentir lo que sentí ese día, y no me vengas con eso de que cuando me casé con Roxy o cuando nació Paulita, porque es otro sentimiento, quizá más grande, quizá más importante, pero no es el mismo sentimiento. Ni cuando subí con Talleres pude sentir algo parecido.
La razón del ser humano muchas veces está desconectada de su sentimiento. La gran mayoría de los hombres que nacen en Argentina, se crían, crecen y desarrollan en un ambiente futbolero, y de ellos, todos o casi todos tienen un solo sueño desde chicos: ser jugadores profesionales.
Es muy estrecho el porcentaje que lo logra y el que lo hace tiene bendición de trabajar durante algunos años de lo que ama, lo que soñaba desde chico. Desde el punto de vista de la razón, no hay lugar a subjetividades, el que lo logra puede considerarse un privilegiado, portador de un don inigualable, el de trabajar jugando a la pelota.
Para Oscar el Tuca Rodríguez no era tan así. Después de que nos dijeron que no en el Porve con 13 años, él siguió intentando, se iba solo con su viejo a perfeccionar la técnica, pase, cabezazo, izquierda, derecha, a mejorar lo físico, iba a las canchas a ver partidos de las inferiores, de Primera de lo que sea y no solo a mirar, iba a “aprender de los que sabían”, como le decía el viejo. Jugaba torneos amateur de marzo a noviembre, cualquiera, al que lo invitaran, porque en diciembre iba a probarse a algún club. Eso hizo desde los 14 a los 17, sin suerte, hasta que por fin se le dio y quedó a los 18, con edad de quinta. ¿En dónde? En El Porvenir.
Dos años después, Oscar debutó en la Primera del Porve, me acuerdo que le preparamos una fiesta sorpresa con los viejos y Roxy, ya en esa época eran novios. Estaban todos los pibes del grupo, no faltó ninguno, ni los tíos, ni los primos, estábamos todos. El Porvenir estaba en la C y al toque lo vendieron a Español que estaba en la B, de ahí salto a Primera tres años en Banfield, volvió a la Primera B a Talleres, subió al Nacional y ahí se retiró a los 30 porque la lesión crónica de la rodilla estaba trayéndole problemas cada vez más seguido.
Al recordar un sueño, uno puede rememorar el contenido, puede recordar una y mil veces que besó una chica o hizo un gol, pero lo que le produjo ese sueño es irreproducible, por más esfuerzos que se hagan, se esfuma con la continuidad de estado de reposo y permanecen hundidos en lo más profundo del inconsciente del soñador. A pesar de ello, es lo que le da sentido a la felicidad o tristeza que el mismo genera.
-¿Era el sueño de Oscar ser futbolista profesional? ¿Para qué luchó tanto durante tantos años?
-Ya sé lo que me vas a decir Bocha –prosiguió-, que estoy loco, que no puedo comparar, que metí 45 goles siendo profesional, y te estoy hablando de cuando el referí dio ese penal en la liga del sur, un campeonato de mayores de 30 donde jugabas hasta vos para mi equipo.
-Eh… no… es que… (Realmente no supe qué decir).
–Bocha, no digas nada, no espero que digas nada, solo quería contarte que aquel día, cuando el referí dio el penal, cuando supe que era mío, volví a sentir, a sentir eso que busqué tanto tiempo y no supe dónde encontrarlo, a sentir eso que llevaba adentro y no podía expresarlo, a recordar los motivos por los cuales amé, amo y amaré esto Bocha, ese sentimiento se llama FÚTBOL y yo, yo lo volví a sentir.
Por Matías Córdoba.
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- Cultura Redonda
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