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El precio de confiar en la idolatría
En la última década se han repetido casos de selecciones nacionales que, a la hora de buscar entrenador, se dejan llevar por los laureles que sus candidatos supieron conseguir como futbolistas y no por su probado currículum en la dirección técnica. Una tentación imposible de rechazar para los ídolos, pero que en su mayoría termina arrojando un balance negativo.
No hay que irse demasiado lejos para encontrar ejemplos. Uno de ellos es el de Diego Armando Maradona. «El 10» fue campeón del Mundial de 1986, entre otra media centena de distinciones individuales, pero cuando se hizo cargo de la Selección Argentina allá por 2008 sus antecedentes en el banco de suplentes eran escasos y poco fructíferos: sus estadías en Deportivo Mandiyú y Racing Club fueron tan escuetas como los buenos resultados e incluso al ser designado por la AFA llevaba más de 13 años sin dirigir. ¿Resultado? Clasificación sufrida camino al Mundial de Sudáfrica 2010 (que también corresponde al ciclo Alfio Basile, su antecesor) y una actuación aceptable en tierras africanas, con cuatro triunfos al hilo pero una eliminación humillante ante Alemania (0-4) en un duelo mal planteado desde el primer minuto. Una experiencia con más sombras que luces.
¿Otro ejemplo sudamericano? Dunga. El multicampeón con la selección brasileña (Mundial 1994, Confederaciones 1997 y Copa América 1989 y 1997) reemplazó como DT a Carlos Alberto Parreira luego de la frustración vivida en Alemania 2006. Si bien levantó la Copa América de Venezuela 2007 y la Copa Confederaciones 2009 el estilo nunca convenció y el baño de realidad llegó en el Mundial de 2010, en cuartos de final. Pero para desconcierto de muchos tuvo revancha: después de un paso sin éxito en Internacional de Porto Alegre (dónde fue despedido) la Confederación volvió a convocarlo luego del cuarto puesto en su propio Mundial. El juego mediocre continuó siendo evidente, pero esta vez los resultados no acompañaron: dos eliminaciones tempranas en la Copa América 2015 y 2016 terminaron prematuramente con su segundo ciclo, esta vez sin títulos que disfrazaran el pobre andar futbolístico de los pentacampeones del mundo.
Otro caso bastante reciente, pero del Viejo Continente, es el de Marco Van Basten en Holanda. Se hizo cargo del seleccionado en 2004 sin tener ningún antecedente como entrenador de un primer equipo (apenas había sido asistente de John Van’t Schip en Ajax). Bajo su mando, la Naranja apenas llegó a octavos en Alemania 2006 y a cuartos de final de la Eurocopa disputada dos años después, dejando el cargo con una notoria deuda futbolística para la camada de jugadores que tuvo a su cargo, además de algunos desencuentros con referentes del equipo, como van Nistelrooy.
El caso de Patrick Kluivert es bastante particular. Porque si bien este ex artillero, multicampeón como jugador con el Ajax de su tierra natal, tuvo su primera experiencia como entrenador absoluto dirigiendo a una selección, fue dando pequeños pasos previos: como parte del staff técnico del AZ Alkmaar y Nijmegen Eendracht Combinatie (ambos de Holanda), como asistente del Brisbane Roar FC de Australia y como DT del equipo juvenil de Twente FC hasta llegar a ocupar un lugar al lado de Louis Van Gaal en la Selección de Holanda que finalizó tercera en el Mundial de 2014. Luego, sí, llegó su momento en el país caribeño de Curaçao (entre marzo de 2015 y junio de 2016) al cual llevó hasta la tercera ronda de clasificación de la CONCACAF rumbo a Rusia 2018 (mejor resultado histórico) y superó con éxito las primeras dos instancias de clasificación rumbo a la Copa del Caribe del próximo año. Sin embargo, el ex atacante cambió rubro en su carrera deportiva: hace pocos días fue designado como director de fútbol del Paris Saint Germain francés.
El caso de Jürgen Klinsmann parece ser una excepción a la regla, o por lo menos una de las pocas. El ex delantero tuvo un debut a lo grande en su carrera como entrenador: Alemania, en 2004, rumbo a su propio Mundial. Desde su llegada impulsó una renovación de ideas y de nombres en un seleccionado que venía de un resonante fracaso en la Euro de 2004. En cuanto a los resultados, consiguió dos terceros puestos: primero en la Copa Confederaciones y luego en la Copa del Mundo, dando inicio al exitoso ciclo de los germanos que encontró su punto máximo en Brasil 2014. Cinco años más tarde, y tras un fallido paso por Bayern Munich, asumió al frente de Estados Unidos, llevando a los norteamericanos al título en la Copa de Oro 2013, a los octavos de final de Brasil 2014 y hasta el cuarto puesto en la última edición de la Copa América.
El último en sumarse a este selecto club es Andriy Shevchenko, nombrado entrenador de la Selección de Ucrania. Lo pergaminos del ex delantero son innegables: máximo goleador histórico con la camiseta de su país, llegó a cuartos de final de la, hasta ahora, única participación mundialista de los vestidos de azul y amarillo y ganó el Balón de Oro en 2004. Sin embargo, su experiencia como entrenador es nula: apenas fue asistente del técnico saliente Mykhaylo Fomenko, quien renunció tras la pobre actuación en la Eurocopa 2016. Currículum que se vislumbra insuficiente a la hora de hacerse cargo de un conjunto nacional. La idolatría, como lo ejemplifican los casos mencionados, puede ser traicionera y, en muchos casos, una mochila demasiado pesada para cargar.
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- AUTOR
- Federico Leiva
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