Historias
El triste final del Rey del gol
Dallas, 21 de junio de 1994. Debut mundialista de Nigeria en Copa del Mundo ante Bulgaria en el Cotton Bowl. Emmanuel Amunike llega al fondo por la derecha, envía un centro rastrero al área y ahí apareció Rashidi Yekini, el «Rey del gol», para empujarla y hacer delirar a su país. La imagen del delantero festejando solo dentro del arco y abrazado a las redes es el mirador a través del cual podemos recorrer su carrera.
Es que fue ese el punto más alto de la historia del mito; tras años en los cuales se había destacado y mucho en el fútbol portugués, le llegaba su gran chance y parecía no desaprovecharla. Sin embargo, casi todo lo que le vino por delante comenzó a ser más y más complicado. Pero mejor, vamos por partes.
Yekini formó parte del mejor equipo de la historias de las Águilas Negras. Entre 1994 y el año 2000 aproximadamente, el país más poblado de África gozó de una generación inolvidable, que de a poco fuimos repasando en Cultura Redonda. Al arco, Peter Rufai. En la defensa, a lo largo de los años, pasaron nombres como los de Agustine Eguavoen, Taribo West o Celestine Babayaro. Pero sin lugar a dudas los que más se recuerdan son los volantes ofensivos y los delanteros, que Argentina sufriera, en menor medida, en 1994, y de forma más concreta en la final olímpica de 1996.
Repasemos algunos apellidos: Amunike, (Daniel) Amokachi, (Sunday) Oliseh, Finidi Goerge, Samson Siasia, el gran Jay Jay Okocha, Babangida, Nwanko Kanu o Victor Ikpeba. Un espectáculo. Ese equipo repartió alegrías en Estados Unidos. En el Mundial fue eliminado en un partido histórico ante Italia en octavos de final. La historia en los Juegos Olímpicos del ’96 (donde no estaba Yekini), la conocemos. Luego, en Francia ’98 arrancaron para comerse a los chicos crudos de la mano de Bora Milutinovic, pero se fueron por la puerta de atrás en octavos tras caer ante Dinamarca. Allí se finalizó el exitosísimo ciclo del «Rey del gol» con la casaca verde.
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Esa historia de amor se había iniciado 14 años antes a nivel oficial y en 1983 con la Sub 23, en los preolímpicos que clasificaron a Nigeria a los Juegos de Los Ángeles. En 58 encuentros internacionales, Yekini anotó 37 goles y todavía es el máximo goleador de la historia nigeriana, con el plus de haber sido el mejor jugador africano en 1993 y haber obtenido la Copa Africana de Naciones en 1994, siendo además el goleador con cinco tantos en el certamen que se disputara en Túnez (originalmente debía organizarse en Zaire, hoy República Democrática del Congo).
A nivel periplo, hasta ese 1994 iba en ascenso. Tras sus inicios en su país (jugando para el UNTL Kaduna, Shooting Stars y Abiola Babes), en 1987 pasó a jugar a Costa de Marfil en el África Sports. Esa fue su plataforma de despegue rumbo a Europa. El Vitoria Setubal de Portugal lo cobijó, y allí se hizo ídolo.
Jugó cuatro años en el conjunto luso y se cansó de hacer goles en un club que nunca fue grande en Portugal. Los números definen su campaña, en la primera etapa, en el Setubal: 90 goles en 108 partidos. Un animal. Antes del Mundial de Estados Unidos se despidió; se marchaba al Olympiakos griego.
Su estilo de juego era claro. Potencia, altura, buen juego aéreo y una técnica razonable para alguien de esa altura. Aventurándonos, podríamos decir que en la evolución del centrodelantero africano, está un paso antes de Didier Drogba, quien posee algunos movimientos más finos, pero que comparte muchas características del nigeriano.
Decíamos que ese gol ante Bulgaria fue el pico de su carrera. Es que no volvió a convertir en mundiales y su carrera comenzó un descenso brusco y llamativo. El paso a Grecia fue malo: en su primera temporada disputó apenas cuatro partidos, pero se las ingenió para anotar dos goles. Su salida estaba más clara que la de Julio Cobos del kirchnerismo tras la 125, así tuvo su experiencia en la liga española. El Sporting de Gijón lo recibió, pero en la 95/96, con 14 partidos y tres goles, su personalidad comenzó a generarle problemas. Catalogado como demasiado solitario, no lograba sentirse cómodo tampoco en Asturias.
La solución parecía ser la vuelta a Setúbal. Los números en el primer semestre de 1997 fueron idénticos a los que marcó en Gijón: 14 partidos y tres goles. El Mundial de 1998 se aproximaba y el «Rey del gol» parecía haber perdido la corona. En el Zurich suizo tuvo su último gran año: 14 goles en 28 partidos; la leyenda iba a Francia para disputar su segunda Copa del Mundo.
Sin anotar en el Mundial, se alejó de Europa tras el certamen. El Bizerte de Túnez lo recibió. Su camino continuaría por Arabia Saudita (Al Shabaab), Costa de Marfil otra vez (África Sports) y regresaría a su país, donde se despediría del fútbol por primera vez en el 2003 en el Julius Berger y luego en el 2005 en el Gateway.
Su vida una vez retirado fue una pálida detrás de la otra. Del héroe que había dejado esa imagen tan potente poco quedaba. Vivió en el ostracismo algún tiempo y las noticias que aparecieron de él en sus últimos dos años no eran nada alentadoras.
Según sus familiares y vecinos en Irra, en el estado de Kwara, padeció una enfermedad mental que le hizo olvidar incluso hasta los goles que había marcado en el pasado. Sus relaciones amorosas tampoco le habían dejado un apoyo de contención. Tuvo tres hijos, con tres mujeres distintas; de la primera no se conoce el nombre, con la segunda estuvo casado apenas unos pocos días y la tercera fue la que más perduró.
Lo que llamó la atención de muchos fue el estado de pobreza en el que había caído en el final Yekini. Aquí hay dos versiones que se separan. Por un lado, hay quienes indican que le entregó todo su dinero a un amigo (llamado Ibrahim) que lo rentabilizaría pero que fue asaltado, y por el otro, hay quienes marcan que se encargó de dividirlo entre sus vecinos carenciados, incluso con algunos que no lo conocían.
Si bien sus familiares -como su hermana- marcan el desorden mental que padeció el crack en los días previos a su fallecimiento en mayo de 2012, tanto amigos como su propia madre recalcan que siempre se preocupó de que no le faltara nada a su mamá, a quien le pudo comprar una casa nueva antes de perder su fortuna hecha en base a goles.
Así y todo, la imagen que entregan es la de una persona que había dejado que el tiempo echara a perder sus autos, que vivía en un estado de casi indigencia y que pasaba sus horas en la zona de venta ambulante de Bolé (plátano frito). Otros, opinaban que no encontraban problemas mentales en Yekini, ya que todos los días concurría a entrenar al estadio municipal. Pero, en lo que la mayoría coincidía, era en que la soledad había sido demasiado fuerte para el ex delantero.
Ante tantas versiones (todas ellas muy tristes), sus ex compañeros de Selección dieron su opinión. Además de ponderar sus cualidades futbolísticas, Amunike afirmó que ya en la época del seleccionado era “muy resguardado”. Winston Oliseh (quien fuera capitán entre 1999 y 2002) apuntó que esa soledad y cierto egoísmo hicieron que no fuera muy querido por algunos compañeros, que incluso le tenían celos. Los rumores siempre indicaron que eso generó que no le pasaran demasiado la pelota al crack, de allí se desprendería que anotara un solo gol en mundiales.
Las fábulas en torno a la decadencia de Yekini son muchas. Lo cierto es que, con apenas 48 años, se fue uno de los grandes futbolistas de la historia de África, uno de los que mantuvo el legado de Roger Milla, al igual que George Weah, y lo potenció para que luego apareciera un (El Hadji) Diouf o un Drogba.
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- AUTOR
- Diego Huerta
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