Historias
El último que llega va al arco
Faltaban pocas semanas para el inicio de la Copa del Mundo de Italia en 1990. Como de costumbre, los entrenadores de cada una de las selecciones anunciaban ante la prensa la lista de 22 jugadores que protagonizarían una nueva edición de la máxima contienda del fútbol. Este tipo de divulgaciones atrae al futbolero nato, como también el sorteo de los grupos celebrado en el país anfitrión. Las distintas nóminas no sólo son un conglomerado de nombres propios que alguna vez escuchamos o vimos un fin de semana en los canales de televisión, sino que también son fruto de incontables estadísticas (muchas de ellas irrelevantes) que luego serán motivo de análisis para certámenes futuros por los presentes, los ausentes, las sorpresas, entre otras cosas. En fin, aquel acto a cargo del entrenador de enumerar a cada uno de los jugadores con aire cansador y poco predispuesto fue, es y será siempre una noticia digna de registrar. Aunque, en 1990, más que una noticia fue un asombro.
Inesperadamente, un tal Jack Charlton dejaba a todo el mundo con la boca abierta al romper los esquemas que venían prevaleciendo desde varias ediciones anteriores y que, hasta el día de hoy, nunca más volvió a suceder. Jack era el mismísimo hermano de Bobby, nada más que su idolatría se destacaría por su labor como técnico de la selección irlandesa y no como jugador. Esas semanas previas, tomó una decisión polémica, la de llevar solo dos arqueros –y no tres como es costumbre- para contar con un jugador de campo más: el lungo Niall Quinn, delantero de un metro 95 que militaba en el Arsenal y que paradójicamente sería anotado como aquel tercer arquero de Irlanda en su primera experiencia en un Mundial.
Dejando de lado la actuación del seleccionado irlandés, que dicho sea de paso fue muy buena por ser la “cenicienta” y llegar hasta los cuartos de final, lo que realmente dejó retumbando un ruido molesto entre los curiosos del fútbol fue porqué Charlton había elegido a Quinn como el tercer arquero, o más bien el séptimo delantero. ¿Acaso Charlton había percibido algún atributo de Niall –además de su estatura- como para considerarlo bajo los tres palos, o simplemente lo usó como chivo expiatorio, arriesgándose a llevar un jugador de campo más? Esta pregunta, francamente, no tuvo respuesta durante aquel certamen, puesto que Quinn estuvo preocupado sólo en el arco que tenía enfrente. Es más, Packie Bonner, arquero titular de ese seleccionado, se convirtió en héroe al detener un penal ante Inglaterra y conseguir el pase a cuartos. Sin embargo, ese interrogante quedó latente, quién no hubiese querido ver a Niall Quinn bajo los tres palos en un Mundial, o simplemente, quién no hubiese pretendido ver a cualquier jugador de campo calzándose los guantes en la competición más importante.
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Por suerte, no tuvo que pasar ni un año para que el interrogante mencionado más arriba tuviera la respuesta tan esperada. Esas cosas que tiene el fútbol, que lo hacen incomparable, porque podrían haber pasado años y años hasta ver a Quinn en el arco, quizás en un entrenamiento, en un partido benéfico. Pero no, en abril de 1991, ya con el goleador en las filas del Manchester City (lejos de lo que es el City de hoy en día), se disputaba un partido por la liga inglesa ante el Derby County como local. En el primer tiempo, el propio Quinn abría el marcador con un gol de volea. Poco antes de finalizar la primera parte, el arquero Tony Coton se iba expulsado tras cometer una falta dentro del área. Antes de hacer el cambio habitual del arquero suplente por algún jugador de campo, el técnico de los citizens Peter Reid optó por mandar a atajar al romperredes irlandés, que increíblemente detuvo el penal ejecutado por Dean Saunders lanzándose a su izquierda. Eso no fue todo, en el segundo tiempo salvó a su equipo del empate en varias oportunidades luego de que el Derby descontara y, de esta forma, se pudo explicar el porqué de la decisión de Charlton meses atrás. Si se hubiese dado la posibilidad, casi con seguridad Quinn no habría hecho el ridículo, su gran estatura la combinaba con movimientos poco ortodoxos pero no exentos de técnica.
Quinn no fue el único
El caso del irlandés fue algo inédito por todo lo antes mencionado, hasta resultó difícil pensar que se daría con tanta rapidez la posibilidad de comprobar la polémica decisión de Jack Charlton, que en definitiva de polémica poco y nada tenía. Hubo más casos a lo largo de la historia en los que jugadores de campo se convertirían en héroes bajo los tres palos, como el caso del astro Pelé (sí, el mismo “Rei”) que en el año 1963 reemplazó a su compañero Gylmar luego de que –como de costumbre- hubiera marcado tres goles ante Gremio. Fueron solo cinco minutos los que Pelé estuvo bajo los tres palos, los cinco minutos que serán recordados por haber tenido a uno de los mejores jugadores de la historia utilizando las manos y no los pies.
Otro brasileño que vistió la capa de Superman fue Felipe Melo, siempre en boca de todos por sus incesantes clínicas de kickboxing futbolístico más que por sus dotes con la redonda. De todos modos, en el año 2012, cuando militaba en el Galatasaray, debió sustituir al uruguayo Muslera luego de una expulsión al cometer un penal en tiempo añadido frente al Elazigispor. El final de la historia se asemeja al de Quinn, ya que Melo detuvo el penal y defendió la victoria de su equipo, solo que esta vez el disparo había sido dirigido fuerte al palo derecho. Sin duda, otra demostración de valentía por parte del rudo mediocampista central. En Argentina, los hinchas de Racing recordarán la hazaña de Agustín Pelletieri, que paradójicamente no tuvo un rememorado paso por “La Academia”. Sin cambios, debió calzarse los guantes para detener un penal ante San Martín de San Juan y lo logró, en dos tiempos, ante el disparo tenue del zurdo Gastón Caprari. Lo destacable fue la reacción del “arquero” al detener el tiro: lejos de festejar, picó dos veces la pelota contra el suelo, sin inmolarse, dispuesto a volear para seguir con el partido, como si lo que había hecho fuese moneda corriente. Finalmente, Racing ganó aquel partido por 3-1.
Finalmente, existe un caso especial que merece ser contado por la repercusión que tuvo. Sucedió en la Bundesliga, cuando el gigante checo y máximo goleador de su selección, Jan Koller, debió retroceder en el tiempo hasta sus inicios en el Milevsko, club en el que por su altura jugaba de arquero, para hacer historia. Actuando para Borussia Dortmund en un clásico ante Bayern Múnich, debía reemplazar a Jens Lehmann, que había visto la roja al minuto 67. No solo mantuvo el arco en cero, sino que fue elegido por la revista Kicker dentro del once ideal del fin de semana por sus espectaculares intervenciones, hecho que le da una pizca de grandeza mayor que el resto de los casos referidos.
Nota al pie:
Hace pocos días, me encontraba mirando la final de la 52ª edición del Super Bowl, correspondiente a la Liga Nacional de Fútbol Americano de EE.UU, entre New England Patriots y Philadelphia Eagles. En un momento determinado del juego (no recuerdo el momento exacto, pero no habían pasado muchos minutos del inicio) al mariscal de campo de los Patriots, Tom Brady, considerado uno de los mejores de la historia, se le escurría de las manos la ovalada luego de un pase de un compañero a corta distancia. No soy muy dotado en el deporte, pero percibí que en aquella jugada se habían invertido los roles, puesto que el encargado de lanzar siempre era el mismo Brady, que por circunstancias del juego que también desconozco, se vio obligado a oficiar de receptor. Aquel error significó la desazón del relator de la transmisión, el gran Álvaro Martin que, anonadado, solo llegó a elucubrar: “Es que Brady no está acostumbrado a recibir pases”. En ese momento, en mi cabeza se encendió una lámpara y rápidamente establecí un paralelismo con nuestro fútbol y pensé: ¿cuántas veces un jugador tuvo que cambiar de posición por determinadas circunstancias y rindió con creces? ¿Cuántos arrancaron jugando de marcadores centrales, para luego ser mediocampistas y terminar jugando de ‘9’ de área? Allí entendí que el fenómeno de Niall Quinn, en fútbol americano, no podría haber tenido éxito.
- AUTOR
- Juan Podestá
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