Calcio
¡Esto es un asalto!
Corrían los años ’70 en Roma. Los primeros vestigios del mayo francés del ’68 asomaban en la ciudad capitalina. Los suburbios contaban las más sangrientas historias. Drogas, armas, sangre, muerte. En fin, una suerte de montaña rusa sin arnés de seguridad ni frenos. Quienes formaban parte de la Brigada Roja comunista, que acarreaba consigo los ideales marxistas y pretendía que el proletariado llegara al poder a cualquier precio, estaban podridos del funcionamiento del «sistema» y harían lo que fuera para eliminar el capitalismo imperial reinante en Italia. Las reuniones de la «Brigate Rosa» fomentaban con extrema dureza los ataques deliberados a tiendas, comercios, sedes institucionales diversas, para darle fin al fascismo que durante años había obtenido un poder inconmensurable. Cuando la lucha es armada, no se avisora un final esperanzador, y Aldo Moro puede dar fe de ello, asesinado por la Brigada en 1978, a manos de Mario Moretti. Moro, un político con vasta reputación en Italia, había llegado a un acuerdo histórico entre la democracia cristiana y el comunismo, sin embargo, el radicalismo de Moretti y compañía pudo más: querían que se liberen a todos los comunistas secuestrados y que se los reconozcan como partido político. Tristemente, lejos estuvo eso de acontecer, y la paz parecía no estar al alcance de la mano.
Volviendo a Roma, y más específicamente a la Lazio, la situación en dicha institución no escapaba a la realidad del país. Los jugadores también habían tomado una posición política y social, y realmente lo hacían saber. Eso sí, en el año 1974, a pesar de las diferencias, Lazio obtuvo el primer Scudetto de su historia. En aquel plantel, existían dos bandos bien definidos: por un lado, el ala fascista comandada por Giorgio Chinaglia y Pino Wilson y, por el otro, el ala comunista con «Los Gemelos» a la cabeza: Luigi Martini y el protagonista de esta historia, Luciano Re Cecconi. Podría escribir cientos de líneas del fascista Chinaglia, un personaje espectacular como pocos hubo en la historia de este deporte. Acudía a los entrenamientos «enfierrado» hasta los dientes, no había partido de práctica que no terminara a las trompadas con sus compañeros de equipo. Abiertamente fascista, no le importaba absolutamente nada de lo que pudieran opinar de él y, cuando encontraba la oportunidad, enaltecía la figura de Benito Mussolini.
El lugar en el mundo de Chinaglia era Lazio, institución que históricamente tuvo una inclinación a la derecha, tanto a nivel dirigencial como en los ultras. «Long John» era un goleador incansable, quizás si su locura no hubiese sido tan explícita, hubiera triunfado como pocos. El periodista Ezequiel Fernández Moores escribió hace un tiempo sobre su vida, desde su comportamiento en Lazio hasta la relación con Pelé en el NY Cosmos de la MLS, en la que advierte que Giorgio le pidió al astro brasileño que se corriera de la posición donde solía ubicarse porque le quitaba espacio a él. Pero claro, en su etapa en Lazio y muy a pesar de sus ideologías, cuando había que enfrentar a un rival, ni Re Cecconi ni Chinaglia sacaban a relucir un motivo para dudar de su capacidad deportiva. Quien se encargaba de mediar la paz en el vestuario era Tomasso Maestrelli, amado y respetado por todos, figura importante en el renacimiento de Lazio y su posterior consagración, que contó con todos los tintes épicos.
Pero como hemos mencionado antes, no es del fascista armado Chinaglia de quien nos debemos ocupar, aunque no negamos que su historia nos entretiene, sino del rubio Luciano Re Cecconi. Ya para el año 1977, con la abrumadora noticia del reciente fallecimiento del Maestro Maestrelli por un cáncer fulminante, Cecconi y compañía se dispusieron a continuar con la temporada bajo un frío estrepitoso que azotaba a la capital italiana. Corría el mes de enero y Lazio se encontraba en zona de descenso, ya sin Chinaglia, entretenido en Nueva York haciendo de las suyas. Re Cecconi por su parte, volvía a sonreír luego de una extensa lesión en una de sus rodillas que lo había marginado de las canchas un buen tiempo. Era el momento de tomar el toro por las astas y sacar a su equipo de la zona roja. No obstante, no es por lo futbolístico que Re Cecconi será eternamente recordado, sino por la muerte más absurda que alguna vez haya sucedido. Resulta que el 18 de enero, en una tarde fría y lluviosa como Roma suele acostumbrar, el melenudo blondo llamó a dos amigos para ir a visitar a un tercero, un tal Giorgio Fraticcioli, que trabajaba en una perfumería ubicada por la Flaminia Vecchia. Este muchacho Fraticcioli avisó al resto que antes de celebrar la velada nocturna en conmemoración a la recuperación de Re, debía pasar por una joyería para hacer una última entrega. Uno de los amigos del jugador, de apellido Rossi, los abandonó en aquel momento, por lo cual fueron tres los que se encaminaron hacia esta joyería. A nadie, ni siquiera el contador de cuentos más ocurrente, se le hubiese pasado por la mente aquel desenlace, una vez que se presentaran en el lugar del crimen, ubicado en la calle Francesco Saverio Nitti.
Es «El Ángel Rubio» quien decide ingresar a la joyería en primer lugar, mientras sus acompañantes se secaban los zapatos mojados en la alfombra de entrada al comercio. Con las manos metidas en los bolsillos, escondidas del frío romano, junto a una especie de bufanda que le cubría buena parte del cuello y una gorra que abolía cualquier posibilidad de dar con su extensa melena lacia y rubia, Re Cecconi no tuvo mejor idea que presentarse haciendo una broma: «¡Arriba las manos! ¡Esto es un asalto!». Ese grito significó su sentencia de muerte. Bruno Tabocchini, el joyero, no dudó un segundo en desenfundar su Walther calibre 7,65 para propiciarle un tiro a quemarropa, un balazo que ingresó por el esternón, pasó por la espina dorsal y se incrustó en la vena aorta, dejándolo sin vida tan solo media hora después del acto debido a una hemorragia interna. 18 días después del trágico accidente, el joyero acudió al Tribunal a contar su versión, y allí fue que se excusó en la «broma» de Re. Sus amigos no pudieron contradecir la versión de Tabocchini, ya que el fuerte aguacero no permitió escuchar siquiera una palabra, tan solo el estruendo del tiro. El juez lo declaró inocente, alegando que no había manera de contradecir la coartada del joyero, que había actuado en legítima defensa, y así fue como quedó en libertad sin ningún tipo de cargo ni culpa, a pesar de haber reincidido en la práctica: no era la primera vez que Tabocchini utilizaba el arma homicida, de hecho ya la había estrenado con anterioridad.
Los medios de comunicación romanos no tardaron en poner en tela de juicio el caso del futbolista. Los conflictos armados en Roma eran habituales y las riñas ideológicas afloraban en cada cuadra, en cada hueco de la ciudad. No se puede negar el contexto político y social de aquella época. El hecho de que una persona llevara consigo un arma llama la atención, y no precisamente por prevención de un hecho de inseguridad. ¿Acaso el joyero pensó que se trataba de un ataque comunista a su local y tomó la decisión de tirar a matar, como la vez anterior? ¿Sabía que se trataba de un jugador reconocido de Lazio? Todos interrogantes que al día de hoy no encontraron respuesta, 43 años después.
Lo cierto es que la muerte de Luciano Re Cecconi fue un caso en donde las circunstancias más obvias y las más inverosímiles se fusionaron en un desenlace amargo. Podría haber muerto enredado en una de las tantas revueltas sociales, en algún ataque comunista, o bien en la contrarrestada imperialista. Podría haber fallecido por la misma causa de su profesor de toda la vida, el gran Maestrelli, o bien la bala podría no haber tomado el camino mortal que tomó. Por eso es que resulta difícil creer la mala pasada que le jugó el destino aquella tarde noche fría en el centro de Roma. Era su momento y los testigos así lo entendieron. En días de cuarentena y aislamiento social, y recorriendo cada línea de esta historia sin precedentes, nos convencemos de que lo mejor, a veces, es quedarse en casa.
- AUTOR
- Juan Podestá
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