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Faltó un 9
«El fútbol es un juego inventado por los ingleses, que se juega 11 contra 11 y que siempre termina ganando Alemania». Aquella histórica frase que alguna vez dijo Gary Lineker definía a la perfección la idiosincracia del fútbol alemán: Su juego podía ser o no vistoso, pero la efectividad era su «fórmula mágica». Así fue como construyeron su cultura futbolistica. Con grandes equipos o sin figuras rutilantes, Alemania siempre peleaba los primeros puestos. Y esa efectividad estaba asociada directamente a quién más se le pide eso: el delantero.
Gerd Müller fue el primero que tomó ese legado. Su potencia física junto a su «olfato» de goleador lo hizo un mito para el fútbol alemán. Lo siguieron Karl-Heinz Rummenigge, Jurgen Klinsman y Oliver Bierhoff. Todos con las mismas características: Su objetivo era anotar y nada más, para crear juego ya estaban los volantes. Pero algo estaba pasando, y no era bueno.
En 2002, un joven Miroslav Klose debutaba como 9 de la Mannschaft en un Mundial ante Arabia Saudita. Su presentación no pudo ser mejor. Un hattrick frente a los árabes. Aquella Copa del Mundo terminaría convirtiendo cinco goles. Pero había un problema. Un año antes, Oliver Bierhoff se había reunido con Hansi Flick, presidente por ese entonces de la Deustcher Fussball Bund. Ambos se habían dado cuenta: Si querían seguir siendo competitivos, había que jugar de otra forma.
Fue así como la DFB hizo una inversión millonaria en academias formativas, preparación de entrenadores honoríficos por todo el país y equipación necesaria para clubes de primera y segunda división. Ahora, desde las selecciones juveniles hasta la mayor, todos iban detrás de una idea: posesión de la pelota, salida por abajo y una apuesta por jugadores con calidad técnica, desde el central hasta el delantero. Y en medio de ese gran cambio de estilo para la selección alemana estaba Miroslav Klose. Un jugador criado en la vieja escuela tenía dos opciones: adaptarse o quedar en el olvido. Eligió lo primero.
Poco a poco, los cambios se vieron plasmado en el terreno de juego. Lejos quedaban aquellos tiempos donde solo algún dotado podía manejar en balón a su placer. Ahora todos sabían cuándo conducir, cuándo tocar y cuándo moverse. Klose también aprendió cómo moverse en tres cuartos, cuándo hacerlo y qué hacer en cada momento. A ese típico biotipo de delantero alemán le sumó otras aptitudes. Sin embargo, la virtud primaria seguía siendo la misma: convertir. No por nada acabó siendo el máximo goleador de la historia de los Mundiales. En 2014 llegó a hacer 14 goles y, con la conquista de la cuarta Copa del Mundo para su país, decidió retirarse.
Eso generaba una incógnita: ¿Quién podía ser el próximo nueve alemán? La respuesta no era rotunda. El fútbol alemán había cambiado mucho y nadie tenia, hasta el momento, ese «alma» de nueve. En el Mundial de Brasil, Löw había probado a Mario Gotze como «falso nueve», posición en la que alguna vez había jugado con la llegada de Guardiola al Bayern Munich. Pero no convenció.
La Eurocopa de 2016 aparecía como el primer reto a suplantar su lugar. El técnico probó con Thomas Müller. Era el más parecido a tener esa capacidad para cargar con el peso del equipo. Pero tampoco funcionó. Su movimientos eran más los de un media punta que los de un 9. En ese contexto, Alemania perdía presencia en el área rival.
Cuando Löw dio la lista definitiva de los 23 jugadores para el Mundial de Rusia, un nombre aparecía como la gran promesa: Timo Werner. El atacante del Red Bull Leipzig parecía tener todos los atributos de la vieja escuela, pero con la enseñanza de la nueva. La capacidad física por un lado, y la técnica por otro. En las sombras, Mario Gómez aparecía como su substituto. Alguien en quien, años atrás, el DT alemán había confiado, pero tampoco había pasado la prueba.
Los primeros minutos ante México parecían demostrar un nuevo fenómeno. Ya no tenían un 9 «rematador», sino que además combinaba con sus compañeros, llegaba por fuera e inclusive, por momentos, jugaba como extremo. El partido acabó 1-0 para los mexicanos. La actuación de Werner dejaba una conclusión: a la hora de asociarse era perfecto, pero le faltaba gol.
Contra Suecia, Löw probó de nuevo con Timo, pero seguía apareciendo el mismo problema. El gran dilema era quién se hacia cargo de ocupar el rol de goleador. Muller, Draxler o Reus, alguno debía hacerlo. La jugada del empate fue un claro ejemplo. Werner acabó desbordando por fuera, siendo casi un extremo para que Reus marcase el empate. Toni Kroos marcó un gol agónico y le dio la victoria. Alemania todavía tenia chances, pero fue en vano.
Ante Corea, el rival más accesible, Alemania acabó por perder la paciencia. La entrada de Gómez y el paso de Werner a jugar como extremo fue la ultima carta de un técnico que no sabia quien podía ser el salvador que marque el gol de la clasificación. El gol de Corea en el minuto 91 acabó por perder todas las chances posibles. En tres partidos, Alemania hizo apenas dos goles. Contra todos pecó de lo mismo: poca efectividad en el arco. Ese 9 que tanto extrañaban, esta vez no estaba más.
Minutos después que la Mannschaft quedase fuera del Mundial, Lineker recordó sus palabras y cambió su histórica frase en un tweet: «El fútbol es un juego simple. 22 hombres persiguen una pelota por 90 minutos y, al final, los alemanes no siempre ganan. La versión anterior está confinada a la historia»
Football is a simple game. Twenty-two men chase a ball for 90 minutes and at the end, the Germans no longer always win. Previous version is confined to history.
— Gary Lineker (@GaryLineker) June 27, 2018
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- AUTOR
- Bruno Scavelli
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