América
Faryd Mondragón: El pendeviejo mundialista
Hay futbolistas que están destinados a grandes cosas. Algunos serán conocidos por la cantidad de goles marcados, otros verán sus camisetas en las tribunas a raíz de su buen juego y polifuncionalidad, un grupo aparte sentirá el vitoreo de su apellido por parte de la afición por su entrega, compromiso y lealtad, para otro conglomerado los récords, hazañas y casos particulares los catapultarán para que su rostro sean imagen global del planeta fútbol.
No podemos comenzar a delinear la crónica de hoy día sin dilucidar, literal y futbolísticamente, un término: Competitividad. ¿Qué sugiere su composición gramatical?
La RAE (Real Academia Española) sentenciará su significado como: «Capacidad de competir». Nosotros nos apropiaremos de ese término, de su definición, pero iremos más allá. La competitividad, para aquellos que respiramos este deporte, pero sobre todo para los intérpretes del mismo, será mantenerse en el primer nivel pese a la consecución de sus vivencias, de sus años, de sus momentos. Todo futbolista comprende que el pasar del tiempo pesa, que la velocidad no será la misma, que el pique corto costará un poco más, que la aceleración no será igual y que lo mental empezará a predominar por sobre lo físico.
¿A qué queremos llegar con esto? Son contados, pocos, escasos, los expedientes que nos dejan a la vista que se puede estar entrados en años y, aún así, situarse en este pedestal. En Argentina, por ejemplo, es contemporáneo maravillarse con las actuaciones de Emanuel Ginóbili, en los San Antonio Spurs. El pibe de 40, mote que se ganó a raíz de su vitalidad no reflejada en su edad, es un claro ejemplo de estos casos. En el ambiente que nos compete podríamos traer a colación a Gianluigi Buffon, portero de la Juventus, quien sigue siendo emblema en su club, capitán en al Selección Italiana y nos da una imagen de un hombre cuyo retiro parece nunca llegar.
Faryd Mondragón es el hombre que nos sirve todo esto en la mesa con sabor a fútbol. Hoy alejado de las canchas, el colombiano pasó a depositar su apellido en el «Hall of fame» después de su aparición en el Mundial de Brasil, en 2014. Pero, ¿por qué?. ¿Se debe a sus fulgurantes performances en dicha competencia? ¿A una atajada majestuosa? ¿A que su combinado fue campeón en tierras cariocas? No. El arquero nacido en Cali es parte de ese último grupo que mencionamos anteriormente, aquellos de las marcas y cuestiones peculiares, que dio el salto a la fama no sólo por su gran condición bajo los tres palos, cosa innegable, sino por su citación a los 43 años de edad.
La trayectoria del golero con la selección cafetera es, cuanto menos, envidiable. Partícipe de las copas mundiales de Estados Unidos, en 1994, y Francia, en el ’98, estuvo presente, además, en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y en la Copas Américas disputadas en Bolivia (1993) y Ecuador (1997). Pese a no ser, de movida, una de las piezas habitué en la cabeza de José Pekerman, los amistosos ante Holanda, Bélgica y Túnez -entre 2013 y 2014- en donde demostró buenas actuaciones, le valieron la convocatoria a la doble fecha de Eliminatorias ante Uruguay y Chile. A partir de allí, la idea del entrenador cambió y a los 41 pirulos volvió a calzarse el buzo nacional.
En mayo del 2014 el sueño se hizo realidad. Lo que pasó a ser algo descabellado mantuvo sus cimientos cuando el cráneo dio la lista de los 23 que completarían la delegación que iría en busca de la hazaña. Y él estaba ahí, con el número 22 en la espalda, a los 43, sería parte de ese grupo que representaba a millones en territorios ajenos. Y aquí hablaremos del rol. Porque la funcionalidad no sólo se da dentro del campo de juego. Sería absurdo delimitar tareas dependiendo las posiciones que cada quien ocupe en el verde césped, porque los de afuera también juegan y Faryd haría lo propio, denotando su regocijo en todo momento: «Estoy más feliz que la primera vez».
Su inclusión, al margen de lo que podía dar deportivamente, ratificada por lo hecho en su Deportivo Cali, que era la segunda valla menos vencida del certámen doméstico, no se justificaba únicamente en ese ámbito. Él, junto a Mario Yepes, serían la voz de la experiencia, el comando, la unión y el lazo de todo el grupo. “No puedo ocultar que estoy viviendo un gran momento», soltó en una entrevista con su club. Tenía razón. El llamado sería la frutilla del postre a su contemporaneidad.
A Colombia le tocó ser cabeza de serie del Grupo C, en donde compartió lugar con Grecia, Costa de Marfil y Japón. No tuvieron mayores inconvenientes los Tricolores para vencer 3-0 a los griegos, en el debut, para derrotar a los africanos 2-1 en la segunda jornada y para alistarse en pos de vencer a los asiáticos y coronar con puntaje ideal.
Fue justamente, ante los nipones, que un hito más marcaría la cronología de este deporte. La superioridad supuesta, de antemano, de los Cafeteros por sobre el rival de turno era notoria. Para el minuto 82 de juego, el cotejo arrojaba un saldo favoritario de 3-1, lo que le posibilitó a Pekerman dar paso homenaje. A los 85´, con el estampado de «Mondragón» reluciente en la parte superior de su espalda, ingresó en lugar de David Ospina, habitual titular, para convertirse en el jugador más longevo en disputar un mundial, desplazando a Roger Milla al segundo puesto, y entrar así en el libro Guiness de los Records.
«Apenas hicimos el tercer el gol, Pekerman me dijo: ‘¡Dale, dale que entrás!’. Ahí mismo me puse muy rápido el buzo y los guantes. En ese momento, la emoción y la adrenalina podían con todo», disparó el ídolo de Independiente de Avellaneda, entre otros, mientras aún está el recuerdo de su apurado trote, su beso y abrazo con el profesor, y sus lagrimas en la posterior conferencia de prensa.
Lo que ocurrió después es anecdótico, al menos en este caso. Mencionar la caída ante el anfitrión en cuartos de final no servirá de mucho y empañará lo emotivo y la algarabía de todo lo aquí narrado. Mencionar a los amarillistas que ya barajan la posibilidad de que su registro le sea despojado este año en Rusia los convierte en detractores, dejando en evidencia la vorágine y la constante búsqueda de vivir despojándonos de lo ajeno que tenemos.
«Este no es un récord para Faryd Mondragón, sino para todo el fútbol colombiano y para el país entero. Estoy muy honrado en saber que me tocó a mí representar a Colombia en esta estadística», serán sus últimas palabras como profesional, a nivel nacional y local. Se despedía el pendeviejo que volvió para hacer historia, el que demostró competitividad a los 43, quien representó a millones, sólo con dos guantes.
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- AUTOR
- Julián Barral
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