Argentina
Ferro y aquellos gloriosos años ochenta
Es un hombre sapiente Carlos Timoteo Griguol. Cerca de los terrenos de juego, fue educador y formador al tiempo que conducía estratégicamente a sus equipos. Hombre inteligente, viejo sabio, durante las décadas del ochenta y noventa dejó su huella indeleble en el fútbol argentino por la filosofía de sus equipos, pero también por hacer crecer a sus dirigidos no solo dentro de la cancha sino también fuera. Alejado del fútbol, vive hoy cerca de la cancha de Ferro, el club donde marcó un hito y fue el líder de una etapa gloriosa, poco más de 30 años atrás.
Llevó al equipo a pelear entre las primeras posiciones durante un lustro, siendo que históricamente Ferro había estado alejado de los puestos de vanguardia. Consiguió dos títulos en aquel período, los únicos de los que goza aún la institución en su palmarés. El barrio de Caballito se vestía de gala cada vez que Ferro jugaba a comienzos de los ochenta, y el fútbol desplegado atraía a mucha gente de zonas cercanas para ver jugar al conjunto. Cosechaba frutos de un progreso ininterrumpido que fue encontrando las meritorias coronaciones.
Por esos tiempos, Ferro, un club de barrio tradicional enclavado en el centro de la ciudad de la ciudad de Buenos Aires, era un modelo de gestión a copiar. No solamente se veían los buenos dividendos en el fútbol, en las instalaciones coexistían muchos deportes y los socios se acercaban en masa a practicarlos. Los logros deportivos fueron captando nuevas personas que se acercaban a realizar actividades recreativas, en años donde los gimnasios no existían. Se construían relaciones y el club evolucionaba. De esa manera, el porvenir de los títulos no era una quimera, más bien se configuraba como la respuesta a las correctas administraciones.
Griguol fue contratado con la idea específica de alejarse por completo de los puestos de descenso. Poco a poco, de arrimarse al podio pasó a subirse al primer escalón. Al Verde había llegado por su relación con León Najnudel, a quien conocía de Atlanta en sus días como jugador. Precisamente Najnudel fue el conductor del equipo de básquet de Ferro que se coronó a nivel local y sudamericano, y luego sería el padre de la liga nacional con un nuevo formato de disputa y su modernización. Decididamente, León se constituyó en uno de los ejes principales del crecimiento argentino en básquetbol. Las ideas de Griguol calaron hondo en el equipo instantáneamente, y no era raro verlo reunido junto al entrenador de básquet con el objetivo siguiente de replicar movimientos en su deporte.
Durante 1981, amenazó a los dos grandes del país con quitarle la corona, aunque no pudo superar al Boca de Diego Armando Maradona y al River de Mario Alberto Kempes. Fue así que no se consagró en el Metropolitano ni en el Nacional, pero comenzaba a avizorarse como un hueso duro de roer. Lejos de dejarse llevar por las dos finales perdidas, el entrenador solicitó a la dirigencia comandada por Santiago Leyden y Ricardo Etcheverri que no vendieran jugadores y sostuviesen la base. El año siguiente sería histórico.
Ante la cercanía de la Copa del Mundo de España 1982, se invirtió la forma de jugar los certámenes y el Nacional se disputó primero, dado que era más breve. Ferro jugó 22 partidos y logró ser campeón invicto, habiendo ganado 16 partidos y empatado los seis restantes. Se tomó revancha en la final ante Quilmes, al que derrotó como local por 2-0 tras el empate sin goles en la ida. Era el triunfo de la humildad, de un equipo modesto que había sabido crecer bajo las sombras. Aquel torneo tuvo la singularidad de que ninguno de los equipos grandes pudo pasar la primera ronda y llegar a cuartos de final; la decisión de César Luis Menotti y la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) de no poder utilizar a los jugadores que serían convocados para el Mundial jugó un papel fundamental. Durante ese semestre, no jugaron Maradona, Daniel Passarella, Ramón Díaz, Juan Barbas ni Ubaldo Fillol, entre otros.
Ferro salía al campo bajo el sistema de 4-3-3, aunque era un equipo que apostaba por el orden y tenía un gran compromiso holístico dentro del campo. Los jugadores eran solidarios y formaban una base sólida impenetrable. Era un equipo muy físico que apabullaba a los rivales más allá de no conseguir grandes diferencias en el marcador. Fue cultor del pressing en campo rival y atacaba siendo directo, con asociaciones de calidad. En caso de no poder recuperar alto, inmediatamente los once futbolistas se agrupaban detrás de la línea del balón para no permitir que el rival trascienda. Tuvo varios nombres propios el campeón, como Héctor Cúper, Juan Rocchia (el líder de la zaga), Claudio Crocco y Miguel Ángel Juárez. Este último, que había llegado como apuesta, acabó convirtiendo 22 goles y fue el máximo artillero.
Minutos antes de la finalización del encuentro ante Quilmes, los hinchas saltaron al campo de juego. Desbordados de emoción, no pudieron aguantar el poco tiempo que faltaba con el fin de celebrar. Los verdolagas tenían una defensa férrea, un mediocampo que brindaba equilibrio y una delantera con mucho talento. Carlos Arregui era incansable de un área a otra, situado al lado de Gerónimo Saccardi, un mediocentro de galera y bastón. Los laterales se proyectaban hacia el ataque -entre ellos, Oscar Garré, que luego sería campeón mundial con Argentina en 1986- y la dinámica ofensiva pasaba por las botas del paraguayo Adolfino Cañete. Asimismo, comenzaba a mostrar sus grandes maneras Carlos Alberto Márcico, para pasar a tener mucho más lugar en el equipo.
Fue en 1983 que el equipo terminó tercero en la tabla de posiciones, aunque en 1984 repitió el título. Perdió un solo partido y derrotó en la final a River, con una base de futbolistas parecida a la que había llegado a la gloria dos años antes. Fue 3-0 en el Monumental, en una tarde que aún se recuerda en Caballito como la más importante en 113 años de vida del club, y ventaja por la mínima como dueño de casa. Tampoco pudo finalizar el partido de vuelta, con incidentes en la tribuna visitante. Días después, la federación dio por ganado el partido a los de Griguol, que ya habían festejado sin miramientos la tarde de la suspensión.
Mantenía sus señas identidad, pero el Beto Márcico le había dado un salto de calidad inigualable. De una técnica muy depurada, se había convertido en el conductor. Así como los jugadores parecían multiplicarse en el campo propio y todos ayudaban en los relevos, en ofensiva el equipo se juntaba con la pelota y creaba con fases largas de posesión. Ya no estaban Rocchia, Saccardi y Crocco, pero la aparición de nuevos juveniles era un complemento perfecto y el equipo repetía el título. El arquero Eduardo Basigalup, el defensa Oscar Agonil y las fantasías de Cañete tuvieron su rol preponderante en la conquista.
Las copas Libertadores del ‘83 y el ‘85 tuvieron a Ferro entre sus participantes, aunque el equipo del Oeste no pudo superar la primera fase en ambas ediciones. Fue un período próspero para el club, que entre los festejos en el ámbito profesional acumulaba cerca de 50.000 socios que desarrollaban cualquier actividad. Griguol dirigió desde 1979 por ocho años al equipo en su primera etapa, y volvió en 1988 posteriormente a un año a cargo de River. En 1993 dijo adiós, habiendo dejado atrás ambos títulos y un legado que propició el crecimiento de todas las disciplinas. Sin embargo, el club ya no era el mismo.
Las correctas gestiones dieron paso a malos manejos, y todas las cuestiones favorables fueron arrojadas por la borda. Ferro nunca pudo regresar a sus mejores días y jugó su último partido en primera división allá por julio de 2000. Su estadio de tablones de madera había sido escenario de grandes cotejos del fútbol argentino, el sitio de las consagraciones con Timoteo. La pendiente del tobogán lo hizo descender a la B Metropolitana (tercera categoría) y, a fines de 2002, fue sentenciada la quiebra. Llegó un gerenciamiento que se mantuvo largos años controlando las finanzas del club, mientras una dirigencia residual se reunía a cada instante analizando cómo devolver el club a la gente. Los socios son, desde tiempos originarios, los verdaderos dueños de los clubes en el fútbol argentino. Sobre todo, las instituciones son sitios de encuentro de la comunidad.
No obstante, todo tiene una culminación y hubo una nueva piedra basal. El 23 de diciembre de 2014, cuando el club corría riesgo de desaparecer, llegaron los avales y Ferro volvió a nacer. La masa societaria, que había bajado considerablemente, despegó otra vez y pasó de 8.000 personas al doble. Actualmente, el 100% de los adheridos llega a las instalaciones a realizar alguna actividad. Las divisiones formativas dieron un paso adelante, el estadio modernizó su estructura y se inauguró un nuevo jardín de infantes y la escuela primaria. Lejos quedaron los días en que llegó al summum, pero el club del ferrocarril, hoy en segunda división, sueña con volver a ser.
- AUTOR
- Nicolás Galliari
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