#Rusia2018xCR
Francia, el mejor exponente de la reactividad
Dos décadas después, Didier Deschamps, capitán de la Francia campeona en 1998, consiguió crear el mejor escenario para que el seleccionado que dirige repita la consagración. Francia fue de menos a más en Rusia 2018, su entrenador tocó lo mínimo aunque indispensable dentro del equipo tras las primeras jornadas, y afianzó su idea de juego conforme iba transcurriendo la competencia. Lejos de la vistosidad, pero siempre pragmático para adaptarse al rival de turno y, sobre todo, al mejor contexto para sus futbolistas. Así logró coronarse, invicto y habiendo vencido en seis de siete partidos, reflejando en el marcador los méritos hechos en cada juego disputado desde octavos de final en adelante.
Trazó su camino al andar. Si su debut triunfal contra Australia no había convencido, producto de su juego espeso con pelota, rápidamente encontró un estilo que atraía al adversario para crear espacios que explotar en transiciones veloces. Dentro del Mundial de los equipos reactivos, donde muchas veces las posesiones largas fueron intrascendentes y abundaron los equipos a los que les costó romper líneas tomando la iniciativa, Francia fue el mejor ejemplo de la idea que se impuso. No será un campeón muy recordado, pero sacó provecho de sus mejores armas, una generación joven y de carácter, y tuvo a sus individualidades en un nivel muy alto.
El ingreso de Olivier Giroud, en detrimento de Ousmane Dembele, fue una de las decisiones más trascendentes de Deschamps, puesto que el centro delantero se transformó en el arma elemental para que Antoine Griezmann o Kilyan Mbappé destaquen y den rienda suelta a su talento. Aún con la estadística a cuestas de la poca cantidad de remates y el casillero vacío en goles convertidos, fue esencial para el colectivo. Su calidad en el pivoteo significó mucho para el combinado galo, ya sea en el juego directo mediante envíos largos o en balones rasos desde la defensa. El atacante del Chelsea se impuso siempre, sacrificado y puntual, para comenzar a jugar.
De cualquier manera, esta Francia no se explicaría sin su mediocentro. N’Golo Kanté fue clave por su ubicación y cantidad de robos. Más allá de ocupar en muchos pasajes del Mundial un gran espacio territorial, sus correctas lecturas hacían que solo deba realizar esfuerzos cortos para recuperar. Su actuación en el certamen estuvo repleta de anticipos, intercepciones de pases y toques simples una vez se hacía del balón. Disminuía el riesgo y comenzaba a estabilizar al conjunto. Rápidamente encontró el auxilio de Paul Pogba, comprometido como pocas veces en el entramado defensivo y decisivo en muchas ocasiones en campo rival a partir de sus conducciones y clarividencia.
La importancia de Kanté tuvo dos campos de acción, que de ninguna manera se ven opacados por su flojo nivel en la final. Sin lugar a dudas, estuvo entre los cinco mejores valores de la competencia. Primero fue clave con anticipos ofensivo que permitían a su equipo realizar ataques cortos y verticales, robando arriba y volviendo a iniciar la fase ofensiva. Luego, sobresalió al liderar el bloque bajo ante selecciones como Argentina, Bélgica o Croacia. El repliegue de Les Bleus no fue granítico, pero contó con las compensaciones de todos los futbolistas. Todos pasaban la línea del balón para defender de frente a la jugada y concedían pocos espacios. Nunca le interesó ganar en porcentajes de posesión, con el objetivo de terminar soltando a sus mejores hombres al contraataque.
Una vez que los hombres del mediocampo recuperaban, encontraban usualmente entre líneas a Griezmann, cuya inteligencia en el despliegue de su equipo terminó siendo cúlmine. El hombre del Atlético Madrid combinó sus ayudas para tapar líneas de pase con las apariciones detrás de los volantes adversarios escasos segundos después de que Kanté, Pogba o Blaise Matuidi, de gran aporte desde el centro hacia la izquierda, se hicieran del esférico. Temporizaba o aceleraba según la ocasión, dejando destellos de una calidad enorme en cada control, cada giro, desde el principio del certamen. Fue el encargado de poner freno al prematuro dominio de los belgas en semifinales, con sus acciones productivas, y quien guió cada ataque en los triunfos ante Argentina y Uruguay. Más allá de que en esos partidos fue donde demostró su mejor nivel, sus prestaciones permitieron a Francia asentarse desde el primer minuto de la Copa del Mundo. Griezmann fue el hombre insignia de Deschamps, la claridad y precisión en la velocidad.
Mbappé supo dejar una actuación consagratoria frente a Argentina por su velocidad y el enorme desequilibrio en sus intervenciones. Mixturó goles trascendentes como el convertido ante Perú con minutos donde pasó inadvertido, como ante Uruguay, pero muchas veces derrochó jerarquía más allá de no anotarse en el marcador. Sus pases a Benjamin Pavard o Giroud ante Bélgica lo demuestran, pese a que Thibaut Courtois haya aparecido en sendas oportunidades. Siempre fue amenazante, incontenible, un peligro constante pegado a la banda, añadiendo a su dinámica la energía en el retroceso y los auxilios defensivos por el costado derecho. Si algo tuvo la Francia de Deschamps, fue implicar a todo el colectivo en pos de un objetivo. El seleccionado, multiétnico y diverso como muchos otros equipos que participaron en Rusia, fue una unidad.
Precisamente en esto último también tuvieron que ver dos laterales que ingresaron a la escuadra cerca del comienzo del Mundial y se erigieron en figuras tanto al proteger su sitio como al desdoblarse y aparecer en metros finales. Por caso, entre ambos construyeron el golazo de Pavard en octavos de final. Pavard y Lucas Hernández (estuvo cerca de no jugar la Copa, dado que FIFA no aceptó que jugase para España antes de que renunciara a jugar por Francia) aprovecharon su condición de centrales por naturaleza para manifestarse siempre seguros en la marca y la cobertura de la zona, sumando a ello proyecciones fulgurantes en ataque. Interpretaron con mucho acierto los momentos para realizar su función. Incluso, estuvieron flanqueados por dos centrales, Raphael Varane y Samuel Umtiti, que se complementaron de principio a fin y que se impusieron con mucha regularidad en ambas áreas. Asimismo, Hugo Lloris tuvo atajadas espectaculares y determinantes, ante Martín Cáceres o Toby Alderweireld por ejemplo, opacadas un tanto por el fallo que concedió el gol de Mario Mandzukic en la final.
Otro de los recursos a los que supo sacarle jugo Deschamps fue la pelota parada, tan utilizada como decisiva en todo el Mundial. A partir de la excelsa pegada de Griezmann, Francia abrió cada uno de sus encuentros desde cuartos de final en adelante. Y una vez en ventaja, la administración de ella no mostró fisura alguna. Cedió el balón, apostó por agruparse con sus líneas muy próximas y resolvió el campeonato gracias a su inmenso talento ofensivo. Además, gozó de las ausencias rivales de Edinson Cavani y Thomas Meunier respectivamente en los duelos de eliminación directa, jugadores podrían haber causado mayores problemas.
Francia fue encontrándose, su rendimiento fue de menor a mayor. El entrenador halló en Kanté su versión de 1998 y reemplazos de categoría como Corentin Tolisso, Nabil Fekir y Thomas N’Zonzi, posibilitó el mejor escenario para que el desnivel de sus futbolistas se desatara y tenga dinámica en velocidad. Sus 14 goles en siete juegos testimonian que no le fue necesario un excesivo dominio para convertir, y que no echó en falta un ataque organizado de suma fluidez para trazar su camino. Sólo 10 minutos estuvo en desventaja durante su paso por Rusia, y se transformó en el mejor exponente del Mundial de la reactividad.
Artículos relacionados:
- AUTOR
- Nicolás Galliari
Comentarios