Calcio
Fui lo que creí, soy lo que está pasando
Corrupto. Cuando se despierta a las seis de la mañana y se sirve en un tazón un buen puñado de cereales rebajados con leche de soya, en lo primero que piensa Silvio Berlusconi es en lo que algunos coterráneos le gritan en las calles. A él no le molesta. Al contrario, hay cierto goce en su impunidad. Siendo un octogenario activo, haber regateado la cárcel infinidad de veces cuando la montaña de causas y acusaciones duplicaba su metro sesenta y cinco de altura, es una victoria todoterreno. Él sabe que no le queda mucho tiempo y que cada segundo cuenta. ¿Para vivir? No, para sobrevivir. Porque si hay algo que ha caracterizado a SB en el último lustro –además de seguir una estricta dieta vegetariana y abusar de tinturas para el cabello- es el afán de recrear a toda costa su antiguo modo de existir. Aquel que poseía cuando solía ser uno de los hombres más poderosos de Italia.
Sería innecesario decir quién fue Berlusconi. Pero no resulta regateable decir quién es actualmente. Un hombre que se desprende en fracciones de segundos, pero que tarda meses y meses en regenerarse. En 2011, abandonó su puesto como Presidente del Consejo de Ministros de Italia en el medio de una crisis tanto financiera como de popularidad. Se dedicó un lustro a afrontar juicios y condenas, entre ellas, por fraude fiscal y soborno. En dicho contexto, depositó valijas y valijas de euros frente a abogados que le prometían mantener su libertad. El dinero todo lo puede, y más si tu nombre es Silvio Berlusconi. Una sumatoria final de diez años en prisión mutó hacia la obligación de realizar servicio comunitario en diferentes geriátricos de Lombardía durante 365 días, con restricción para viajar libremente. En este punto hay una ruptura interesante en el ex premier italiano, pero debemos repasar también otros derrumbamientos de su figura.
Berlusconi se había ganado en sus buenos años la fama de bon vivant, cuya rutina al menos tres veces a la semana no escapaba a devorar la lasaña más exquisita de Roma, reposando en su ostentosa residencia. Concluido el banquete, un whisky endulza la digestión para después enfilar en un lujoso automóvil rumbo a algún encuentro nocturno, al cual solo el jet-set tiene acceso. Estas fiestas exceden nuestra propia concepción de fiestas. Alcohol de edición limitada, cigarrillos que valen nuestro sueldo, la cocaína más potente del Hemisferio Norte, y sexo, muchísimo sexo. Mujeres de todos los países son persuadidas a mostrarse sumisas para deleite de los caballeros presentes en el ágape, aquellos de billeteras regordetas y miembros impotentes y flácidos a causa del paso del tiempo. Berlusconi, autoproclamado rey de la noche, ofrecía pilones de dinero a jóvenes muchachas para ir juntos a un resguardado cuarto, y coronar la misión. La plata, claro, no era solo por el acceso carnal, sino para comprar su silencio.
Los viajes nocturnos de Berlusconi estaban destinados a terminar en escándalo. Mayores eran los excesos del milanés, más dinero debía circular para contener delatores y escudarse de la prensa. Pero en una de esas mañanas resacosas en donde SB se excusaba de recibir a algún invitado al Palazzo Chigui para dormirse a escondidas, un escándalo sin precedentes estalló en las narices del líder italiano: acusaciones desde diversos focos de presencia de menores de edad en varias de sus fiestas de madrugada. Lo que era un rumor, tomó cuerpo de denuncia y, finalmente, de causa y condena. Se presentaron pruebas de que Berlusconi había tenido sexo con menores y, bajo la caratula de prostitución infantil, fue condenado a siete años en la cárcel. Nuevamente, a mover toneladas de euros para mantener la libertad, contener el deterioro de su imagen y calmar a la prensa. De no ser porque Berlusconi se encontraba sumergido en la tercera edad y negaba con vehemencia el haber sabido que se estaba involucrando con muchachas de menos de 18 años, hoy estaría exiliado en alguna lejana chacra de Albania. Pero Berlusconi hizo oídos sordos gracias a su pudiente posición, y emprendió lo único que sabe hacer en el último tiempo. Intentar volver.
A los ecos de tamaña causa, se le suman dos experiencias que terminan por sepultar a aquel viejo caballero de noches infinitas y whiskies a piacere. Las tácticas judiciales para impedir su reclusión fueron letales para su billetera. Ergo, la venta en 2013 de su AC Milán, tras 31 años como presidente, fue una decisión inevitable. El golpe a su maquinaria fue mayor si se tiene en cuenta que para aquel entonces varias de las causas judiciales que lo involucraban seguían en curso, lo cual fue material suficiente para que el senado votara su destitución, teniendo en cuenta que para aquel entonces SB aún conservaba su banca contra viento y marea. Expulsado de la vida política italiana, no tenía otra opción más que enfrentar los fantasmas de su pasado en el mayor de los silencios.
A la diseminación de aquel capital, se sumó los largos días de servicio comunitario que Berlusconi emprendía desde temprano en la mañana hasta altas horas de la noche. Sus jornadas de alcohol y bocadillos con Tony Blair, Jacques Chirac y Bill Clinton habían sido reemplazadas por segmentos de tranquila lectura y tandas de hornear pastelitos con ancianos que, amén de haber sido gobernados por aquel que hoy prepara su merienda, a duras penas podían traducir qué hacía ese hombre de pelo finísimo, ojos cansados y rostro colorado en aquel lugar. Si en algún momento a Berlusconi se le había cruzado por la cabeza el retirarse a algún rancho lejano con el restito que había sobrevivido en sus bolsillos, sus días en las residencias de tercera edad lo motivaron a resignar cualquier idea de retiro. Cumplió su (reducida) obligación y rápidamente comenzó a cranear un plan de regreso a la primera plana de la política italiana. En lo personal, un tratamiento de rejuvenecimiento, un disimulador implante capilar y una dieta para fortalecer su sistema. En lo meramente táctico, desempolvar su partido, Forza Italia, para capitalizar la inestabilidad política italiana de la última década y volver al poder.
Su dinero, sus fieles seguidores y los contactos que se mantuvieron con él cuando la cárcel parecía el fin, fueron los motores para que Il Cavaliere siguiera de pie. Con esas premisas –sumadas a la siempre firme necesidad de inmunidad parlamentaria-, comenzó a trazar buenas migas con Matteo Salvini, líder de Liga Norte, un partido político acusado de xenófobo y racista, embanderado en el acrecentamiento del fascismo a nivel global en el último tiempo. Salvini tenía la frescura de un nuevo nombre y el apoyo de sus ultras. Carecía de contactos. Berlusconi los tenía, sabiendo que sería cuestión de operar mayormente en las sombras para tomar alguna tajada de poder de la Liga, cediendo parte de su aparato y la aparición como cara visible de la alianza a Salvini.
¿El resultado? La coalición de centroderecha que conformaron salió primera en las elecciones generales, con más de 12 millones de votos, siendo 4,5 M de ellos aportados por Berlusconi. La conformación de gobierno con el Movimiento 5 Estrellas (un partido antisistema que llegó en segundo lugar) es otro cantar. Lo cierto es que Silvio Berlusconi, al borde de cumplir 82 años y con escándalos descomunales a sus desgastadas espaldas, volvía a tornarse un actor importante en la vida política italiana, amén de doblegar sistemas y principios para arribar ha dicho fin.
Sin embargo… Berlusconi es, pero no sigue siendo. Sabe que por cuestiones políticas, financieras y naturales, su tiempo para gozar de alguna posibilidad de volver a ser primer ministro italiano está prácticamente extinto. Obligado a secundar y conceder más que a liderar y ordenar, hoy su actividad se reduce en mantener vigoroso a Forza Italia en un país que oscila entre la anti-política y el neofascismo, declarar alguna frase exorbitante a la prensa de vez en cuando (“Voy a tener que comprar Milan de nuevo”, en abril de este año, en referencia a los malos resultados del equipo, o “Voy a volver a ser Primer Ministro”, en mayo, ante las chances de acefalía en el poder italiano) y, por último, su novedosa última adquisición, la Societá Sportiva Monza 1912, club de la Serie C recientemente adquirido por Fininvest, grupo financiero dirigido por Marina, hija de Berlusconi. ¿El fin es rescatar al conjunto de las profundidades del under italiano? Podría ser, pero todo tiene aroma a un último gusto en vida para el tormentoso ex PM italiano, quien hoy tiene bolsillos para sostener a un equipo de carácter meramente zonal, lejos de sus días en el todopoderoso Milan.
Berlusconi emprende una suerte de co-presidencia junto a Adriano Galliani, discípulo suyo en los buenos tiempos en el Rossonero. Era él quien administraba aquel conjunto cuando las obligaciones políticas retenían a Berlusconi. Con aquella etapa expirada, Galliani pone la firma y Berlusconi el espíritu, aliados en un dúo que supo comandar aviones y que hoy intenta hacer lugar para dos en una simple bicicleta. “Es una operación romántica, un acto de amor de la parte de Berlusconi y de la mía” deslizó Galliani, tiñendo de heroísmo a la adquisición. “Berlusconi no juega a participar, sino a ganar, y puede llevarlo a la Serie A”, agregó, consumándose el arribo en septiembre de este año.
Acentuando la excentricidad para sobresalir en un sitio insulso para el ojo futbolero, Berlusconi ya se divierte arrojando comentarios a la prensa: “Prohibida la barba y los tatuajes, hasta tengo un peluquero para cortarle el pelo gratis a los jugadores”, dijo inflando el pecho. “Quiero hacer algo diferente al fútbol moderno, y quiero un equipo joven, integrado solo por jugadores italianos” –para deleite de sus socios neofascistas-, “Si hacen una falta, le piden disculpas al rival. Y al árbitro se lo trata como a un caballero”. Y, claro, Berlusconi nunca dejará de ser Berlusconi: “Hemos pensado en Kaká como refuerzo”. El brasileño, conocido por el mandatario de la etapa en el Milan, se encuentra retirado de la actividad profesional. Es el anhelo de SB para su Monza. Hoy por hoy, se retiene como eso, con más especulación que hechos. Al ritmo símil que la carrera berlusconiana en el último tiempo.
En el mientras tanto, Monza ha ganado solo uno de sus últimos cinco partidos y marcha décimo en el Grupo B de la Serie C, apenas comenzado el torneo. Esto le costó la cabeza al entrenador Marco Zaffaroni, primera víctima de la era Berlusconi-Galliani. ¿El sustituto? Cristian Brocchi, fiel al dúo en el poder durante los casi quince años en los que formó parte de la plantilla del AC Milan, en sus tiempos de jugador.
Porque en el universo Berlusconi, el presente no es más que el intento fallido pero latente de aproximarse a un pasado mejor.
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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