Argentina
Fútbol Femenino y otros valores
Ya Norbert Elías y Eric Dunning, en su libro Deporte y Ocio en el proceso de civilización, apuntan aquel famoso encuentro de 1863, donde representantes de algunos incipientes clubes se reúnen en Londres, en la Feemason´s Tavern y crean la English Football Association, dividiendo el deporte Fútbol del Rugby, que crea su propia organización en el año 1871.
Nos cuentan los autores que allí la división se produce cuando la mayoría opta por eliminar completamente del juego los “puntapiés en las canillas”. Una minoría se apegaba al argumento que dicha abolición restaría “masculinidad y virilidad” al juego. En la dinámica de dicho debate, quedan visibilizadas la ruptura y posterior desarrollo de las dos Asociaciones. Aunque el Rugby mantuvo siempre niveles más altos de violencia permitida, aquella regla fue también abolida al poco tiempo.
El juego inglés, que luego se desarrolló por todo el mundo, resaltaba la hombría, la virilidad y el comportamiento noble, en línea con ser un Gentleman y las primeras ideas de Fair Play. En consecuencia, con la estructura patriarcal de la época, el fútbol no se permitía pensar en términos de igualdad de género. Solo era fútbol, porque el fútbol era masculino.
Pero, no mucho tiempo después de aquella reunión donde las primeras reglas se escriben y se legitiman, en pos de un deporte menos violento y mas civilizado que los pasatiempos medievales, Nettie Honeyball, activista de los derechos de la mujer, funda en 1894 el primer club de fútbol femenino, el “British Ladies Football Club”. Buscaba demostrar que la mujer podía ocupar otro lugar en la sociedad, en el parlamento y en el deporte, y que aquel modo de jugar no era más que una construcción simbólica y discursiva, donde las mujeres no podían participar por la naturaleza violenta de la práctica del fútbol. Tras años de prohibiciones, persecuciones y coerciones, que hoy aún existen sobre el deporte femenino, se pudo disputar lo que se considera el primer partido oficial de fútbol de mujeres, el 23 de marzo de 1895 en Londres, entre los equipos de North y South del club de Nettie. La presencia de 10 mil espectadores no significó el desarrollo posterior de la disciplina, ya que la FA recién en 1969 llegó a reconocer la English Ladies Football, competición que se llevaba a cabo de modo casi clandestino durante gran parte del Siglo XX.
En Argentina, tal como cuenta Julio Frydemberg en su libro “Historia social del fútbol”, dicho deporte creció en las escuelas británicas para luego entrelazarse con la construcción cultural del ser nacional. Allí, el fútbol, netamente masculino, relacionó el gentleman inglés viril y caballero con el pibe de potrero, astuto, gambeteador, improvisado.
Esa búsqueda, en palabras de Eduardo Archetti, de romper con el estilo británico e imponer una identidad criolla, también fue en línea con atributos masculinos. Las hinchadas, los clubes y los medios de comunicación se fueron identificando con un estilo de juego donde el caño y la pierna fuerte, el jugador viril y con huevos representan los estereotipos a seguir.
Dicho desarrollo de la disciplina convirtió al fútbol en el deporte más popular del país, y ese modo de jugarlo, criollo y masculino, y a su vez en relación con las manifestaciones retrógradas propias de la sociedad, impidió que las mujeres puedan practicarlo.
Recién en octubre de 1923 se jugó el primer partido en la historia del fútbol femenino en Argentina. Fue victoria 4-3 de un combinado de mujeres argentinas que enfrentaron a otro similar de mujeres cosmopolitas, en la antigua cancha de Boca. Pero este encuentro tampoco significó el crecimiento del fútbol practicado por las mujeres, porque hubo que esperar hasta 1991 para que se jugara el primer campeonato nacional organizado por la AFA, entidad vigente desde 1893. River Plate fue el primer campeón de aquel torneo, disputado por solo ocho equipos.
A nivel selecciones, la FIFA, también en 1991, organizó el primer mundial. El certamen se disputó en China, teniendo a Estados Unidos como campeona. Previo a ello, se organizaron dos mundiales extra oficiales, ya que la FIFA no contaba con ninguna intención de fomentar la disciplina. No era rentable, claro.
Ambos, en 1970 y 1971, fueron ganados por Dinamarca. La selección Argentina disputó el de México en 1971, donde el 21 de agosto goleó a la selección inglesa ante 110.000 espectadores en el Estadio Azteca. Los cuatro goles lo convirtió la delantera Elba Selva, una de las pioneras del seleccionado argentino de fútbol femenino.
Luego de ello, el poco fomento de la práctica y la desorganización de las federaciones locales hicieron imposible la continuación de las competiciones internacionales. Hasta que en 1991, tal como señalábamos, La FIFA organizó el primer Mundial en China.
De este modo, y con el lugar que fue adquiriendo la mujer en algunas sociedades a partir de su lucha, el desarrollo del fútbol femenino adquirió una impronta cada vez mayor, hasta llegar al día de hoy en su máximo auge.
Estados Unidos, una de las potencias en la materia, con su liga profesional hace más de 10 años, es la actual última campeona y ya levantó el trofeo en tres de las siete competiciones. Alemania, con dos títulos, Noruega y Japón con uno, completan las otras cuatro ediciones.
El viernes pasado, comenzó en Francia una nueva edición del Mundial Femenino. El anfitrión goleó 4-0 a Corea del Sur ante la presencia de más de 40.000 espectadores, una cifra que empieza a ser común denominador en este tipo de partidos.
En la Liga Profesional francesa compite el Olympique de Lyon, multicampeón en Europa en los últimos años, con la estrella Ada Hegerberg como goleadora. También son profesionales las ligas de España, Italia, Australia, Japón, Alemania, entre otras, todas ellas candidatas al título en Francia.
Brasil, el equipo más fuerte de Conmebol, fue subcampeón del mundo en 2007 y aspira a subirse al podio nuevamente en esta competición. Nuestra selección, en cambio, participa por tercera vez de una Copa del Mundo, luego de decir presente en las ediciones de 2003 y 2007.
En marzo de este año, Claudio Tapia anunció la profesionalización del fútbol femenino a partir de la siguiente temporada. Un año antes, el equipo argentino, que se jugaba un lugar en el Mundial, hizo viral una foto donde las jugadoras posaban haciendo el famoso gesto de Topo Gigio. Buscaban ser escuchadas. Representaban a la selección sin recibir ropa, viáticos, ni premios. Sólo recibían las descalificaciones típicas de jugar un “juego de varones”. Resta ver los comentarios que recibían en las redes sociales. Desde “machonas” a “vayan a lavar los platos”, comentarios de una sociedad construida a prejuicios, que no piensa y no se deja pensar.
A ese foco de protesta, se sumo Macarena Sánchez, la Nettie Honeyball de la actualidad, denunciando su situación con el club UAI Urquiza.
La estructura dirigencial de AFA tomó nota, y en sintonía con el movimiento social y revolucionario que la mujer está afrontando en el país, accedió a profesionalizar la próxima temporada. Además de los ocho contratos que exigirá la entidad madre del fútbol argentino a las instituciones que participen en Primera División, ya las mujeres comienzan a utilizar las canchas principales de los clubes y a entrenar en sus mejores terrenos. ¿Alcanza? No. Pero es un primer paso, sumado a una visibilidad, al fin, más explícita.
Volviendo al Mundial, Argentina debutó contra Japón, finalista en las ultimas dos ediciones, campeona en 2011, con políticas estatales que implican la enseñanza de la disciplina en los colegios desde los años ’60. El panorama no era nada alentador, pero la selección rescató su primer punto en mundiales, empatando 0-0 con una de las potencias candidatas.
No hicieron falta ni huevos, ni hombría, ni virilidad. El equipo dirigido por Carlos Borrello mostró orden, paciencia, inteligencia táctica, compañerismo y entrega. Un trabajo colectivo que simboliza una lucha histórica de años. Acompañemos la potencialidad que puede ofrecer el fútbol femenino en construcción de valores para un mejor deporte, valores que el fútbol masculino parece haber olvidado hace tiempo.
- AUTOR
- Federico Reichenbach
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