Argentina
Garrafa Sánchez, la esencia del potrero
Aquella zurda acabaría regalando sonrisas, generando la continua felicidad del pueblo al ver su habilidad y calidad. Cada vez que tocaba el balón, cualquier cosa podía suceder. Más allá de si la acción finalizaba en una celebración en el arco contrario, con sus pies lograba realizar lo que se propusiera. Un talento inagotable, el que exhibía en cada juego, aún sin una gran preparación física. De esos símbolos futbolísticos que no se entregaban al máximo, pero disfrutaba como un niño y podía llevar a su equipo a la victoria en una jugada aislada. Protegía el balón como pocos, era imposible quitárselo, y de repente salía con un caño o cualquier finta que se pueda imaginar. Lograba escabullirse de sus marcadores hasta llegar al área, generaba la admiración de todos y atraía los insultos de sus compañeros por hacer usualmente una gambeta más de lo que el contexto solicitaba. Ni más menos que José Luis Sánchez, Garrafa.
La clase y los miles de recursos para sostener el cuero en el pie izquierdo elevaban su imagen. Si bien era adorado por los fanáticos de los clubes en donde jugó, llegó a ser respetado por los aficionados al deporte del país, que veían su juego para deleitarse. De tranco lento, era capaz de una habilitación por la única rendija que el adversario dejaba entre líneas. Se regocijaba en un campo de juego, rara vez obedecía las órdenes de su entrenador, pero con la pelota hacía cuanto quisiese.
Heredó su apodo por la profesión de su padre, quien se ocupaba de repartir garrafas en su zona de residencia. Según palabras del propio jugador, de no haber a la máxima división, tendría el mismo oficio de butanero. Protagonista de la segunda división argentina, como así también del torneo de primera, siempre fue caracterizado por su rebeldía dentro y fuera del campo.
Con 19 años, haría su presentación en Deportivo Laferrere, club de su lugar de origen. Lo ubicaron como lateral por izquierda, hasta se animó a salir jugando tomando decisiones riesgosas y sacándose de encima a dos hombres. Aquella posición inicial tenía que ver con sus condiciones previas a una lesión en Reserva. Era rápido, dinámico, podía correr toda la banda en el partido pero, posteriormente al daño en su rodilla, las cualidades cambiarían. Le quitó velocidad, pero asentó aún más su capacidad infinita para controlar el balón y protegerlo como si fuera un tesoro. Pisaba el cuero y lo sacaba de la vista del oponente. Lo alejaba. En espacios reducidos, podía inventar la jugada que se le antojase, y había quienes señalaban que su habilidad era una mixtura entre Diego Maradona y Enrique Bochini.
Le alcanzaba con ser feliz en categorías del Ascenso. No desesperaba por jugar en Primera o dar un salto a Europa. De hecho, tuvo la chance de jugar en Boca, pero su otra pasión evitaría su contratación. Una mañana, yendo al entrenamiento con su motocicleta, se adelantó a mucha velocidad al auto que ocupaban Carlos Bilardo y Nery Pumpido, entrenador y ayudante de campo. Luego de aquel día, el cuerpo técnico desestimó otorgarle un lugar en el plantel. Años más tarde, ese entusiasmo por el vértigo en las calles le jugaría una mala pasada.
Las virtudes y su naturalidad dejarían un sello distintivo en Banfield. Allí jugó desde comienzos del presente siglo al año 2005. Durante casi un lustro, enamoró a los hinchas, que hoy lo recuerdan como una leyenda. Allí exhibió también su notable pegada en tiros libres, o esos penales con un freno previo que anticipaban un gol casi seguro. Vital en un ascenso y la clasificación para la Copa Libertadores, su esplendor con la camiseta blanca y verde llegaría de la mano de Julio César Falcioni, aunque con todos los entrenadores pudo destacar. Incluso, varios conocían su personalidad y no les preocupaba que llevase una vida sin desvelos. Pocas veces sentía el rigor de los entrenamientos, no era apegado a los esfuerzos. Su talento era discontinuo, pero aparecía en las citas más importantes para hacer valer su calidad.
A pesar de atravesar tiempos sin jugar, siempre se las ingeniaba para innovar en el césped. Quienes lo vieron actuar apuntan sus vicios, indirectamente relacionados a su capacidad con la pelota. Entre innumerables anécdotas de las que fue protagonista, un ex compañero contó que, previamente a una final por subir de categoría, comió dos choripanes y luego hizo cuanto quiso en el terreno de juego.
Después de dejar una marca imborrable en Banfield, retornó a la institución en la que había debutado. Laferrere volvió a recibirlo, esta vez como un hijo pródigo. Sin embargo, las motos y los riesgos eran su otra predilección. Un accidente en ese medio de transporte le quitó la vida a los 31 años, el 8 de enero de 2006. Frente a su casa, buscó hacer una maniobra poco ortodoxa y falleció a los pocos días. Muchos fanáticos del fútbol se acercaron a despedirlo y a agradecerle por las sonrisas generadas.
La admiración que causó hizo que un grupo de amigos filmase una película con su historia y varios relatos que recuerdan su forma de ser. El video, denominado “Garrafa, una película de fulbo”, puede verse por You Tube. Su talento contrastó de frente con otras particularidades. El conductor radial Alejandro Dolina lo definió con soltura y precisión: “Garrafa está en uno de esos retratos que uno tiene, de esas personas que nos han dado un poco de felicidad. No fue campeón del mundo. No jugó en la selección argentina. Tampoco viajó a Europa. Solo desplegó su fútbol en el Ascenso y en la Primera División de Argentina y Uruguay. Sobre una moto, Garrafa hizo una última pirueta, le salió mal. La pelota sigue triste, como todo el fútbol argentino”.
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- AUTOR
- Nicolás Galliari
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