América
Garrincha, el socio que terminó siendo la estrella
Sin dudas que luego del Brasil del ’70, el combinado verdeamarelho de Suecia ’58 ocupa un lugar entre los equipos más vistosos que alguna vez se vio en un Mundial. Mario Zagallo, un Pelé adolescente, Vavá, Gilmar y Didí, entre otros, se encargaron de deslumbrar a todos. Ni hablar luego de las exhibiciones en la semifinal y el partido decisivo, donde los comandados por Vicente Feola marcaron cinco goles en cada encuentro. Y claro, el certamen en Chile cuatro años después era casi un hecho que terminaría en manos de los brasileños. Pero para desgracia del elenco sudamericano, Pelé sólo disputo dos partidos y tuvo que ver la Copa desde las gradas. El delantero arrastraba un esguince inguinal, producto del desgaste físico durante los últimos dos años, que no le permitía jugar sin dolores. Ante esta baja sensible, muchos comenzaron a mirar de reojo a los de Aymoré Moreira. Ahí fue cuando surgió la figura de Manuel Francisco Dos Santos, el ídolo del Botafogo.
Garrincha, que era una pieza importante de la orquesta que tenía al del Santos como director, se calzó el traje y relució su mejor versión, esa que desplegaba en el Fogao semana tras semana. Luego del empate con Chescolovaquia, el último partido de Pelé, la España de Helenio Herrera aparecía en el horizonte. Francisco Gento, Ferenc Puskas, Luis Suárez y el diezmado Alfredo Di Stéfano eran algunos de los grandes apellidos de la «Furia Roja». No obstante, lejos estaban de alcanzar la supremacía de la canarinha. El ángel de las piernas torcidas, ese que el psicólogo del seleccionado tildó de «débil mental indisciplinado e irresponsable no apto para el deporte de alto rendimiento», se puso el equipo al hombro y, junto a Amarildo, autor de un doblete, revirtieron el resultado y le dieron la victoria a Brasil por 2-1. Ahora empezaba lo importante, esos duelos donde es «plata o plomo». El Sausalito de Viña del Mar fue el escenario que se rindió a los pies del oriundo de Pau Grande, que con un doblete y esos pasos de samba sobre la pelota ayudó para vencer a Inglaterra.
Las semifinales eran nada más ni nada menos que ante el local, en el Estadio Nacional de Santiago. Los trasandinos, lejos de ser una selección de élite, contaban con Leonel Sánchez, considerado uno de los mejores jugadores en la historia del fútbol chileno, y Jorge Toro, una de las joyitas. Sin embargo, poco le importó a Dos Santos para realizar otra de sus «funciones teatrales». Otro doblete y un 4-2 para poner a Brasil en la final. Pero no todo fue color de rosa, ya que sus gambetas generaron el enojo de la defensa de los dirigidos por Fernando Riera que lo castigaron con varias patadas. A tal punto fue el maltrato, que el atacante devolvió una de esas y fue expulsado por el peruano Arturo Yamasaki. No solo una final sin Pelé ni Garrincha era el peor desenlace para los brasileños, sino también para la organización, que veía cómo en el cotejo final no estaban las dos figuras. Obvio, en la previa muchos creyeron que Edson Arantes Do Nascimento podía jugarla tras el pequeño descanso, pero para desgracia de Moreira & Cía, el dolor era insoportable para O Rei. Ante esta situación, distintas federaciones, el público y la organización pidieron rever la roja a Mané. Stanley Rous, presidente de la FIFA, «miró para otro lado» y expresó que solo fue amonestado.
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Nuevamente el Estadio Nacional sería el escenario para la actuación memorable del habilidoso. Antes de comenzar el duelo le preguntó a un compañero si estaban a horas de jugar una final por la cantidad de gente que se acercó. Una curiosidad más, de esas que marcaron la vida de Garrincha. El cotejo no fue nada fácil, donde Checolovaquia comenzó ganando gracias a un gol de Josef Masopust. A los diecisiete minutos, dos más tarde de la apertura del marcador, Amarildo puso el empate parcial y apaciguó los nervios de los latinoamericanos. Ante el cerrojo defensivo, poco podía hacer Garrincha, que perdía influencia debido a la férrea marca de los europeos, que lo «ataban» con Ladislav Novak, Masopust, Josef Jelinek y Andrej Kvasnak. La segunda parte fue favorable para Brasil, que terminó quedándose con el Julet Rimet por segunda vez consecutiva.
Aquella demostración en suelo chileno fue la catapulta en la carrera de Garrincha. Fue galardonado como el mejor jugador del Mundial. Poco años después abandonaría Botafogo y empezaría a mermar su carrera. Murió en 1983, a los 49 años, producto de su adicción al alcohol y el tabaco, sus peores aliados durante su vida. Una vida que terminó en la pobreza y con hijos por doquier (un total de catorce). Ser zambo -tenía los pies girados 80 centímetros hacía adentro-, poseer una pierna seis centímetros más corta que la otra y una cabeza frágil no le impidieron ser uno de los más grandes futbolistas de todos los tiempos. Hablar de él es pensar en la gambeta y la esencia del potrero automáticamente, esa alegría que provocó el amor del público futbolero. No por algo, en su tumba se puede leer «aquí descansa en paz la alegría del pueblo».
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- AUTOR
- Claudio González
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